- Parece mentira que seamos amigos perteneciendo a mundos tan diferentes.
- Más que a mundos, a clases, porque tu altanería no tiene precio.
- Pues anda que tu ordinariez, que yo no deseara para mí, no te permite levantar un palmo del suelo duro.
- Mi ordinariez está labrada por un hombre digno y cabal.
- ¿Y qué crees? ¿Que mi majestuosidad no la han hecho artesanos sencillos, aunque, eso sí, con mucha calidad en sus manos?
- La calidad no se mide solo por la expresión de las formas resultantes.
- Ahí llevas razón. Pero no olvides que yo nací para un templo, pero tú...
- Yo nací para habitar el corazón de los hombres comunes.
- Pues ante mi presencia se han admirado también las gentes de más baja condición, aunque a distancia, y los más poderosos y cultos de la ciudad. ¿Podrías tú decir lo mismo?
- Yo no tengo que alardear de nada. Me gusta ver, oír y no relinchar. Tú pareces estar en un perpetuo relincho. Tantas ínfulas te harán merecer contemplación de los humanos, pero algún día serás ruina, como todos los humanos.
- En eso devendremos todos, pero mira que han pasado dos mil quinientos años y aquí sigo, mermado mas exultante.
- No te tengo envidia por tu condición y me alegro que te parieran aquellos talleres clásicos, a cuyas obras no se puede poner objeción. Pero si yo existo es porque un hombre de cincel de no hace mucho tiempo tuvo como referencia el hacer del siglo de que procedes.
- Lo admito. Además tampoco se trataría de intercambiar nuestras posiciones, ni en tiempo ni en espacio. También a mí me asombra la mente y las manos de quien en tu testa más reducida rinde culto al caballo. Al fin y al cabo, ¿no es lo más importante que seamos evocados a través de los siglos, con todo el servicio que hemos hecho a los humanos? ¿O crees que cuando me colocaron a mí en un templo no tuvieron en cuenta que no podían prescindir de nosotros?
- Me cuesta hacerme a la idea de lo que había en la mente de los hombres cultos y de los artistas en tu tiempo, amigo mío. Pero el mero hecho de haber llegado a nuestros días dice a favor de ellos también. Los hombres nos usaron hasta extremos brutales pero también nos han reconocido. Hay infinidad de obras de arte en la que el caballo vale tanto o más que el caballero.
- Ya sabes lo que decían de nosotros siempre. Nos llamaban los nobles brutos. ¿Qué querrá decir eso, cuando ni siquiera ellos saben ser nobles y sí extremar su brutalidad?
- Lo mismo me he preguntado yo siempre. Los humanos convierten todo lo que tocan, sea de la materia que sea, en uso y abuso. Nosotros, mientras les hemos servido hemos sido considerados. Pero el precio que nuestra especie ha pagado es semejante a la que muchos de los humanos jóvenes han pagado también cuando han sido enviados al matadero de las guerras.
- Vaya, así que equinos y humanos estamos hermanados en la desgracia.
- La nuestra siempre es mayor, no lo olvides.
- Hoy confraternizamos aquí, pero mañana nos separarán. Echaré de menos nuestros coloquios.
- Quién sabe si no nos volveremos a encontrar en otra ocasión. No te emociones.
- Quién sabe. Este relincho de ahora es a tu salud.
* Cabeza de caballo en actitud de relincho, hallada en Civita Lavinia, Lacio, obra griega del siglo V a.e.c. Copia en el Museo de Reproducciones Artísticas, Casa del Sol, Museo Nacional de Escultura de Valladolid. // Cabeza de caballo del escultor Baltasar Lobo, en la exposición de 2018
Baltasar Lobo, un moderno entre los antiguos, en el espacio de la Casa del Sol.