domingo, 21 de noviembre de 2021

Rapadas (Serie negra, 48)

 


A Marianne Beyle le quedaba un oscuro espacio de orgullo. Sí, ella había colaborado. Si por colaborar se entiende haberse empleado en un burdel del Barrio Latino. 

Qué podía hacer. El marido, cautivo. Los hijos, hambrientos. El oscuro ático, en riesgo de perder el alquiler. La calle, peligrosa para una mujer sola. Se resistió al principio. No tenía madera de puta. Nunca había sido infiel ni había hecho dejación de sus deberes de madre. La fábrica en la que había trabajado durante años fue cerrada en víspera de la ocupación. Sus propietarios eran judíos, dijeron. Malos tiempos para los patronos, argumentaron estos. Malos tiempos para todos, susurraba el ambiente generalizado. 

Los victoriosos del paso de la oca fueron en parte sutiles con la población, aunque las simpatías hacia ella fueran limitadas. Solo quienes se opusieran serían objeto de represalia, proclamaron. Además con ellos venía dinero fácil. A Marianne Beyle se lo planteó, avanzada la ocupación, la vecina del primero, que tenía suficiente experiencia en el oficio. No tienes más que dejarte llevar. Tu presencia es agradable. Ellos son gente educada, ¿sabes? Y muchos bastante afectuosos. Siempre hay alguno que se pasa de la raya, pero eso ha ocurrido siempre con los nuestros. A Colette, que trabaja en un piso de Faubourg Saint-Denis, un capitán le ha propuesto sacarla del ambiente cuando termine la guerra, y será pronto, le ha dicho con discreción. Él presume de enamorado y ella se amarra a lo que le parece seguro. Al fin y al cabo, Marianne, ¿qué diferencia hay entre un boche y uno de nuestros hombres?, razonó. Tú les ves desnudos y no distinguirás más que rasgos superficiales. Que si el color del cabello, que si el idioma, que si su prestancia militar. Pero en cuanto a su manera de comportarse con una mujer te resultarán iguales. Yo diría además que son más cuidadosos estos ocupantes que nuestros paisanos, que se muestran desconsiderados y tramposos. Con los boches pasa que son más cultos de origen o les han aleccionado los superiores. Te aseguro que en el catre no son precisamente dictadores. Además, por ganarnos la vida de este modo no quiere decir que seamos nazis, aunque muchos paisanos no nos miren con buenos ojos. Anímate. 

Eso escuchó Marianne de su vecina. No tenía mucha elección. Aunque mantenía reparos. ¿Si mi marido llega a saberlo?, comentó Marianne. La vecina pensó: ve a saber si tu marido volverá, como miles de los nuestros que han sido llevados a fábricas o campos de concentración; pero se calló por compasión. Luego dijo: lo entenderá, porque tú y tus hijos tenéis que sobrevivir, y la manera de conseguirlo no puede ser censurado por nadie. Nosotros no hemos traído la guerra ni hemos llamado a los alemanes. 

Marianne se resistía a la proposición. Fregar pisos y oficinas me mata pero he ido tirando. Y los años de guerra se suceden eternos aunque a los boches ya no les van tan bien las cosas. Si pudiera aguantar... Marianne buscaba argumentos a favor y en contra. Pero la incertidumbre mina la fortaleza de las personas. Y las necesidades se agravan. En los cálculos de la vecina la propuesta no era una inocente ayuda. Marianne Beyle tenía una belleza que epataba no solo entre los suyos sino entre la oficialidad alemana. No solo se trataba de una hermosura natural y cuidada, sino que su personalidad ofrecía una actitud prudente y se preservaba tras un estilo misterioso que seducía sin proponérselo. Su vecina era consciente de estos ingredientes innatos y sabía por experiencia que siempre hay clientes que pagan más por esa clase de dones no limitados a la exuberancia de un cuerpo y a la entrega libidinosa y burda de una profesional. 

Marianne Beyle cedió al fin, agobiada por su situación, y entró a trabajar en un burdel donde los ingresos se le ofrecían más elevados de lo que una trabajadora de cualquier otra actividad pudiera imaginar. Ese mismo día corrió la noticia, que las autoridades de ocupación trataron de ocultar, de que el norte del país había sido invadido por fuerzas liberadoras.  Aquel hecho trascendental hizo que las tropas alemanas fueran movilizadas y reagrupadas con urgencia en otras partes. El negocio de los burdeles se desplomó. Marianne apenas se había estrenado como señora de compañía, algo que agradeció al azar. 

Avanzaba un agosto cálido cuando en la ciudad se produjeron movimientos populares de resistencia. De inmediato los maquisards se alzaron en armas abiertamente. Ella iba a cantar su no pequeña victoria personal; había resistido al máximo la humillación de prostituirse. Cuando la urbe fue liberada por la vanguardia del ejército aliado, la Nueve, una compañía integrada por republicanos españoles, se desató la hora de la venganza. Tal vez los más acérrimos fueran los patriotas de última hora, voceadores iracundos, y no distinguieron. En las redadas espontáneas de colaboracionistas sacaron a la calle a muchas mujeres a las que acusaron de ofrecer su cuerpo al enemigo. Marianne Beyle no lloró cuando la raparon ni pidió piedad, aunque se considerase víctima de una injusticia. Pensó profundamente en sus hijos, congratulándose de no haberse manchado apenas en un oficio que denigraba. No dejó siquiera que la confusión y los equívocos de una guerra acabaran con ella. Sorprendentemente se tomó con serenidad su mala suerte. 

La vecina que la había introducido en los servicios de la carne no se libró de ser detenida por la grey furibunda y rapada. Se llevó la peor parte. La mostraron desnuda para más escarnio, mientras recibía toda clase de improperios de la gente. Dando por hecho que todo estaba perdido para ellas increpó a sus verdugos. ¿Colaboracionista yo?, gritaba fuera de sí. ¿Habéis permanecido ocultos durante estos años y ahora salís fácilmente para convertirme en el enemigo al que no fuisteis antes capaces de combatir? ¿No habéis colaborado todos con vuestro silencio, cuando no cobardía? Y cuando veníais los de aquí, muchos de vosotros que ahora nos ultrajáis, a que os diésemos placer y escucháramos las confidencias que no hacíais a vuestras esposas, ¿erais capaces de llamarnos colaboracionistas? ¿Acaso ibais diciendo en voz alta que éramos vuestras putas? ¿Es que no todo valía con nosotras, mientras a muchas nos tratasteis mal y nos pagasteis peor? Preguntad a vuestros maridos, escupió a las mujeres que exigían su perdición. Nos deben lo que vosotras erais incapaces de procurarles.

Marianne temió que las palabras de su vecina enervasen más a quienes las fustigaban. Optó por seguir callando. En medio del griterío y de la sed justiciera de la calle alguien con ascendencia sobre los vengadores protegió de males más graves a Marianne Beyle. Nunca supo ella quién había sido su rescatador ni se explicó por qué lo hizo. Lo que pasé aquellos años fue toda una lección de vida, contó mucho tiempo después a sus nietos.




32 comentarios:

  1. En el libro que estoy leyendo en estas fechas "Los campos de concentración de Franco" se hacen referencia al rapado de las mujeres no afectas al régimen así como la toma de aceite de ricino para después pasearlas mientras les chorreaba la porquería, es una manera de degradar a una mujer y de quitarle su feminidad; este modo de proceder es tan antigua como la humanidad.

    Saludos

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    1. Sí, también en la España negra tuvo lugar semejante barbarie, si bien con otro signo. Mismo contenido, mismo objeto de tortura: la mujer.

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  2. Hay muchas historias del mismo corte. Esos liberadores, ¿qué hacían antes?. Lo de rapar a las mujeres fue, en la posguerra inmediata española, el pan de cada día. El aceite de ricno también, no creas.

    Un abrazo, y por esas mujeres que acabaron aceptando en el catre a esos que iban ganando la guerra. Cualquier guerra.

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    1. No juzguemos a todos los liberadores -¿de quién hablamos: de la Resistencia contradictoria, de los aliados, de la chusma que se apunta a los vencedores siempre?- con el mismo rasero. Debemos ser escrupulosos con la Historia y hagamos el esfuerzo de conocerla: conocer es distinguir el rol de cada cual y aciertos y errores de todos.

      En España se dieron casos en 1936 de ser fusiladas mujeres enfermeras republicanas con brazalete de Cruz Roja por los franquistas acusándolas de putas. Toma ya.

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  3. Por razones de escasez, llegó un momento en que los pocos cabellos que protegían mi hermoso tarro de las ideas, eran incontrolables y acababan ofreciendo un estética poco digna de ser considerada tal. Así que empecé a raparme la cocorota aún y más allá de las medidas militares. Abandoné los servicios de la peluquería, a la cual acudo solo en su vertiente barbera (de barba) y aprendí a usar la rasuradora; un arte como todos "sujeto a malsanas interpretaciones".
    ¿Te puedes creer que cada vez que agarro ese instrumento catalogable de mini-corta-césped, me acuerdo de esa ignominia a la que sometían a las mujeres por la causa que fuera? Es inevitable.

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    1. No te preocupes, el tarro exquisito de nuestras ideas debe estar protegido mejor por un caso de acero, el de la experiencia, lo asimilado, lo racionalizado, aquello que nos permite adaptarnos día a día.

      Te creo que te recordase la barbarie del rapado, fuera por parte de quien fuera ejecutada. Las venganzas pueden entenderse pero no aceptarse. Naturalmente, y más en el caso de aquella guerra tan terrible en que sufrieron todos, no es fácil condenar la revancha de los antes vencidos y luego vencedores. Pienso también en los rusos, que sufrieron la barbarie nazi. En fin.

      Creo recordar que mi madre me llegó a contar de mujeres de su época, que no necesariamente tenían que ser rojas, pero sí libres, que fueron rapadas y sometidas al aceite de ricino por la barbarie de la dictadura.

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    2. Si rebuscamos en la historia, me temo que vamos a encontrar mucho pelo en el suelo. Lo del casco de acero, vale. Pero yo soy mas de gorra, que no sombrero. Gorra humilde como las de los repartidores de periódicos de principios del pasado siglo.
      Esta del avatar del perfil, es una excepción, aunque tampoco tiene nada de noble. Es de paja (3 euros, mas o menos).
      Brindemos por la permanencia en su lugar debido, de las hermosas melenas, sean rubias, morenas o pelirrojas de nuestras compañeras.

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    3. Lo de casco de acero que no te asuste no lleva insignia y es metafórico, eh.

      Aquellas gorras de los chicos que repartían la prensa, sí.

      Brindemos por las melenas que indicas, incluso por el recuerdo de las que tuvimos y perdimos hace mucho tiempo.

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  4. Unas historias que avergúenzan a sus protagonistas, víctimas y verdugos, casí más estos últimos. En tiempos de guerra los parametros sociales cambian.

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    1. Claro que cambia todo, y más allá en la tesitura de una Francia ocupada. Creo que fue una gran lección para todos, no sé todos los franceses la aprendieron del todo.

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  5. A los males de las guerras le siguen los males de las revanchas. Siempre me ha impactado ver estos eventos de los rapados publicos y demás vejaciones que luego de la ocupación llevaran adelante con quienes fueron tildados de traidores o colaboracionistas, como si conspirar en contra de una causa fuera igual que intentar sobrevivir. En fin. La barbarie sobrevuela aún en torno de las causas "justas". Un abrazo

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    1. Las guerras son espirales sin fin. Unas violencias provocan otras. Un refrán vasco decía: "las guerras no traen nada bueno para nadie".

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  6. "La victoria tiene cien padres, la derrota es huérfana" dicen que dijo que un tal Napoleón. Los que quieren cortar el pelo a estas mujeres son siempre, siempre, siempre los "capitanes a posteriori".
    El discurso de la mujer a sus captores es todo un Tratado.

    Un saludo.

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    1. Me has hecho recordar un poco al caso de que cuando la policía detiene a un presunto asesino siempre sale gente a la calle a llamarle asesino o hp. Desde luego, si más adelante se comprueba que es inocente esa misma gente no volverá a proclamar su inocencia.

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  7. No sé si me aterra más la venganza injusta contra gentes inocentes e indefensas que las caras de felicidad que algunos muestran cuando torturan o vejan a los demás, como estos ciudadanos rapando alegremente el pelo a sus vecinas " colaboracionistas". Me recuerda a esos honrados berlineses sonriendo al ver los escaparates saqueados y destrozados tras la noche de los cristales rotos. La degradacion moral no entiende de credos.

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    1. Coincido contigo. Pero ya ves, ese alma también es alma humana. Entonces, cuando se habla de humanidad o deshumanizado, ¿a qué nos estamos refiriendo?

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  8. Fáckel:
    los entusiastas de última hora, ésos son los peores. ¡Y nunca faltan!
    Salu2.

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    1. La verdad es que la Segunda Guerra Mundial fue una bestialidad colosal. En algún sitio leí una vez que había habido entre cincuenta y sesenta millones de muertos. Eso nos da idea del nivel de violencia llevada a cabo por todos los contendientes. Y junto a ello el odio, la venganza, la crueldad, el todo vale. No hace falta que incida en ello, hay mucho historiado y escrito sobre el triste asunto.

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  9. El rencor es un veneno fuerte, el alivio buscado en la estigmatización del contrario, en su humillación, cuando no en la sangre derramada.
    El perdón es como una tisana a la que no se le da importancia aunque reconforte.
    Fackel, una imagen muy cruel si se saca del contesto, mejor no verse en circunstancias tan duras.
    Un saludo.

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    1. Tienes razón, pero uno piensa: si me sucediera a mí ¿cómo reaccionaría? ¿Con perdón? ¿Con odio? ¿Con justicia por mi mano?

      Lo que dices como deseo: mejor no vernos en esa tesitura.

      Pero nadie se ha librado de conocer de cerca la mayor de las violencias, y todas sus secuelas.

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  10. Es repugnante lo de salir siempre en socorro del vencedor. Igual que juzgar a los que solo intentan sobrevivir. El rapado del pelo es menos importante que de quien viene el castigo. En la guerra son todo casos extremos
    Saludoss fackel

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    1. Si te pones a ver fotografías de los nazis cuando invadieron la URSS te achicas de pánico. Las matanzas, el ahorcamiento, la quema de aldeas y cosechas, etc. generaron un odio que luego se dirigió por parte de los rusos cuando entraron en el territorio del Reich contra sus pobladores.

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  11. A vingança não resolve nada... e será verdadeiramente justiça? Mas cometem-se actos brutais.
    Interessante como sempre....
    Beijos e abraços
    Marta

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    1. La venganza no puede ser nunca justicia. Aunque hay "justicias" que parecen venganzas. Esto lo veíamos a diario en el pasado. Bien estar, Marta.

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  12. Cuántas víctimas produce siempre cualquier victoria, incluso la de las causas más justas. Y, como dices, casi siempre mujeres. Sobre ellas, el silencio de la historia. Ahí Hiroshima mon amour. Te recomiendo La sonrisa robada, de mi querido José Antonio Abella.

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    1. Tomo nota, Pedro, del libro recomendado. Las víctimas son efecto y consecuencia del desentendimiento. Me pregunto: ¿Hay víctimas más injustas que otras? Sofisma, acaso.

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  13. La venganza -devolver mal por mal- solo significa revancha, con el agravante de premeditación e impunidad. Pax vobis.

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    1. Ya, pero ¿quién de nosotros estaríamos libres de venganza si nos hubieran hecho tanto daño? Yo no pondría la mano en el fuego.
      Pax romana.

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  14. "Al fin y al cabo, Marianne, ¿qué diferencia hay entre un boche y uno de nuestros hombres?, razonó": despullats tots som iguals, per això cal anar vestits, per mostrar la nostra personalitat. En un camp de concentració també tothom és igual.
    Aquesta història em recorda En brazos de la mujer madura, on una dona que es veia obligada a prostituir hi trobava gust, per difícil que sembli.

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    1. No he leído esa novela, si bien el título parece ser atractivo. También hay una novela de Balzac -La mujer de treinta años- cuyo título tienta, y donde ya el autor plantea temas de liberación femenina, si mal no recuerdo.

      De todos modos la personalidad no debe depender de una mera vestimenta. De hecho las vestimentas ya clasifican de algún modo a los individuos, si bien no revelan demasiado de su personalidad.

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  15. Escenas terribles de una guerra atroz . ¿Eran traidoras esas mujeres o simplemente hacían lo que podían para sobrevivir?

    Duda ética importante...

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    1. Queda ahí la pregunta, y creo que el texto ya sitúa esa interrogación para que cada cual elija. Yo no me atrevería a tirar la primera piedra, aunque hay que analizar dónde estaba la clave de la cuestión. Por cierto, estas cosas las han traído siempre todas las guerras o miserias.

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