Mi amo Albio sigue conmocionado. Aturdido por la pérdida dice con mucho énfasis que ya no cree en los dioses. Que haber levantado tantos templos, para que ellos nos devolvieran a cambio el infortunio y el sufrimiento, no había servido para nada. Manifestaba así su enojo aunque su sabiduría hacía tiempo que le había convertido en un escéptico convencido. Cuando le hago ver que con que nos hayamos salvado ya hay suficiente consuelo me da la razón. No me preocupa tanto que las propiedades hayan sido devastadas por la ira del volcán como haberme quedado sin amigos, me replica, y que hayan sido secuestradas para siempre las bellezas que adornaban la ciudad.
Por mi parte no hago más que pensar en la joven Claudia, hija adoptiva de Juvencio, el asentador de abastos más próspero. ¿Habrá sobrevivido? A pesar de estar preservada celosamente por un padre absorbente y estricto nadie pudo impedir nunca que nuestras miradas establecieran una correspondencia que para sí quisieran las lenguas que se hablan en el Imperio. Cuando yo acompañaba a mi señor Albio a los festines que se celebraban en casa de Juvencio ella se las ingeniaba para que yo recabara su atención. Joven de mi edad, parecía destinada a que los suyos previeran su futuro con algún rico comerciante que garantizase seguridad no solo para ella sino entre familias. El negocio es la fuente del amor, decía entre carcajadas el asentador a los babosos opulentos que acudían a su casa para tratar de acceder a Claudia. Los que más la demandaban hacían confidencias a Juvencio de esta clase: no tienes que poner dote alguna, ya es bastante dote la belleza y armonía de tu hija.
Mi amo no ignoraba los contactos visuales que establecíamos ella y yo, pero me aconsejaba disimulo. Un criado no tiene posibilidades en público, y no debe pensar en un futuro. Pero ya llegará el momento en que podáis encontraros clandestinamente, me decía. De momento, que otros vean que permaneces servicial conmigo, y no te dejes afectar por los moscardones que quieren hacerse merecedores a la oferta de Juvencio.
Claudia debía saber de mi trabajo como escribiente de Albio y tal vez esperaba de mí que las habilidades que me caracterizaban se las hiciera llegar a ella también en forma literaria y reservada. Sabedora de las dificultades, que nos pondrían a los dos en un aprieto, y también a mi amo, no se resignó. Aquella adorable y discreta muchacha, ¿cómo se las arregló para poner en práctica una lengua de signos tan precisa como efectiva que alentara nuestra complicidad? Tanteos distantes al principio y más tarde sugerencias encubiertas e incluso íntimas, sin emitir una sola palabra. Era tal el arte y la prudencia de Claudia que nadie podría haber dicho que sus gestos me estuvieran destinados. Quienes coreaban sus encantos y trataban de aproximarse a ella podían pensar que sus movimientos les estaban dirigidos a ellos. Buena treta por parte de Claudia. Sin embargo yo percibía que cuando se echaba para atrás la palla o se aligeraba la estola o se soltaba los cabellos sin dejar de mirarme estaba describiendo apetencias que yo no sabría corresponder al instante. Ni ella quería una actitud por mi parte que traicionase su osadía. Le bastaba con que me entregase a observarla. Con que yo abriera mi rincón de afectos y de deseos para que los suyos pudiesen confluir conmigo. Cautelosa y hábil traía entonces a mi embobada atención proposiciones encubiertas para que yo las madurase. El modo de inclinarse a medio lado en el triclinio, zarandeando uno de sus pies, por ejemplo. O cuando se incorporaba con coquetería alzando su torso para que los pechos se insinuaran oferentes. El ágil ejercicio en ajustar los pliegues de su túnica interior, trenzándolos con los dedos parsimoniosamente. Y sobre todo ese instante en que alzaba la copa vidriada hacia el cielo, que los circundantes interpretaban como una dedicatoria de agradecimiento a las divinidades del hogar, y que yo recibía como un homenaje báquico que solo los iniciados en los placeres, o quienes desean ardientemente iniciarse, saben reclamar. Pero cualquier movimiento de Claudia se hubiera apagado si no sostuviera a su vez una mirada prolongada, plena de agudeza. Sus ojos, que rehuían cualquier otro tipo de miradas, sobrevolaban la estancia transmitiéndome destellos húmedos, susurros atrevidos, confidencias candorosas.
Ah, Claudia, al recordar ahora reconozco que me atrapabas y yo disfrutaba en mis ensueños con tu lengua fecunda de señales inequívocas. Me invitabas a un enlace cuanto más imposible más profundo. Y ambos, deseando que llegara la hora en que pudiéramos encontrarnos para avanzar un lenguaje más tangible, permanecíamos arrobados. Lo efímero de la travesía puede tener la altura flexible de una pértiga y la largura precisa de una jabalina. ¿Qué habrá sido de ti? ¿Te habrás salvado o habrás enterrado tu mirada en el ígneo furor no deseado de la lava?
(Pintura de la Villa de los Misterios, en Pompeya)
Qué precioso. El lenguaje secreto de los enamorados se presenta aquí con sutileza y elegancia.
ResponderEliminarLa emoción de lo prenupcial. Nupcias que nunca llegaron...
Maravilloso texto. Me lo quedo.
Un abrazo
Felices Reyes Magos
Es que estos pompeyanos...¡cómo eran!
EliminarGracias, Ana.
Esto es una historia de amor en toda regla, no sé si correspondido realmente, en cualquier caso que bellas palabras usas para describirlo, me ha encantado.
ResponderEliminarUn saludo, espero que los reyes hayan sido generosos contigo.
Por supuesto que correspondido, al menos en la distancia física pero cercana en la complicidad. Sobre si hubo algo posterior...quién sabe. El volcán decidió, pero ya digo, quién sabe.
EliminarEs que lo que les he pedido a los Reyes no se va a materializar de un día a otro, porque tiene que ver con la pandemia. Saludo, Ángel.
Siempre he pensado que a todos nos gusta que nos miren, sin embargo nos molesta que nos observen.
ResponderEliminarSalvo que haya un acuerdo en la observación. Pero el matiz por tu parte está bien, muy expresivo y delimitador.
EliminarAnte tanto apremio, mejor fuera su salvación impuesta, pues mucho dolor su desaparición provocara.
ResponderEliminarSaludos.
Creo que cuando el joven pompeyano narra su experiencia, una vez puesto a salvo, no sabía si ella lo estaría también o habría quedado fulminada como tantos.
EliminarSó os Deuses sabem....
ResponderEliminarMas ficam sempre as memórias...
Beijos e abraços
Marta
Siempre hay recuerdos que los dioses no pueden evitar, aunque ya quisieran ellos, ya. Cordial, Marta.
EliminarSeguramente no pudo huir -aunque nos quedaré siempre la esperanza- y esa mirada se quedó para siempre encerrada junto a toneladas de lava.
ResponderEliminarUn saludo.
Probablemente. No sé si las crónicas posteriores dirían algo, trataré de indagar. Saludo, Cayetano.
EliminarQuedo anheloso por saber más del destino de tan peculiares amantes en las distancias medias. Ganosos ellos de lo suyo; eso que hoy en día y con un poco de ironía llamamos "asignatura pendiente".
ResponderEliminarMe recordabas el título de cierta película de hace cuarenta o más años. Es un tema interesante el de las asignaturas pendientes, ¿no crees? ¿Cuántas habrá, y de diversos tonos, en la vida de cada uno de los mortales?
EliminarAlgunos dicen que son "tensiones pendientes de resolver" En mi caso creo que podría recordar una media docena más o menos. 😊
EliminarA pesar de la edad y el apaciguamiento de la "vulcanismo personal" a veces no me permiten conciliar el sueño fácilmente.
Es lo malo del oficio fotográfico. Eso de ver y no tocar, es muy insano.
Pendientes de resolver ¿las tensiones o las asignaturas? Yo no creo que sean lo mismo.
EliminarRespecto a lo de no conciliar el sueño te entiendo. Pero habrá que recurrir a alternativas, ¿no?
Sí ese oficio tiene que ser no solo angustioso en ocasiones sino agónico. El fotógrafo Jean-François Jonvelle lo tuvo que pasar fatal, claro que el arte del desnudo bien vale ¿una misa? ¿O un pecado mortal y bien mortal?
ResponderEliminarUn bello, romántico y delicado relato enamorado, abierto a la esperanza.
Por que ese final incierto, conduzca a un encuentro feliz.
Pues no sé, sospecho que Vesubio anuló todas las citas pendientes. Gracias, Soco.
EliminarInteresante lenguaje...el del amor.
ResponderEliminarComplejo, incluso intrincado. Que no se enseña, sino que se aprende sobre la marcha.
Eliminar¿Lenguaje más tangible es lo que yo me imagino?
ResponderEliminarEs la expresión que se busca. A veces no pasa de lo platónico.
EliminarEsa etapa casi idílica la has plasmado magistral, observa sin tocar... el lenguaje complejo y exquisito del amor profundo que por una u otra circunstancia no termina de asentarse.
ResponderEliminarPero que va desarrollando también contenidos. A mí me parece una fase de lo más interesante, independientemente de que se dé el salto a lo definitivo. Pero tangible es también, sin duda.
EliminarAl final siempre queremos más y terminamos liandola, lo clandestino tiene su encanto pero, es suficiente?.
EliminarPues eso lo deberá valorar cada cual, pero es lo más prudente; y, además, si esa es la posibilidad brindada...¿por los hados?, preguntaría un pompeyano.
EliminarNo te conocía, ni te seguía, una disculpa por tan terrible omisión.
ResponderEliminarOh, ya ves, no te preocupes, este es uno más de tantos blogs. Me parece bien, no obstante, que conectes en él. Salud y bien estar.
EliminarLa complicidad de los signos, el lenguaje secreto, qué bello romance que no llegó a ser, pero fue. Tal vez Claudia no tuviera luego a quien lanzar sus dardos de belleza y ternura, sin es código creado, porque ese juego fue su verdadero romance eterno.
ResponderEliminarMuy bien narrado, con las imágenes que pude recomponer, como en una película. Un abrazo
Pero fue...Aunque no hubiese habido erupción acaso las dificultades cotidianas y de condición de clases diferentes lo hubieran impedido. Aunque, naturalmente, lo clandestino, si hay pasión, siempre late y busca la manera.
EliminarRecomponer imágenes, eso mismo lo hacemos todos los días cuando leemos un libro, ¿no crees? Es la capacidad abierta de una narración. Salud de viernes venusino.
Armoniosa historia entrelazada a una bella imagen rescatada de la lava y la destrucción. No siempre las calamidades logran borrar todo a su paso. Algunas, como ésta, esperan siglos para que aparezca el relator indicado que las cuente con el arte y la emotividad que merecen. Un abrazo
ResponderEliminarSiglos de azar y protección natural. Y ahora ahí. No estamos informados lo suficiente sobre lo que acoge el suelo de Pompeya y las otras poblaciones menores devastadas. Gracias a informes, libros e internet se puede indagar. A mí me ha tocado especialmente ese lugar de vida y de muerte.
EliminarTuve la suerte de caminar entre los restos rescatados de Pompeya y Ercolano. Reconozco que lograron emocionarme.
ResponderEliminarY otros dos lugares más pequeños, Stabia y Oplontis, que también tienen sus tesoros. Por supuesto, además de lo que se ve in situ está el Museo Arqueológico de Nápoles, receptor de grandes obras que no podían quedar a la intemperie.
EliminarJamás he estado en Pompeya. Reservo Pompeya, Villa Adriana y Bomarzo para la primera ocasión en que las circunstancias de salud pública lo permitan. Y mira que hay para ver en Italia...
Ojalá podamos pronto volver!
EliminarY padecer el síndrome de Stendhal, que es buena señal en un sentido aunque uno se agote in situ.
EliminarAy, el lenguaje de los enamorados. Con una sola palabra, un gesto, un movimiento, se pueden decir tantas cosas.
ResponderEliminarSalu2, Fáckel.
Cuando es recurrente llega a escribirse un libro (gestual) Salud.
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