jueves, 29 de octubre de 2020

Cuentos indómitos. El pulso de las palabras

 



"Ay del que junto al río / no quiere llamarse sed".

Rosario Castellanos,  El rescate del mundo.



Jacinta, soy un juez del montón, aunque en una población pequeña sea considerado una autoridad. ¿Sabe por qué?, y Ordóñez dudó si tutearla. Por no haber tirado por la borda la profesión a raíz de haber viajado a Europa. Debí haber aprovechado el viaje para interesarme más por la cultura y no tanto, o no solo, por el amor. Y mucho menos por el Derecho. Fíjese que aquella mujer que me enloqueció por sus atractivos, que no se limitaban a lo erótico, también influyó en mi a través de sus conocimientos. Jacinta recibió aquella confidencia como un reto. ¿Y qué le podría yo ofrecer a este hombre que tiene tanta sed o, mejor dicho, tantas clases de sed?, pensó. Mis conocimientos son reducidos y muy locales, mi práctica amorosa limitada e incluso agotada en la rutina, mis palabras escasas y no muy expresivas. ¿Acaso mi calor? ¿Un calor coloquial que nos abra a los dos con el desahogo de mutuas confesiones? Siga, Ordóñez, usted es un hombre de mundo aunque lleve recalado aquí muchos años. Usted llegó a vivir de verdad siquiera por un tiempo que seguramente sigue permaneciendo latente. Puede contarme con libertad, y quién sabe, y Jacinta sintió el latigazo del rubor, si a través de sus experiencias se despierta en mí algo que me saque de la rutina y el apagamiento. El juez esbozó una sonrisa. Como si entrara en su cerebro un oxígeno que no respiraba desde hacía tiempo. Tengo casi olvidado aquel viaje, dijo reprimiendo su verdadera intención de abrirse. La mujer le contempló con cierta decepción. Dicen que lo que se vive con intensidad, por muy lejano que quede, perdura y se convierte en refugio para siempre. ¿Quiere decir usted, Jacinta, que también lo ha comprobado? Jacinta se sintió pillada pero disimuló. No había prisa por los desahogos. Fue decidida. Desde que no da señales mi marido pienso menos en él y más en la mujer que vivió antes dentro de mí. ¿Le parece, Ordóñez, que cometo una traición? ¿Que soy una despegada? ¿Que al volver al pasado cometo un acto de infidelidad? El juez estuvo a punto de responder que él no había estado casado ni había mantenido una relación lo suficientemente larga con una mujer para saber opinar sobre esa clase de dudas. Desgraciadamente no soy testigo fiable para juzgar en privado este tipo de sentimientos, le dijo librándose de estar tentado a ejercer con su criterio ningún tipo de presión. Luego añadió: en ese sentido, es usted quien debe aportarme a mí. Tal vez así la entienda y comprenda en cierto modo las razones de que Pallarés se haya alejado un tiempo. Porque seguramente es lo que ha hecho. No desaparecer, salvo de un contacto inmediato, sino alejarse. Acaso necesitaba él también repensarse la vida, si me permite que lo diga así. Jacinta le miró tratando de valorar sus palabras. Llega un momento en que repensar la vida, como usted dice, puede ser útil para uno mismo, pero no sé si restaura vínculos. Salvo los de la costumbre y la monotonía. Pero ¿no es triste que toda tabla de salvación consista en dejarse llevar sin más, contando el paso fatigoso de los días? Ordóñez pensó que la mujer avanzaba, no sabía muy bien hacia dónde, tal vez hacia una búsqueda con la que en solitario no sabía dar. ¿O era mucho más sencillo? El juez observó la tranquilidad de Jacinta, admiró su manera de hablar prudente. Se sintió relajado. Se lo dijo con sencillez. Me siento a gusto, ¿sabe? Aquí y en este momento, como si ambos habitáramos un territorio neutral. ¿No es en esa clase de espacios donde los humanos son capaces de entenderse mejor? Ordóñez vertió a medias en el vaso de Jacinta. Este vino está elaborado con un merlot excelente. Me lo trajeron de Asunción no hace mucho. No, no piense que se trata de ningún soborno; simplemente el agradecimiento de un viejo amigo de la facultad con quien me reencontré. La vieja camaradería, como el gozoso amor perdido que no olvidamos del todo, procuran a veces sus satisfacciones. Jacinta alzó leve y significativamente el vaso, como si aquel instante fuese también para ella una de esas satisfacciones inesperadas que dan aliento o, quién sabe, si alguna clase de esperanzas.



Fotografía de Éric Marváz

24 comentarios:

  1. Brindemos por las buenas conversaciones.

    Saludos.

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  2. Hay que ver que confidencialidad han desarrollado Jacinta y el juez, pase lo que pase con la desparición de Pallarés, creo ver el comienzo de una buena amistad.

    Y me encanta la pregunta ¿Y qué le podría yo ofrecer a este hombre que tiene tanta sed o, mejor dicho, tantas clases de sed? con la que Jacinta abre el camino hacia ese calor coloquial.

    Un abrazo Fackel, buena tarde.

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    1. Debe ser que una invitación a la mesa predispone a confidencias, ¿no?. Está bien que observes los detalles. Buena nocturnidad.

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  3. Há sempre um momento em que temos que repensar a vida, pensar alto ajuda a abrir as dúvidas e a encontrar o caminho...
    Há conversas excelentes em que descobrimos que afinal a vida faz todo o sentido.
    Interessante...
    Beijos e abraços
    Marta

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    1. A veces es un misterio por qué nos abrimos a personas que apenas conocemos. Otras veces hay segundas intenciones. En alguna ocasión oscuras intenciones. Salud y conversación.

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  4. Pues mi persona nunca olvidará el mejor año de su vida, como si solo hubiera merecido la pena nacer para vivirlo. Un 1966 redondo y espectacular en los más diversos sentidos, desde el emocional al social y cultural.
    Semejante conversación entre los personajes que nos presentas con unas experiencias tan dispares me inclina a pensar en soledades compartidas. Algo, que, desde mi experiencia no suele acabar aceptablemente bien porque las diferencias vitales se pronuncian y distancian. Por supuesto escrito sin enjuiciar nada ni a nadie. Simple análisis experimental. que la existencia proporciona a una anciana observadora y perfeccionista.

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    1. Las soledades compartidas que conversan. incluso de improviso, tienen mucho de desahogo. También de brazo tendido. Hay quien puede hasta ver un bote salvavidas. Las más de las veces son un contacto de empatías o simpatías, según, efímeras. En fin, que pueden suponer tantos pasos...O ninguno. La vida es open game, ¿no?

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  5. Para ser juez del montón, como él dice, tiene alguna inquietud que le lleva a reflexionar, a plantearse cosas. Y buen gusto, sobre todo por su apreciación del buen vino.
    Saludos.

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    1. Debe ser el pasado que se agita dentro de él. A los solitarios les suele gustar el buen vino y otras cosas placenteras. Saludos.

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  6. No lo veo como juez del montón, creo que tiene empatía y sabe llevar una conversación delante de un buen vino.
    Salut

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    1. Oye, que los jueces en general no tienen un pelo de tontos, eh. Las empatías ya van en el alma de cada cual. Y entre os jóvenes que llegan a la magistratura no te cuento.

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    2. El que no entiende de amor, o fidelidad, no sé si por mucho que sepa y aprenda viajando, puede llegar a entender las reacciones humanas, que en buen aparte conducen a los posibles delitos que juzgará. Una reflexión interesante, como siempre.

      Un abrazo

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    3. El viajar da conocimiento, porque entiendo que en tal ejercicio también se brindan oportunidades de amor. Lógicamente hay conocimientos que se basan más en relaciones permanentes y estables. Del conocimiento me parece más interesante la calidad que la cantidad. Hay muchos que te cuentan las anécdotas, y cuantas más tienen más presumen, sin que les cale lo que puede haber tras ellas. Incluso los turistas accidentales y no te digo si van en grey suelen no enterarse demasiado lo que los paisajes diversos ponen ante sus ojos. Los jueces, hayan vivido mucho o poco, saben bastante de las relaciones y reacciones humanas, y además los que yo conozco al menos saben interpretarlas. Gracias por aportar puntos de vista.

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  7. Parece que el juez ha vivido más de lo que reconoce, tiene sus emociones, su cultura.
    Saludos.

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    1. A veces resultan trascendentales para el conocimiento de uno mismo ciertas experiencias por muy pasajeras que sean, a este personaje le debe suceder parecido. Aunque creo que también nos oculta cosas, no sé. Gracias, Demiurgo.

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  8. Esta pareja tuvieron al menos la cercanía física para intuirse , "verse", charlar y una copa de vino.
    Pero reflexiono en ese "no se qué" que nos conecta a ciertas personas, que nos invita a abrirnos, a confiar, a llegar a una amistad...en la distancia, sin vernos nunca, sin sentirnos cerca, y que se crean lazos significativos.
    Muy acertada la idea "repensar la vida.....no sé si restaura vínculos".
    Un abrazo Fackel y buen día.   

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    1. Sí, me alegro que digas eso del no sé qué, se podría analizar despacio, se necesitaría tiempo. A veces nos abrimos incluso sabiendo que no vamos a ver a la otra persona con la que nos hacemos confidencias, a veces repetimos, a veces esperamos a ver cómo respira el otro...Pero es muy curioso lo dinámicos que somos. Bueno, no sé si todo el mundo es así, pero sucede, a algunos nos ha pasado. Y, en efecto, se puede pensar y repensar en situaciones del pasado, pero ¿se restauran? No lo sé, pero en ocasiones hay sorpresas. O simplemente nueva sangre late y nos empuja a reencuentros. Gracia, Ángela, me has hecho pensar.

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  9. ...Hablar, conversar mejor dicho, es algo sumamente interesante, unos de esos largos momentos de la vida, mas atractivos para algunos o algunas , entre las que me encuentro. Conectar con ciertas personas, simplemente para charlar, ocurre a veces, aunque, como dice Ángela, no nos hayamos visto nunca.-Y, cito a Ángela, precisamente, ella sabe muy bien porqué-...

    Y no hablo de soledades compartidas. No es necesario estar solo, para gustar compartir criterios, opiniones; convencer tal vez, descutir, aprender... para sentirse bien, o maravillosamente bien, en compañía.

    Buena tarde, Fackel.

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    1. Por supuesto. El ejercicio de hablar -o de intercambiar opiniones, criterios o visiones de la vida, como se quiera- solo requiere de una aceptación por parte de los partícipes. Soledad compartidas o comparticiones solitarias, el mero hecho de intercambiar nos hace da r a todos un paso por encima de nosotros mismos. Nos ponemos en un plano de exteriorización que yo creo que es muy interesante para ratificarnos no solo como seres sociales y comunicativos, sino también bienintencionados. Eso es lo que más valoro.

      (Ya me he elevado entre mis devaneos habituales)

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    2. Ah, Me olvidé dejarte un Hola y un Saludo, para el Piri Poty y para San Joaquín.

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    3. Luce la primavera austral. Gracias en su nombre.

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  10. Hay reencuentros y conversaciones que son la confirmación de que vagamos a la deriva, a veces con la falsa sensación de que un amor o la nostalgia de un tiempo pasado, nos acerca a la isla acogedora y definitiva. Nada de eso, todo es un cúmulo de ilusiones sobre las que construimos nuestra realidad. En el caso improbable de regresar a ese tiempo ideal al que asignamos nuestra felicidad, más pronto que tarde descubriríamos que allí o con esa persona no fuimos tan felices como creemos. No añoro el pasado, mi añoranza viene del futuro que no sé si alcanzaré a vivir.
    Abrazo

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    1. Al humano le perturban las pérdidas. Lo que poseyó alguna vez en su pasado le hizo -otros dirían que le volvió más maduro- y cuando la madurez no crea o no genera nuevas ilusiones le entra cierto complejo, o no complejo, de pérdida. Esa es una gran paradoja. Saber que avanzamos en edad -o que seguimos creciendo incluso en lo decrépito- nos hace entrar en choque en la medida en que no podemos ser como fuimos, es decir, no podemos encarar en la práctica las viejas ilusiones: por no creer en ellas, por faltarnos fortaleza, por carecer de la ilusión de aquellos sentidos, etc. Es probable que la cuestión resida en lo que dices: crecimos con un cúmulo de ilusiones que o no se han llevado a efecto, o lo han hecho a medias o simplemente se han agotado y no dieron más de sí en un momento dado. Y las ilusiones son eso, tiempo ideal, representaciones inasibles, y lo comprobamos en muchas facetas de nuestra vida personal y colectiva. No se trata de añorar el pasado, aunque recordar determinados episodios cuando estamos en crisis sea recurrente y nos enternezca, pero no sé cómo se puede sentir añoranza por el futuro. El futuro es lo que no tenemos. Nadie lo tiene. Otra cosa es que temamos que se nos rompa el plan de vida, sea por crisis generalizada social o por edad y quiebra de salud. Pero ¿no es ese temor tan antiguo como la humanidad? Sé que daría para mucho coloquio este tema, pero con los apuntes que vamos dejando en los comments ya damos algunas puntadas (apuntes...puntadas...¿una equivalencia entre tejer y articular la comunicación?)

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