jueves, 29 de noviembre de 2018

Revelaciones reveladoras de mi amigo Max




Yo de niño quería ser misionero, dice mi amigo Max, vuelto provisionalmente de su aislamiento. Ha dejado de leer los titulares del periódico para prepararme un café denso, que me sabe como nunca. Max tiene buena mano para bendecir el café, logrando un punto exquisito. ¿Le viene de su estancia en lejanos rincones del planeta? A punto estuve de irme para allá, continua, y suena a revelación. Quería salvar almas de negritos en el África profunda. Al fin y al cabo había dos clérigos en la familia paterna que andaban por aquellos lares, y cuando venían de visita comentaban sus peripecias con todo género de detalles. ¿Reales o inventados? Nunca lo supe con precisión, aunque más tarde pude deducir. Mi oído infantil tomaba sus descripciones, algo exageradas, por relatos poco menos que épicos. Que si los indígenas estaban deseando ser bautizados, que si todas aquellas gentes eran solícitas y generosas, que en su modestia de medios les llenaban de obsequios, que eran gentes muy dóciles, que habían destruido sus ídolos para hallar al verdadero Creador, que progresaban en la catequesis, que los niños eran riquísimos, que cascabas un huevo de avestruz sobre una piedra y al momento se freía, sin más, por efecto del intenso sol. Aquella mezcla de experiencias personales, paisajes bellísimos y entrega mutua entre nativos y misioneros me enardecía. De todo, todo, lo que más me estimulaba era ganar almas para la causa de la Verdad única, en la que en nuestra ensoñación infantil creíamos, y  nos obligaban a creer. Cuando me quedaba solo soñaba -ya había leído algo sobre Livingstone y Stanley- con el corazón amplio de aquel continente. ¿Qué podía saber un niño sino de la bondad, arrojo y dedicación de los inocentes misioneros? El mundo real, ah, era solamente ese. Que misioneros y agentes comerciales, políticos o militares solían ir de la mano fue algo de lo que me enteré ya de mayorcito. Aquella enraizada idea de que los nativos nos reclamaban -y es que me sentía tan vinculado a la pureza y justificación de la causa cristiana que pensaba de ese modo-  consolidaba en mi mente el anhelo por ir a redimirlos. Rezaba por ellos, en mis fantasías diseñaba pedagogía sobre ellos, husmeaba mapas muy genéricos sobre las vastas extensiones sub ecuatoriales, leía vidas de santos que se habían entregado a los paganos. Max detiene su narración. Aprovecho. Pero todo aquello, ¿cómo llegaste a superarlo? Una noche tuve una pesadilla, responde Max, en que los caníbales me comían. 




(Imagen: isla de Sentinel del Norte, en el archipiélago Andamán, Océano Índico)


lunes, 26 de noviembre de 2018

La estrategia del traidor y del héroe que nos dejó Bertolucci






De joven me intrigó la película de Bertolucci La estrategia de la araña. Hoy, décadas después de verla por primera vez, he vuelto a ella. Me ha seguido fascinando. Es lo que tiene cierto cine, cierto estilo, cierto autor. Va más allá de un guión -en este caso tan inspirado en el cuento Tema del traidor y del héroe, de Borges- para proporcionarnos un ambiente que hace presente el pasado, un encuadre y un movimiento de la cámara que nos concede nuestro tiempo reflexivo, unos tipos de personajes que son intrahistoria, unas interpretaciones bordadas. Y todo para acercarnos a la belleza barroca en medio de un desierto de ancianos. A las evocaciones propias de las leyendas. A la eterna polémica de si hay que remover lo pretérito. Por supuesto, me he obligado también a releer el cuento borgiano, una narración impecable y precisa en tres páginas. Tal vez quiero ver -no sé si en mi afán por sacar las cosas de quicio- una metáfora de la vida tal cual, donde todos jugamos el papel contradictorio de héroes y traidores en tantos aspectos. O simplemente con nosotros mismos. El antifascismo italiano en el film de Bertolucci o la resistencia decimonónica irlandesa en el relato de Borges son solo la excusa, nada baladí, por cierto, y dos territorios donde tiene lugar el desarrollo de una ingeniosa treta acerca de la apariencia y la realidad. Acerca de la mitificación de lo reconocido y del silencio de lo oculto.  Y como todo mito de héroes y malvados, no suele ser del gusto de las sociedades que lo rinden culto andar cuestionándolo. Hay otras películas -fue Bertolucci tan prolífico- que suenan más, que gustan más, que recaban más la atención de la masa espectadora. Sin desdeñar otra parte de su filmografía escojo Strategia del ragno para el leve homenaje al director que se fue hoy.







sábado, 24 de noviembre de 2018

Naxos. Obsequio





















"...flores de la roca, rostros
que llegaron cuando nadie hablaba y me hablaron
que me dejaron tocarlos tras el silencio
entre los pinos las adelfas y los sicómoros".

Yorgos Seferis, Cuaderno de ejercicios. Mythistórima



¿Para quién recoges flores?, pregunta Naxos a una joven. Alguien muy importante debe ser para que las arranques y no las dejes crecer. La presencia imprevista de Naxos la asusta, no así la admonición encubierta que recibe. Mira, extranjero, ¿acaso no sabes que si no se recogen a tiempo se marchitarán igualmente?, le responde ella con una dulzura que desarma al hombre. ¿No te han explicado nunca que las flores y las plantas crecen para que hagamos de ellas un objeto de ofrecimiento o bien para sanar nuestros males? Tanto tiempo navegando ¿te ha hecho olvidar acaso cómo es la vida en tierra firme? Además, ¿no hacías como yo cuando eras niño? Alguna chica habría a la que dedicaras la flor más bella. O ella a ti. Al fin y al cabo lo que una mujer o un hombre espera del otro cuando le ofrecen una flor no es solo su apariencia, sino sobre todo la intención. Naxos se queda admirado del desparpajo de la mujer. No sabe bien si en ese momento es su amor propio o la capacidad de razonamiento la que le lleva a seguir argumentando. ¿Quieres decir que una flor es un puente que se tiende entre dos personas? No solo entre dos personas, responde ella, sino entre una persona y la divinidad, entre alguien y el destino, entre uno y el anhelo. Él la provoca. Y tú, ahora, ¿para quién las recoges? ¿Para un dios o para lo que es visible? ¿Para un héroe caído o para un mortal que sobrevive? ¿Para un amor entregado o para una reparación por la pérdida? ¿O acaso para ti misma, buscando el deleite de su contemplación? Ay, forastero, cualquier excusa es útil, le mantiene el pulso la joven. Pues la intención que hay siempre detrás es el goce. El que nos llega por los sentidos, sea el aroma, su forma deslumbrante o la compensación que proporciona el obsequiar o ser obsequiado. Mira, compruébalo tú mismo. Naxos se siente azarado. Había olvidado ya a qué huele una flor y cómo es su textura, reconoce mientras sujeta con cuidado los tallos. Apenas recordaba su belleza. Respecto a ser objeto de un obsequio te diré que durante estos años solo he recibido el salitre del océano y el abrasamiento con que el sol y el viento herían mi piel. Estás con buena gente, dice la mujer. Aquí, entre nosotros, podrás recuperar no solo tus fuerzas físicas o compensarte de la soledad íntima en que te has sentido tanto tiempo, sino retomar aquel otro vigor que emana del sentimiento. ¿Crees, dice Naxos, que a la adivina también le gustarán estas flores? La muchacha rompe a reír. Naxos, tú toma lo que está al alcance, acepta la ofrenda que cualquiera ponga en tu presencia. La naturaleza es generosa y los pétalos se expandirán para ti desde las miradas, las palabras o las manos del donante que te aprecie.




(Fotografía de Ata Kandó)   


miércoles, 21 de noviembre de 2018

Naxos. Habla el hombre que se busca





















"...yo fui el mundo en que anduve, y lo que vi
o sentí o escuché venía de mí mismo;
y me encontré a mí mismo más real, más extraño".

Wallace Stevens, Té en el palacio de Hoon.



Esto es lo que queda después de que una ciudad es asolada, reflexionó Naxos. Pero esta gente quiere sobrevivir. Necesita sobreponerse. Las ruinas acabarán sepultadas, los hombres y las mujeres pueden ser recuperados cuando todos estos adolescentes crezcan y tomen las riendas.  ¿Bastará el esfuerzo y el relevo de generaciones? ¿Qué deparará el azar a esta ciudad apagada? Si yo buscara la comodidad o al menos la atracción de urbes pujantes debería irme, como hicieron mis compañeros. ¿Qué me retiene aquí? Estas gentes me toman por un remero pacífico, sin embargo ignoran que también me prepararon para la ocupación de aldeas o puestos de vigilancia costeros. No tengo las manos manchadas con la sangre que vertieron mis jefes, pero he sido cómplice. He coreado sus triunfos mezquinos, me he aprovechado del botín, he ido relatando como gestas lo que solamente era pillaje. Pero en las horas de reposo me avergonzaba de no haber reaccionado contra mi sino. Ahora que compruebo las tropelías que otros, otros no muy diferentes a los nuestros, cometieron con esta población, pienso en aquellas noches en que me acechaba un oscuro bochorno, que me laceraba un arrepentimiento inútil, aunque no podía cambiar nada. ¿No podía cambiar nada? ¿No podía buscar otra manera de vivir? ¿No podía aprender de quienes practican oficios o artes constructivas? ¿No podía, en fin, poner tierra o mar de por medio? Pensamientos de esta clase me asaltaban en mi soledad. En la vorágine de aquella dependencia de los hombres de armas, de los aventureros, de quienes proclamaban que para proteger a nuestro pueblo había que impedir que otros pueblos nos hostigaran, el lado oscuro de mí se inflamaba y cedía a la institución más fuerte. Cuando Odiseo me ofreció partir con él me pareció que se abría una luz en mi negro desasosiego. Toda aventura implica también uso de fuerza, si es preciso, pero no se mostraba como objetivo la dominación y el sometimiento sobre otros. Pensé: este viaje con Odiseo va a ser diferente, aun sospechando que hay monstruos y manifestaciones no expresamente humanas que surgirían para entorpecer la ruta. ¿Estaría también Odiseo harto de disciplinas, acciones de castigo y sufrimiento de propios y ajenos? ¿Buscaba un destino distinto al de sus orígenes, esperando revelaciones o confiando en los dioses? Sin embargo, alguien como él, que había sido un guerrero nato, jamás se quita el estigma. Y dentro de sí se debatía el hombre feroz junto al hombre de ingenio, el personaje que nos exigía a todos y el que con su determinación nos salvaba llegado el momento de los peligros. ¿Soñaba Odiseo con su futuro y nos condicionaba a los demás, arrastrándonos a una suerte incierta? A medida que los días pasaban y la navegación se convertía en una condena, yo necesitaba desprenderme del ilusorio plan que él nos marcase. No veía mi futuro, ni con él ni con mis compañeros ni con aquellas aspiraciones vagas pero apasionadas que él metía en nuestras cabezas. Hoy aquí, entre esta gente, me dejo llevar. Con su sencillez hurgan en mis sentimientos, con su compasión aprovisionan mi recóndita fecundidad.  ¿Debo verme en mi honda desnudez, como recomendó la adivina, para reponerme del pasado?  




(Fotografía de Ata Kandó)


martes, 20 de noviembre de 2018

Una medalla para la Renault, el reconocimiento de los trabajadores y la sombra del detenido Ghosn




No soy dado a traer aquí cuestiones determinadas de política municipal, pero alguna que otra vez cedo porque hay algo que me enternece. A la vez que algo me indigna. La empresa de automóviles RENAULT, conocida en Valladolid como FASA, que lleva instalada desde la década de los cincuenta del siglo pasado, y que llegó a tener de plantilla quince o dieciséis mil trabajadores -los métodos productivos adoptados y la robotización diezmaron considerablemente su número en las últimas décadas y escandalosamente sus puestos fijos-, ha sido distinguida recientemente por el consistorio vallisoletano con la concesión de la Medalla de Oro de la Ciudad. Por cierto, a propuesta del PP. Uno de esos gestos simbólicos y siempre discutibles que todos los municipios suelen tener con determinados personajes o entes que se supone han sido decisivos o al menos importantes en una etapa histórica.

Hay mucho de ornato y adoración, como pasa con todos los premios y reconocimientos que a lo largo y ancho de este mundo se conceden para mayor pompa, honor y gloria humanoide. Pero siempre hay algo más detrás. FASA-RENAULT es la empresa que desde los 60 jugó el papel dinamizador por excelencia en Valladolid, como anteriormente, durante el siglo XIX y parte del XX, lo fueron los Ferrocarriles de la Compañía del Norte, denominada tras la Guerra Civil RENFE. ¿Quiere decir esto que todo ese papel y éxito solo  es debido al capital y al enfoque de mercado de la empresa? ¿Sólo han sido los modelos producidos, la propaganda derrochada y las demandas del mercado las que han proporcionado las ventas?  ¿Solo han supuesto los trabajadores una pieza en el engranaje productivo y un valor de uso permanente? ¿No se han debido también al esfuerzo del empleado las ganancias que ha obtenido la Renault? ¿No han contado las múltiples y constantes subvenciones que la Administración Pública les ha concedido, sobre todo cuando la empresa lloraba y se sentía disconforme con la presión de las huelgas y amenazaba con la deslocalización? Preguntas de un obrero ante el libro...de los hechos, que hubiera dicho Brecht actualizando el poema célebre.

Ahora que acaba de ser detenido en Japón Carlos Ghosn, presidente de la compañía (Renault-Nissan-Mitsubishi), bajo la acusación de fraude fiscal, el tema de la medalla otorgada por el consistorio vallisoletano adquiere un punto de reflexión a mayores. Pero eso lo dejo a cada cual.

Una concejala del grupo municipal Valladolid toma la palabra pronunció las siguientes palabras, matizando la posición de su grupo al respecto. Que no es sino el pensamiento de muchos ciudadanos y no digamos de cuántos trabajadores en activo y de los ex obreros de la factoría. Reconocer a una empresa o a sus directivos sin tener suficientemente en cuenta a los trabajadores que a lo largo de décadas han dejado su piel en los ritmos productivos de RENAULT es dar un título de vanidad a medias.






PD. No, no voy de precampaña electoral alguna. No estoy en ese mundo, que ya me cuesta bastante representarme a mí mismo ante mí mismo. Simplemente que me gusta aquello que se dice en castellano viejo ¿o ya viene desde el roman paladino?:  al pan, pan, y al vino, vino. Es decir: claridad, sensatez, verdad. Permitidme este paréntesis, mañana seguiré de nuevo los pasos del joven remero Naxos en busca de su mundo. Ya entonces también él sabía de lo que era estar en la cadena de montaje, perdón, de transporte, de una nave.




sábado, 17 de noviembre de 2018

Arte de tapiar, arte de descubrir




Una vez vi en Salamanca esta puerta de hoja pétrea. Si fuera uno correcto debería haber dicho condenada. Pero ¿y si la puerta dispone de un mecanismo oculto cuya clave para abrir está reservada a los iniciados de algún conciliábulo perdido en el tiempo? De puerta falsa, nada. Objétese, si se quiere, que no sigue los cánones de una puerta común, que a primera vista no lleva a ningún interior, o que sufrió el castigo por algún comportamiento herético. Puertas de esta guisa disparan nuestra imaginación, si no somos lineales. Sin embargo el arte después del arte proporciona ingeniosas salidas para que un contra uso no desmerezca a la vista. Y que además sugieran. En este caso el impulso de pararme fue porque me veía ante el lienzo de un edificio chimú, y ya sé que Perú queda lejos, pero también que el denostado y no bien comprendido proceso del descubrimiento y conquista españoles de lo que se dio en llamar América proporcionó ideas de vuelta. Así que en medio de mi ensoñación tuve que cerciorarme de que estaba en la secular, católica y trentina Salamanca, capaz de generar tanto ideas prácticas de la ciencia y el conocimiento como argumentos esotéricos y teológicos de cerrazón al pensamiento. ¿Era esta puerta un ejemplo de esto último o una muestra de rebeldía adoptando un modelo de allende los océanos? Los amantes de las rarezas, del esplendor de las ruinas o simplemente del atrevimiento contra natura -natura social sobre todo-  somos así. Echando mano del tópico que dice que nada se crea ni nada se destruye quienes nos perdemos en lo irregular, lo cóncavo, lo lateral y lo no aparente gozamos del descubrimiento callejero, por nimio que sea. Y nos da por ver cada cosa...con tal de no aceptar por las buenas las explicaciones que nos han dado siempre.




jueves, 15 de noviembre de 2018

Naxos. La integración




"Un remo y una casa cosida con cordajes,
de madera que protege del mar,
aquí me transportó, con brisas y a resguardo
de tormentas. Y no me quejo".


Esquilo. Suplicantes.



Al sentir que una ola golpeaba su rostro Naxos se incorporó impetuoso. La agilidad del salto asustó al grupo de jóvenes que le había estado observando durante el sueño, haciendo conjeturas sobre él. Dieron un paso atrás. Por un instante confuso, el que hace habitar al hombre en el vacío, sin saber si aún pertenece al sueño o es ya eternidad, Naxos temió estar sujeto a la trirreme. Incluso su cuerpo osciló al compás de unos brazos que trazaban el ademán del remo, provocando la risa de los curiosos. De pronto él rió también. El lenguaje de la risa no requiere de aprendizajes, no divide ni aleja, no enfrenta ni hacer estar en guardia. La risa abre unos hombres a otros. Pero la risa también cesa. Naxos miró en derredor. A corta distancia varios hombres lanzaban las redes de pesca. Unas mujeres transportaban agua en grandes vasijas de barro, mientras otras llevaban sobre su cerviz un hato de sarmiento seco. Una familia de hortelanos se dirigía hacia la parte de la ciudad que no había sido excesivamente dañada, para vender sus frutos y hortalizas. Naxos percibió en todo aquel movimiento unos signos de vida que le hicieron animarse. Mientras queden pobladores la ciudad existe, pensó. No es, pues, una ciudad condenada a morir. Suficiente garantía para que se reconstruya de nuevo. Se sorprendió de identificarse tan pronto con aquella urbe de la que desconocía el nombre. Luego volvió a su obsesión. Esta gente debe saber de la adivina, podrán informarme cómo dar con ella más allá de mis sueños. Pero la necesidad más elemental siempre se impone al pensamiento y los anhelos. Al caminar se sintió flojo, urgido de probar bocado, sediento por la exposición al sol y al esfuerzo de sus exploraciones. Hablaron a su espalda. Seas náufrago o desertor o extraviado viajero, no debes descuidar tu alimento, le dijo una anciana que observó su andar quebradizo. Mis años me han hecho observadora y me dicen que ni tú ni tus amigos llegasteis a esta costa para saquear o aprovecharos de nuestros jóvenes. Que los demás remeros se marcharan por su cuenta y tú hayas decidido quedarte aún dice más a tu favor. Esté o no tu sitio en esta ciudad maltratada mi deber es procurar tu bien inmediato. Acompáñame hasta mi casa, allí comerás y podrás entretenerte con los juegos de ingenio de mis hijos. ¿Era aquella sinceridad y el modesto ofrecimiento de la anciana lo que confería a Naxos una seguridad novedosa? ¿Se trataba de una visión deslumbrante que ofrecía paz y ayuda, y que sustituía la vida de forzado remero y eventual combatiente que había tenido hasta entonces? ¿Debo probar, se preguntó el joven, una vida con esta gente, haciendo lo que hacen, conduciéndome como se conducen, arropándome a ellos como ellos se apoyan en medio de la desgracia? Naxos sonrió a la anciana y se dejó llevar. Dejó de pensar en su objeto de seducción. La mujer de las profecías bien puede esperar, habló para sí sarcástico, casi traicionero. 




(Fotografía de Ata Kandó)


lunes, 12 de noviembre de 2018

Naxos. El sueño puro




















"He conversado en sueños
contigo, diosa de Chipre".

Safo de Mitilene



En la extensión del sueño que no cesaba, Naxos se dejó acoger por una placidez como jamás había tenido en su vida de remero. Entonces solo cabía despertar de improviso, desvelado por los gritos enfadados de Odiseo, zarandeado por su compañero más próximo, calado por un oleaje que se sublevaba peligrosamente. Alarmados todos los tripulantes por el bajío próximo al litoral, la angustia les arrancaba del sopor y el eventual descanso. En los sueños de navegante de Naxos las vidas sufridas y las imaginarias se mezclaban sin orden ni tregua. La penosidad y la insatisfacción destronaban de inmediato cualquier clase de idea o ficción que le compensase. Los despertares le malhumoraban. La repentina actividad frenética aceleraba su cuerpo y reducía su espíritu. Los anhelos que las ensoñaciones permitían aflorar se alejaban de continuo. El deseo, siempre encendido en un joven como él, mostraba su faz más huidiza hasta resultar doloroso y desconocido. El instinto solamente existía para vivir en una guardia atenazante y en un esfuerzo sin fin. El precio de la supervivencia. En cambio, inmerso en el sueño de la nueva tierra, se sintió familiar, protagonista, reforzado. ¿Hay algo que sea más propio del hombre que las sensaciones? ¿Existe algo más íntimo que el disfrute onírico de unas imágenes que se construyen sin riesgo? Bailaba sobre las aguas, era recibido por los supervivientes de la ciudad, las muchachas y los efebos se lo sorteaban. Todos querían escuchar sus aventuras, saber a dónde conducían los mares que él había recorrido, cómo eran y se manifestaban los habitantes de lejanas urbes, si estas se asemejaban a la que acababan de perder. O si su cuerpo, más allá de la apariencia, era tan incitante y cálido como el de los hombres a los que habían amado y que perecieron o fueron convertidos en cautivos tras la devastación. Pero incluso en sueños Naxos dirigía la vista hacia todas partes, buscando a la adivina que, en medio de la febrilidad placentera, se convertía en servidora del templo si no en la diosa misma. Imaginaba rituales donde la solicitud y la concesión entre aquella sacerdotisa y él se intercambiaban gozosamente. Los sueños edifican la parte de la vida que los mortales no han probado o han visto quebrar. Él, que apenas había oído hablar de cómo se había generado el mundo, ni de qué dioses habían creado los espacios terrestres y acuáticos, ni de los repartos de funciones que iba a tener cada divinidad, ni de los favores y condenas que les iban a enfrentar entre sí produciendo el auge de unos y la caída de otros, ni de los castigos ominosos a aquellos humanos que trataran de escalar por encima de sus destinos, se asombraba de las ocurrencias que emergían de lo más profundo del sueño. Jamás había acudido a rito alguno y el templo, como el mercado o la plaza de los debates públicos, era un recinto prohibido de cuyas servidoras se hablaba con misterio y respeto. Tales sueños, no demasiado alejados de la realidad, se hilaban y descosían en aquella playa donde Naxos reposaba. Podría decirse que incluso al otro lado de la frontera somnolienta se hacía más intensa y perentoria la búsqueda de la mujer de las profecías. 



(Fotografía de Ata Kandó)


domingo, 11 de noviembre de 2018

Aforismo del desaliento (recurso Max Estrella)





Como aquel de la viñeta de Mingote se encuentra uno ciertos días, cada vez más días. Buscando chiste que alivie, pero las páginas de la prensa no conceden tregua. Oh, no es el mensajero el culpable. Es a los emisores y a los receptores en la espiral de la incertidumbre a los que cabe señalar. Acaso haya que aplicar aquello que decía el esteta Max Estrella en Luces de bohemia: "La deformación deja de serlo cuando está sujeta a una matemática perfecta. Mi estética actual es transformar con matemática de espejo cóncavo las normas clásicas". ¿Intentar llegar más allá de la impotencia y los límites del quejido? No te dejan.




viernes, 9 de noviembre de 2018

Naxos. La aparición




















   "Pues la purpúrea espalda de la mar
me empujó hasta la tierra
   y en una angosta orilla yazgo inerte".

Ánite de Tegea.



¿Por qué me buscas?, susurra una voz con cierta displicencia. ¿No sabes acaso que me debo al destino?  Nadie que tenga claro su futuro acude a mí. Y tú, ya has elegido. ¿Crees que estoy para vigilar tus pasos? No creas que mi misión es prevenirte de los errores y auspiciar los aciertos. Ni para ti ni para ningún hombre, sea majestad, artesano o remero. Aunque todos recurran a mí para que les saque de la confusión de la que no se atreven por sí mismos a salir. Te buscaba sin saber por qué, responde Naxos. He tomado un lado del camino, el que me separa del pasado pero también de la aventura de mis compañeros que buscan el suyo como un solo hombre. Ya sé que debo descubrir con precaución la otra parte, la que debe hacerme crecer y por lo tanto conocer. Si te asalta ahora la duda, haberte quedado con ellos, le responde la voz. Naxos percibe que aquel tono, aunque manifiesta autoridad, no es de una persona anciana ni tan resentida con el mundo como quiere aparentar. La voz no cesa en sus amonestaciones. ¿O acaso se te ha ocurrido pensar que tu sitio está entre estos despojos de ciudad, por muy bello que sea el panorama desde la altura? No sé por qué me sujeta este lugar, dice él. Acaso porque disipa mis incertidumbres. O porque fuerzas menos racionales exigen de mi juventud satisfacciones instintivas, inmediatas. De entre el juego de luces una figura de mujer se ha aproximado al joven. La seguridad que uno encuentra en la sugestión no es siempre lo más aconsejable, le advierte con un gesto comprensivo que él agradece. Debes estar cansado de la vida que dejaste atrás y no quieres agitarte con nuevas aventuras que te agotarían más sin saber qué te pueden proporcionar. Tienes mucho caminar por delante. ¿Para qué correr? Además, ya he visto que no eres como los remeros que llegaron contigo. Ellos ya no quieren saber, quieren poseer. Pero la ambición les llevará por la senda equivocada antes o después. Protégete de esa provocación que el alma de todo humano oculta. ¿Eres aquella que yo busco?, pregunta Naxos a la discreta criatura. Eso te lo tienes que responder tú. Mientras te aclaras en la búsqueda me revelaré en la noche de tus sueños.




(Fotografía de Ata Kandó)


miércoles, 7 de noviembre de 2018

Naxos. El pasado desde la altura





















"El caminante vagaba de los tilos hasta el borde
rocoso de las breñas y, buscando más allá del horizonte,
lanzaba su mirada al mar".

Francesc Cornadó, Der Wanderer, de Jardí ardent.




Cuánto tiempo hacía, se admira Naxos, que no contemplaba el mar desde una altura como esta. De niños subíamos a los farallones a despedir a los navegantes. Ellos, orgullosos y esperanzados, nos decían adiós con los remos. Muchos no volvieron nunca, nadie sabe si desaparecieron en la travesía o si llegaron a tierras lejanas. Todos hablaban de los riesgos, pero el mar atraía. No bastaba la pesca próxima, había que ir más allá para encontrar mercancías que avezados marinos nos mostraban ostentosamente al retornar. No se distinguía bien entonces qué tenían estos de comerciantes o de nautas, ni qué fue transformando a unos y otros en un nuevo oficio que a veces se triplicaba. Las ofertas de colaborar en hazañas guerreras de conquista estaban bien pagadas y hubo tantos que se dejaron tentar. Además los éxitos bélicos facilitaban también los negocios. Había quienes opinaban: el dinero abundante merece que se corran riesgos. Las tormentas, las naves enemigas, las enfermedades, los naufragios no arredraban a los vecinos que partieron. ¿Qué sabían ellos de las penurias hasta que las padecieron? El hombre solo entiende cuando sufre en su propia carne. E incluso sabiéndolo vuelve a las andadas porque la miseria mata más que las empresas inciertas. Sin embargo, ¿cuántos de los que partieron regresaron con riquezas que justificaran la aventura? También yo me dejé incitar por por el mar y por lo que contaban que había al otro lado del mar. Por qué me apunté a la travesía de Odiseo solo me lo explico por mi manera de ser ingenua. Odiseo no buscaba especiales bienes, ni famas que levantaran leyendas, ni hacer de su personalidad una imagen que deslumbrara. Toda su obstinación le llevaba a perseguir una tierra utópica, donde la gente viviera con más armonía y el amor, decía, no se acabara nunca. Los demás compañeros buscaban algo más que objetivos ideales y vagos. Seguramente les motivaba a ello la mejora de las familias que habían dejado atrás, o el hambre que habían padecido. O la ambición, que al más humilde y sensato de los mortales acaba despojando de la prudencia. Que Odiseo prometiera que íbamos a alcanzar una costa nueva y diferente de todas las costas conocidas a mí me sonaba muy bien. Hace unos meses, cuando embarqué, no exigía nada más. Yo buscaba la aventura por la aventura. ¿Qué otro fin puede proponerse un joven que aún no ha recorrido mundo? Pero mis compañeros acabaron hastiados de las veleidades de Odiseo, que rechazaba cuanto se le iba ofreciendo por la travesía, si bien hay que reconocerle su capacidad para deshacerse de los monstruos. Los monstruos más peligrosos no son los que aparecen físicamente ante nosotros, esgrimiendo fuerza o malas intenciones, sino los que ocupan nuestra mente y nos arrastran hasta las caídas más expuestas. ¿Por qué abandoné también al jefe y me sumé a la deslealtad de los demás? Tampoco yo comprendía muy bien la finalidad de Odiseo. Quiero aún disfrutar de un mundo dentro de este mundo. ¿Que he elegido una opción solitaria y condenada al fracaso? Sé que eso piensa el grupo que se ha adentrado en este país, pero ¿tienen acaso ellos más posibilidades de sobrevivir?

Cae la tarde y los pensamientos han dejado al joven extenuado. Baja de la ladera hasta la playa. Se acuesta sobre la arena. La luz del cielo se vuelve líquida y le parece ver en el mar lejanos planetas. Uno de ellos se aproxima, pero Naxos no se estremece. El agotamiento le vence. ¿Volverán por aquella costa las antiguas figuraciones que tentaron a Odiseo y a sus compañeros?





(Fotografía de Ata Kandó)


sábado, 3 de noviembre de 2018

Naxos. Tras la pitonisa




"Acuérdate de quienes olvidan la dirección del camino".

Heráclito.


Un hombre solo no es un hombre abandonado. Puede sumirse en el desconcierto, la incertidumbre, la indecisión. Puede equivocarse, pagar las consecuencias de una errada elección. Pero siempre tendrá una contrapartida: saber un poco más, aprender a distinguir, reintentar. Cualquier situación que elija, cualquier acontecimiento al que haga frente, independientemente del resultado,  le ratifica como individuo que se crece en sus dificultades y busca superarlas. Naturalmente, puede perecer a cada paso. Pero esa condición humana, esa herencia que como hijos del Universo nos limita y aflige, que puede otorgar al hombre un sentimiento de fragilidad también, le hace ser consciente de la fuerza relativa que ha transportado con él. No pesan tanto los bienes obtenidos como la satisfacción del camino andado. He vivido, dicen muchos hombres con rictus de satisfacción en el momento de la muerte. En ese instante inevitable en que la soledad sí que es también abandono. Naxos piensa en todo ello mientras mira en derredor, sabiendo que no cambiará de opinión y no irá en busca de sus compañeros. ¿Es su juventud, que no valora con suficiente conocimiento los peligros, lo que impone la aventura en solitario? Aun sin saber qué le espera quiere hallar a la adivina. ¿Para recibir consejo? Ha hecho un ovillo con sus pensamientos, no cesa de dar vueltas a su determinación. Siempre me habían dicho que las profetisas son mujeres mayores, transgresoras temidas, huidizas de la sociedad y a salvo del compromiso con los hombres, pero la que nos ha recibido, no obstante la distancia mantenida, tenía un perfil más jovial y una voz próxima. Hay algo en ella que me ha afectado y que antes no había percibido de nadie. Pero una adivina, ¿es acaso una mujer corriente? ¿Será su ascendencia de sabia respetada lo que me ha impresionado? Si la encuentro, ¿querrá recibirme o mantendrá esa especie de sacralidad con que se rodean las de su oficio? ¿O tal vez me evitará porque puede temer que yo sea como aquellos que destruyeron la ciudad, su ágora y sus templos? Naxos escala por la ladera, sobrepasa la altura de las ruinas y busca en las oquedades de la montaña que protege de los vientos del interior del territorio. No quiere herir el silencio, no pronuncia nombre alguno, no se mueve con aspavientos. La pitonisa no puede estar muy lejos, piensa, y se sienta a contemplar el océano de tonos brillantes mientras aguza el oído. Cadenciosos y nostálgicos le llegan los sonidos familiares que emite el oleaje dócil.  





(Fotografía de Ata Kandó)