martes, 7 de noviembre de 2017

Recurriendo a Michel de Montaigne





















Cuando leo a un clásico no solo leo lo moderno, lo actual, sino incluso la novedad. Se puede objetar que la novedad de un clásico no es novedad en nuestros tiempos. Pero lo que aparece ahora es efímero y urgente, y aunque nos toca a todos se no suele escapar a menudo su comprensión. Nos cuesta captar cada experiencia cotidiana y mucho más asimilarla. Conocer es un proceso  que, acaso, cuanto más lento y medido más entidad y calado posee. Por ello me parece necesario recurrir al clásico, no obstante las propias dificultades y límites que yo tenga para acceder a él, porque asienta y me descubre el concepto de las cosas. Y su perspectiva y la mía. Es frecuente escuchar cuando se cita a un autor de hace siglos: pero eso ya lo sabemos. Y quien así habla lo dice con la osadía de creer que lo sabe todo. Prefiero verlo de otro modo, pues la condición que nos trae la edad avanzada no es que nos creamos sabios sino que descubramos que el relativo conocimiento de hoy nos ha llegado porque hubo sabios desde hace milenios. Y opto entonces, al acercarme a un clásico, por una suerte de consolación para mis cuitas personales y en lo que me toca de las colectivas, que me proporciona afirmación, y también cierto grado de seguridad y una nada desdeñable porción de equilibrio

Busco la confortación en cuanto han podido escribir los sabios del pasado. La miseria política que vivimos últimamente, cuya situación no niego que resulte atractiva y apasionada para muchos, está produciendo no solamente un desequilibrio en la situación económica y hasta cierto punto política de todo el país, cuyo precio a pagar puede ser alto. Está causando estragos en las relaciones de convivencia, problemas en la comprensión de de lo que acontece  y situaciones de nerviosismo, confusión y estrés en muchos individuos. Es probable que a  aquellas personas que menos se interesen por los temas políticos o menos se hayan acercado a entender la situación apenas les afecte. Pero hay otra parte de individuos, más sensibilizados, que han desarrollado, con sus luces y sombras, un grado de cultura política importante dentro de ellos, que lo están pasando mal. Naturalmente ello me conduce automáticamente a preguntarme: con la disponibilidad abierta y fructífera de una vida que se nos ofrece para procurar vivirla con satisfacción y salud, dentro de las posibilidades y márgenes que la condición social actual nos coloca, ¿cómo podemos perder el tiempo, la energía y la buena relación con los otros a cuenta de veleidades pasajeras, invenciones siniestras y ambiciones sin límite de minorías que las construyen sobre la manipulación y el seguimiento de una determinada cantidad de súbditos?

Dice Michel de Montaigne en su ensayo La semejanza de los hijos con los padres:

"La salud es algo precioso, y lo único que merece en verdad que se emplee no sólo tiempo, sudor, esfuerzo y bienes, sino incluso la vida en su búsqueda, porque sin ella la vida nos resulta penosa. Placer, sabiduría, ciencia y virtud, sin ella, se empañan y desvanecen; y, a los más firmes y vigorosos razonamientos que la filosofía pretenda imprimirnos en sentido contrario, no tenemos más que oponerle la imagen de Platón golpeado por la epilepsia o por una apoplejía, y retarlo en este supuesto a llamar en su ayuda a las ricas facultades de su alma. Cualquier vida que nos lleve a la salud no puede decirse en mi opinión ni dura ni cara."

Y es que en los días aviesos y conflictivos que nos tocan vivir, ojalá no más graves en el futuro, uno no puede conformarse con leer noticias y comentarios en aquella parte de prensa relativamente creíble. Mucho menos atender a tertulianos televisivos cuyos límites o servicio al amo son perceptibles. Los entresijos de las formas, los movimientos en la ardiente oscuridad que se traen la clase política y la económica, en los distintos planos, globales y locales, las jugadas de ajedrez de aprendices y maestros del juego de recorrido largo, no nos explican demasiado. Y sí nos desgastan considerablemente. Tener que escuchar últimamente a gente sesuda decir que está hasta las narices o que a la mierda la política es preocupante. Si los inteligentes dejan el terreno expedito a los mediocres -y sospecho que en la comunidad del país donde hay ahora un contradictorio conflicto que les encanta exportar ha sucedido así, y tampoco se puede hacer cantos de buena gobernación a los que dirigen el Estado central- estamos perdidos. Que no hagan mella en nuestra salud personal y colaborativa entre ciudadanos. Sería lo último. La antesala de algo mucho peor. Para cuidarme, para curarme, busco y rebusco en los clásicos.




10 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Por supuesto, vista la mierda que impera en el ruedo ibérico. Si al menos la mierda fuera orgánica tendríamos garantizados unos frutos saludables. Pero lo que hay es sustancia tóxica, hermano. El que piense lo contrario que lo diga y me argumente.

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  2. https://elpais.com/ccaa/2017/11/06/madrid/1509985125_818003.html

    Me encuentro esto en la prensa, simple pero testimonial, por si los pijos de ahora quieren tomar nota. Saludo, Fackel.

    Fermín.

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    1. Bueno, seguro que tal personaje tuvo experiencias duras en su carne por la época en que las sufrió. Este hombre ya debió ser muy crítico con el PCE desde hace décadas en que muchos en Cataluña se separaron y formaron partido aparte. Es decir, que sus resquemores con los ex ya los tenía desde hace mucho. Pero comparto el sentido de agravio que manifiesta debido al énfasis que ponen los secesionistas. A estos les viene bien cualquier medida en contra porque la explotan en su desmedido victimismo, y claro, están insultando la memoria de los antifranquistas de verdad. Gracias por el enlace.

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  3. Siempre vigente, extraordinario Montaigne, anti-platónico como corresponde. Modernísimo, actual.
    Salud
    Cornadó

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    1. Recomendable al máximo. No en vano hay varias ediciones modernas, la que tengo es de Acantilado. Le afectaron tantas cosas y de tantas maneras que es difícil que el lector actual no encuentre símiles. Como además es un autor que hace más preguntas que obtener respuestas resulta de lo más fresco y abierto. En leer cosas así hay que ocuparse en lugar de los devaneos que llevan al fanatismo visceral y a la pérdida de tiempo. Salud.

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  4. No sabes hasta que punto comparto esas palabras. Puede que se trate de una cuestión generacional. Lo cierto es que llevo un tiempo, seguramente propiciado por acontecimientos externos, en el que puedo percibir hasta qué punto me arropan no solo los clásicos sino tantos hálitos de vida diversos de quienes y a los cuales debo mi consciencia de estancia temporal en el planeta. Resulta un consuelo puesto que el entorno se ha tornado tan hostil a mi actual sensibilidad.
    .

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    1. En parte puede ser por lo que dices, que ratifico con mi experiencia. Otra cosa de la que me doy cuenta es que los de nuestra generación no leímos en su momento lo más interesante, o apenas una mínima parte de ello, y bueno, acaso aunque lo hubiéramos hecho no lo habríamos asimilado. Tampoco en España se conocían muchas obras o no nos eran facilitadas, en fin. Nunca es tarde. Y leer no requiere presura, sino todo lo contrario.

      Yo imagino la lectura ahora o mejor dicho el mundo de los libros como un jardín con abundancia de frutos. Que estén a nuestra disposición es maravilla y privilegio. Comamos lo que nos apetezca, el jardín seguirá tras nuestro paso. No olvides que el primer fruto -según el mito del Génesis-
      ya fue prohibido bajo la metáfora de una manzana (ahora sería un libro) puesto que implicaba el acceso al conocimiento, es decir, a la distinción y la elección, a la capacidad de razonar y de transformar, lo que precisamente nos hace seres racionales.

      ¿Sabes dónde residió el triunfo de la Reforma protestante? Nada menos que debido a la imprenta. Cuando las impugnaciones de Lutero ya llevaban cuarenta años editando miles de obras. Eso facilitó la difusión de nuevas ideas y el acceso más amplio entre los que aún eran pocos sabiendo leer. Pero claro unos leían a otros también.

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  5. Un consuelo leer a Montaigne, añade un lugar apacible y con vistas para relajar la vista y rumiar lo leído, y tiene el antídoto ante tanta toxicidad. Seguirá el ambiente empozoñado, pero al menos los lectores de Montaigne respiraremos con mascarilla protectora. Montaigne vivió los coletazos de las guerras de religión, un odio idéntico al que siembran las guerras identitarias.

    Abrazo

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    1. En sus letras late la inquietud del viviente, pero trata de recapacitar y racionalizar lo que experimenta. Creo que los ensayos son verdaderos blogs de su tiempo.

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