sábado, 11 de noviembre de 2017

Amores efímeros. La higuera




Sube tú primero, animó a la niña. Esperó a que ella trepara por el tronco inclinado de la higuera. Observaba fascinado sus piernas blancas y flacuchas que se hacían más largas a medida que el vestido de tirantes blanco se le recogía. Luego desaparecían tras una nube desconocida. Algún día le preguntaré cómo, pensó el niño. No te arañes con la corteza del tronco al subir, dijo ella, yo me quedo aquí apoyada. La vio como una exploradora alcanzando la cima, acariciando las hojas aterciopeladas de la higuera. La chica arrancó una y la hizo girar entre sus dedos por el tallo. Cuando llegues tengo un abanico para ti, ya te queda poco. 

Las brevas lucían su color morado suntuoso, algunas ligeramente rajadas debido a su madurez. El niño se recostó en otra rama gruesa cercana a aquella donde estaba la chica. Las hojas esbeltas le acariciaban la cara, escondiéndole parte de la figura de la niña. Respiró hondo tras el esfuerzo. ¿Tienes calor? Toma, puedes abanicarte, dijo ella y a continuación siguió hablando con tono imperativo, pero cariñoso. Cierra los ojos. Ahora abre la boca y prueba despacio, y extendió su mano. Las brevas hay que comerlas sin prisa y relamerse. El niño olió la piel de su amiga y obedeció. Muerde sin miedo. Sintió la aproximación de aquella pulpa delicada y jugosa. De pronto desobedeció y abrió los ojos. La contempló primero deslumbrado, también ansioso. Después la cató. ¿A que está dulce?, dijo con énfasis la niña a su compañero de juegos. Éste afirmó con la cabeza y siguió llenando su boca con la delicia azucarada del fruto. Abriré una para ti, le dijo a la niña. 

Cuando se sacudió las tiras de la piel del fruto, que se le habían pegado a sus dedos, eligió una breva de buen tamaño, sin fisuras. La que le pareció más esbelta y tierna. ¿Sabes que la forma de la Tierra es como una breva?, le dijo y la chica rió la ocurrencia. La desgajó en dos partes. Mejor la compartimos, tú te comes una mitad y yo la otra, será como una ceremonia, le ofreció. ¿Como los novios cuando se casan?, replicó la niña. Más que casarse. Yo te daré mi parte y tú la tuya, tenemos que comer de la mano el uno del otro, propuso el chico. Y eso ¿qué quiere decir?, replicó gozosa la niña. Pero él no quiso o no supo responder. Ambos comieron despacio de la vulva pulposa que se ofrecían mutuamente en sus manos extensas, como platos. Mordían a cachitos; ahora tú, ahora yo. Ahora me hace cosquillas tu lengua. Ahora tiemblo cuando tú me la das. Mientras, sentían cómo las morreras resecaban el perfil de sus labios. 

Al niño le pareció que los ojos de la chica crecían a medida que devoraba el fruto. Ella creyó ver en la mirada de él un carrusel de luces que oscilaban de color por momentos. Espera, me toca a mí abrir otra, dijo cuando terminaron. ¿No crees que nos caerá mal comer tantas?, y el chico habló como si fuera de pronto un adulto prudente. Será la penúltima, dijo la niña con picardía. Además, ¿no ves que nos las comemos a medias?




(Fotografía de Marianne Breslauer)

14 comentarios:

  1. Me ha gustado el relato. Será porque me hago viejo y me empieza a gustar lo dulce.
    Un abrazo

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    1. Nos gusta lo dulce y lo agrio del pasado. Simplemente porque fue algo que vivimos y hoy recreamos en un modo que creemos que fue y en cierto modo como nos hubiera gustado que fuera y en cierto modo como ahora lo imaginamos o ensoñamos. Un abrazo.

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  2. Magistral escena donde las emociones y los gestos son descriptos con puntillosa y poética sensibilidad. Me encantó. Pude verlos
    =)

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    1. La higuera es un árbol que a lo largo de mi vida estuvo presente, primero como real y alcanzable, después como recuerdo, hoy como anhelo de lo perdido. Ya ves. Debe ser por eso mismo que intento aún ver la higuera, sus frutos y mis cómplices y amores de aquel tiempo dorado.

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  3. Bella historia. Conozco a una niña que para trepar árboles usaba pantalón corto, si los niños podían ella también. Por qué no?
    Cuando vine a vivir a Majadahonda el lugar estaba plagado de higueras y ya con los niños muy pequeños amortizaba los paseos poniéndonos morados a higos y a moras. Padre ausente y pasota. Los pijos de mis vecinos no tenían ni puñetera idea....mejor para nosotros. Después múltiples edificaciones se cargaron los campos. Ahora cuando paseo con los perros compruebo que tan solo han sobrevivido dos higueras resecas donde si algún fruto se atreve a brotar es rápidamente arrancado por ....vaya vd. a saber quién...aunque lo sospecho.
    Una fortuna haber disfrutado de las higueras de nuestro pasado. Siguen presentes en mi mente así como el goce del placer de arrancar sus frutos maduros.
    Higueras mesetarias, que las periféricas también alimentaron mis estancias. Una forma gozosa de interpretar algo añejo tan natural.

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    1. El ficus mora por todas partes, el territorio mediterráneo extenso, sea de costa o interior, acogió de tal manera la especie que dejó menores los relatos bíblicos en torno a ella. Una fortuna, sí, aquellos disfrutes. La exuberancia y majestuosidad del árbol, la soberbia textura de su fruto, la accesible verticalidad que permitía mucho más, por ejemplo, el escondite. He pasado tormentas en mi infancia acoplado a la base de una higuera donde junto con alguna hojalata y otros materiales de desechos edificábamos cabañas de una resistencia insólita. Sin técnicos, sin arquitectos, sin normas, sin ley. ¡Y no nos mojábamos! Acaso algún día me entren ganas de narrar historias bajo la higuera.

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    1. NO sé. Aquellas situaciones eran muy introvertidas.

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  5. http://jardin-mundani.blogspot.com.es/2012/11/las-higueras-mas-bellas-del-mundo.html

    será por higueras, me encantan !

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    1. Qué maravilla, no imaginé nunca que hubiera tantas modalidades, digamos. Y la página es preciosa. Ver las fotos y sentir es todo una. Muchas gracias.

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  6. Lo que se comporte no hace daño.

    Saludos,

    J.

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    1. Así es. Y no pasando de la medida no hay indigestión. Y si se comparte, no te cuento cómo sabe. ¿Por qué muchas conductas y cosas de la infancia tienen tanto poder simbólico para el resto de la vida?

      Saludos.

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  7. Me has hecho recordar un almendro. Yo era niño y ella una niña que tenía un par de años más que yo.

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    1. Huy, qué peligrosa esa situación...jaj. Nunca he vuelto a saber lo que era subirse a higueras, perales, manzanos y nogales. Donde yo pasaba los veranos no había almendros, acaso por el clima más norteño.

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