domingo, 29 de octubre de 2017

Amores efímeros. El niño y la trapecista





Su agitación infantil le llevaba a sentirla así. Fascinación por el nombre mágico de la artista, primero. Emoción por el ejercicio perfecto, después. Un cosquilleo eufórico cada vez que fantaseaba que ambos trabajaban juntos en las alturas, más tarde, al encontrarse solo. Cuando terminó el número espectacular el niño se escapó de la compañía de su familia y fue al encuentro de la trapecista. Yo hago lo que tú, la dijo ingenuamente. La trapecista, en su asombro, no se rió. Cubrió con un albornoz el sudor de su piel. Luego le pidió que le explicara cómo lo hacía. El niño le contó entonces que todos los veranos montaban algunos chicos del barrio un circo para los chavales de la vecindad. No un circo como el vuestro, pero casi, le dijo. Que tardaban muchos días en levantarlo, que les entretenía mucho y que se repartían papeles. El más irritable de la panda hacía de domador, ayudado de un perro dócil que atendía a todas sus órdenes, el divertido de payaso, varios habilidosos iban de malabaristas, una chica que destacaba por ser la mar de decidida tenía que arrojar los cuchillos contra el hermano pequeño, el chico más tímido tenía como misión acomodar al público, y él con su mejor amigo eran los saltimbanquis. Se tiraban desde los nogales, multiplicando piruetas, o hacían acrobacias en el columpio sujeto de las ramas. Mientras se limpiaba el maquillaje que el calor de las luces había desfigurado la trapecista le preguntó: ¿Te gustaría trabajar conmigo en el circo? Él no se lo creyó. Todo quedó enmudecido a su alrededor. Las llamadas de los padres no las escuchaba, ignoraba los gritos de sus hermanos buscándole, el resto de números de la función no existían ya para él. ¿Así, por las buenas?, respondió con pasmo y voz quebradiza. ¿No quieres ver primero lo que hago? Además tendría que venir mi amigo porque sin él no estarían completos algunos números. La trapecista acarició la cabeza del chico y le dijo con dulzura: sólo te quiero a ti. Pero que sepas antes de nada que aquí trabajamos sin red. El niño no dudó. Estoy acostumbrado a hacer equilibrios en los árboles sin red, ¿quieres verlo?

  

La trapecista Pinito del Oro murió el pasado miércoles, ya muy mayor. Creo que buscaré en las calles de mis recuerdos aquellos carteles enormes donde se anunciaba su actuación estelar. Y aquella función memorable donde la vi en sus desafíos al vacío. 


16 comentarios:

  1. No tenía red.
    Su marido siempre estaba debajo para amortiguar su caída por si se producía.
    Fue la mejor.
    un abrazo

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    1. Al niño le resultó espectacular. Claro que al niño le resultaba espectacular y admirable todo en las funciones circenses. Gracias, Miquel. (Por cierto, más de una vez se rompió un brazo el marido, con el que se entendía mejor en la función de circo que en la función de la vida ordinaria, dicen)

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  2. Una persona muy especial, me caía muy bien por motivos que he olvidado. Lo que más me agradaba del circo era su nomadismo y vivir en roulotte. Cosas de críos!

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    1. Y más cuando vimos aquella película "El mayor espectáculo del mundo". Cosas que no se olvidan.

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  3. Me encanta el trapecio, sobre todo cuando era una niña. Pinito era un prodigio y bien podía haber sido la estrella del Cirque du Soleil.

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    1. La seducción y arte de las alturas, donde el cuerpo de los elegidos echaba pulso a la ley de la gravedad. Cómo nos atraían aquellos espectáculos hoy desplazados prácticamente al olvido.

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  4. Muchas artes van extinguiéndose poco a poco y, con cada uno de ellos, nos vamos quedando un poco más vacíos...

    Saludos,

    J.

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    1. Menos mal que nos queda la memoria, aunque a las nuevas generaciones les suena a chino o a cuento del abuelito. Saludos.

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  5. Fue grande y su recuerdo se ha instalado incluso en el lenguaje. Una referencia para siempre.

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    1. Es curioso cómo fenómenos así pueden permanecer como referencias en nuestro cerebro.

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  6. anda! Lo estaba leyendo y me parecía una metáfora de la actualidad!!!

    yo en el circo lo pasaba fatal, sufría por la seguridad de los acróbatas y trapecistas, por los latigazos de los domadores, por la poca dignidad que les quedaba aquellos pobres caniches disfrazados con faldas y tutus... de bien pequeña me negué a ir...

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    1. ¿De verdad creías que era una metáfora? No lo pretendí. De metáfora en este caso solo hay la palabra circo, pero a base de repetir la realidad tildándola de circo creo que desprestigiamos el concepto noble de circo y el oficio de quienes trabajaban en los circos.

      Está claro que cada uno responde ante un espectáculo de manera diferente. También había partes que me daban más pena que otras pero se compensaban, y lo arriesgado siempre me ha cautivado. Tengo mi reconocimiento para aquel mundo prácticamente periclitado. Y los recuerdos y la emulación infantil tal como se relata en la entrada.

      Gracias por comentar.

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  7. Todos los veranos llega el "Circo italiano" a Bilbao, pero hace mucho que no voy. Ahora lo que se lleva son los circos sin animales como "El Circo del Sol" o el "Circo Eloize".

    Las vidas de los artistas del circo y de sus hijos son distintas. Nomadismo, no escolarización, aprendizaje del oficio desde los 3/5 años.

    Vi a Pinito del Oro de pequeña. Una artista fascinante.

    El circo siempre permanece vivo en la memoria de los sueños. Nos conecta con la infancia y con el reencantamiento del mundo a través de lo nuevo, lo asombroso, lo increíble. Nos saca de nuestra zona de confort...

    Un abrazo de febrero...

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    1. Muchos hijos de artistas del circo saben mucho, también se enseñan entre ellos, no sabría decir mucho más. El circo fue una de las señas de mi infancia, siempre expectante ante su llegada, no me planteaba lo de os animales como ahora se plantean, no sé. Me hacía soñar con mundos diferentes. El circo es parte de mi educación sentimental. Jugábamos a hacer circos, y yo era buen funambulista y bastante payaso.

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  8. Qué hermosos son los circos. Además de presentar números fascinantes son el símbolo de un tipo de vida ya casi extinguida.

    A mí me hacen soñar.

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