La espera ha sido en vano. Hoy tampoco llega. La amante ocasional se ha vuelto a presentar a la hora convenida pero su hombre no aparece. Quisiera creer que es accidental, que ha perdido el ferry, que le han entretenido en Barreiro. Tentada está de tomar el catamarán que acaba de dejar a los pasajeros del último servicio, a punto de partir para efectuar idéntica ruta. No es mujer de dejarse desbordar por sorpresas, pero sí de flaquear con dudas. Y las dudas engendran siempre desasosiego e incertidumbre. Si voy allí acaso le vea, sé dónde se detiene cuando sale del trabajo, pero no le gustará. Eso piensa. Además no debo ponerle en evidencia. Ver a su mujer no es algo que me importe, pero no estoy dispuesta a crearle problemas añadidos. Aunque bien pensado, ¿quién los genera? ¿Acaso yo, que me he dejado seducir como una novata? Pero ¿qué digo? Si ha sido cosa mía encandilarle a él sin apenas esfuerzo. No, no iré. Seguro que me llamará más tarde. Alguna complicación, un nuevo pedido en la fábrica, una avería de su moto. Estoy acostumbrada a estos vaivenes. Él nunca obra con mala intención. No puedo pretender que con el ajetreo que se trae sea puntual o cumpla con la cita. Además, sé que no ve sino por mis ojos, si bien este tipo de amor siempre resulta complicado. Debo asumir que una relación rara, pero de peso, como la nuestra es sacrificada. Que ambos quisiéramos más, que yo estoy libre pero él no ha tomado todavía suficiente libertad para que lo nuestro se equilibre. O acaso es mejor así. Un amor tortuoso es un aliciente. Exige que cada día se sienta renovado, y todo lo que lleva consigo, el impulso, el riesgo, la atención secreta, todo eso atrae y atrapa. Si pongo en la balanza lo que recibo y lo que no me llega pesa más lo primero, porque lo que me da él se valora más en calidad que en frecuencia. Una vez leí en un relato de trovadores que cierta aldeana joven que traía locos a todos los hombres de la comarca fue seducida por un poeta que pasaba por las villas del reino. Éste le prometió volver en cuanto se lo permitiera su actividad de aedo, pero no apareció. Ella se justificaba no solo por los amores de los que había gozado con él, no obstante su brevedad, sino por los cantos que el trovador la llegó a enseñar en su estancia pasajera. Nadie lo pudo entender jamás, y la mujer se fue ajando sin otras pretensiones que una espera sin fin. Yo lo comprendo, cuando lees historias de este jaez piensas que son irreales, pero ahora lo entiendo. No queda de bajar nadie de los que llegan de Barreiro, no importa. Seguro que tengo noticias del hombre más tarde. No me voy a enfadar por ello. Él admira que yo tenga una paciencia larga con la situación. Dice más cosas, como que nunca había conocido a nadie que supiera llevar de manera tan prudente las dificultades, que cuanto más cuesta soportar separaciones indeseadas más fidelidad se genera entre ambos, que los dos nos forjamos más intensamente en nuestros sentimientos. Tampoco me engaño, sé que todo esto suena a literatura, y prefiero verlo así, como parte de un argumento que nos embauca a los dos, o que me envuelve alocadamente a mí sola, pero que evita momentos de tensión excesiva o palía rupturas violentas. Mañana no fallará, no me cabe duda. Me cite o no de nuevo mañana volveré a la misma hora.
Bonita historia, espero que recuperable.
ResponderEliminarVaya usted a saber.
EliminarMundos de sueños que nos sostienen.
ResponderEliminarUn texto que engancha.
Un abrazo, Fackel.
Sueños y fantasías para no llegar no se sabe a dónde.
EliminarPersevera, persevera y triunfarás.
ResponderEliminarAl menos eso dicen.
Saludos,
J.
Los que más perseveran son los que sueñan, creo.
EliminarHay personas que tienen miedo a eso, a que su vida suene a literatura. Al fin y al cabo, somos historias que narrar...
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo. Vivimos entre ficciones, fantasías, engaños y adaptaciones, todo eso es real, por supuesto, no hay división tajante y exclusiva en nuestras vidas, el que lo crea se miente a sí mismo.
EliminarDe tanto tropezar con la misma piedra caerás en los brazos equivocados, lejos de la pasión que nunca llega.
ResponderEliminarO acaso es que aún azuzan pasiones pendientes, ni se sabe.
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