"Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora campos de soledad, mustio collado, fueron ...", me vinieron a la mente los versos de aprendizaje forzoso de adolescencia, pero los deseché. Las piedras, de hercúleas acrópolis o humildes ermitas, quedaron donde el destino quiso. El destino de los desafueros, menosprecios u olvidos producto de los hechos de los hombres, naturalmente. Al fin y al cabo, ¿no es el destino de una piedra trascenderse en edificio o retornar a los orígenes? Trascender es metamorfosearse, aspirar a otra vida -otra función, otro rol, otro quehacer- en esta vida. Hay algo que me horroriza últimamente y es la vigencia de cierto lenguaje humano que, ingenuamente, creía superado. Los hombres aspiran a su trascendencia, dicen ciertos descubridores del vacío. Es una de esas frases con las que se pretende resumir lo que algunos llaman la capacidad espiritual del hombre. Lo que alimenta aún esas formas primitivas devenidas en religiones. Estas gentes no es que ignoren del todo la obra secular, poderosa y práctica de los hombres, sin la que no estaríamos aquí, sino que la regatean, la minusvaloran, pretenden quitarle importancia, si no desdeñar su influencia y harta determinación sobre las formas de vida y de pensamiento. Ay, la trascendencia metafísica, cuánta ignorancia en tu pomposo nombre. Y esto en tiempos de la revolución de las ondas gravitacionales, cuyo descubrimiento nos va a hacer trascender, ay, no, perdón, lapsus pegajoso, nos va a permitir conocer no que somos como dioses, ni falta que nos hace, sino que somos consecuentes con la capacidad de investigación y comprensión de las vidas que hemos desarrollado durante siglos. Naturalmente, si a los descubrimientos físicos se añadiera una dosis definitiva de justicia, equidad y reparto de bienes, estaríamos más cerca del mundo feliz (no obstante mis dudas, aunque sí me deseo) Mientras no llega a alcanzarse este buen deseo, la lucha cotidiana del vivir, para algunos en condiciones tan extremas, centrará nuestras existencias. Vivamos de metamorfosis que nos hagan sentir lo que somos y lo que no somos. ¿Las piedras? Que se sigan desgastando en la intemperie. Peor es la intemperie humana.
¡Cuanto dolor de cabeza nos ha traído ese afán de algunos por hacernos trascender a toda costa desde los campos en ruina de una humanidad privada de lo humano y maltratada siglo tras siglo por lo divino!.Excelente tu entrada, nos reconcilia con nosotros mismos en este mar revuelto donde los falsos profetas siguen sacando tajada a nuestra costa.
ResponderEliminarY mira que abundan en sus formas y expansión tales falsos profetas. Antídoto: pensamiento libre, inquisitivo y con personalidad, aunque cueste esfuerzo.
EliminarCreo que JOAQUIN GALÁN expresa claramente mi manera de pensar.
ResponderEliminarNo puedo añadir nada más.
Salut
Gracias por vuestra inquieta sensibilidad, Miquel.
Eliminary yo, que aspiro cada vez más a dejar poquita huella de mí...
ResponderEliminarLa justa, Pedro, la justa y si la aceptan tus descendientes.
EliminarMe parece que ha tiempo y sin enterarme del todo se despedazó mi trasc/t/ienda. Ahora aprendiendo a vivir ligero.
ResponderEliminarAprendamos ligero, no obstante las erosiones naturales.
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