Somos signos expulsados y azarosos. Se nos teme pero se nos ignora. Refrenamos la luz y se nos percibe como perturbación. Revitalizamos la tierra pero también la anegamos. Unos nos alaban y otros nos maldicen. Nuestros orígenes están en el cielo pero también en la fragilidad de los humanos. En ocasiones no nos distinguimos, salvo al rozar los labios de los individuos, en cuya labilidad descubrimos la alegría entusiasta o la angustia aflictiva. Traviesas o salvíficas las gotas nos brindamos para purificar el vórtice de emociones que los elementos y el hombre comparten.
Retrovisor sobresaliente que proyecta imagen sibarita. Enhorabuena por esa capacidad para encontrar belleza en lo insignificante.
ResponderEliminarPero si es que estaba aburrido y a la vez gozoso de ver caer la lluvia...
EliminarTan pequeñas y tan maravillosas. Origen y fin juntos y como tan bellamente has descrito su origen en el cielo y en la fragilidad de los humanos.
ResponderEliminarUn beso, Fackel.
Debe ser que la condición humana será también lluvia.
EliminarCreo que cada vez somos menos peligrosos, poco nos queda de signo y más de número. Jugamos un papel estadístico en el activo de sus balances.
ResponderEliminarSalud
Francesc Cornadó
Cierto y certero, hermano. Lo curioso es que se toma el simple número como esencia y se desaloja el signo como elemento magnético de la brújula que cada vez nos falta más. Y mientras el mundo de la seducción se impone para que quienes lo tienen claro comentan sus fechorías. Ay.
Eliminar