sábado, 19 de septiembre de 2015

Hallazgos: la suerte de un naipe















¿Quién no ha llorado alguna vez por una librería desaparecida? Yo, varias veces. A lo largo de décadas el fenómeno auge y decadencia ha tenido epítetos menos lustrosos. Arriesgado negocio, malas ventas, épocas estacionales, competencia desleal, nuevas tecnologías, poco fondo de mercancía, quiebra. cierre...El soponcio temporal por la desaparición de una librería, y más si éramos clientes y amigos (ese género mixtificado que ha dado siempre lugar a relaciones de amor y odio), ha sido suplido por una librería nueva más avant page o por la supervivencia de otras de las que no se sabe cómo vadean el temporal. Muchas han desaparecido para siempre. A otras se les ve venir. Hace poco leía que diariamente se cierran dos en este país de toros y pandereta. Los economistas de empresa y los técnicos de mercadotecnia dirán que algunas no han sabido adaptarse a los tiempos, que no han gestionado bien, que una cosa es el lado cultural y otro la vertiente mercancía pura y dura. Lo cierto es un tipo medio de librería va ya de funambulista. Los libreros que sabían ya desaparecieron hace mucho. Permanecen algunos, digamos, cariñosos.


(Aparece ahora la etiqueta en un libro de Ruedo Ibérico. La suerte de los naipes jugó una vez mal en aquella librería de Diagonal, que había sido un mito para muchos de nosotros en las décadas de los 60 y 70. No fueron ni copas ni oros lo que la mataron (¿o acaso la carencia de copas y oros?) y no tengo idea si los bastos y las espadas se aliaron o si fue la Transición insatisfecha, ahora que está de moda echar la culpa a ciclos cerrados. Lo que no había al público estaba en la trastienda y si no, y eras de confianza, te lo traían de la vecindad transpirenaica. ¿Repercutiría que en algún momento otras generaciones o las mismas dejaran de leer con la avidez acostumbrada? ¿Sería la competencia? ¿Se jubilaron de ilusiones los propietarios? Testigos habrá. Hoy el enemigo que batirá y rendirá a las librerías es otro. No hay más que ver a la gente por la calle o en el autobús)



2 comentarios:

  1. Además de bailarina (de ballet) la vocación desde mi más tierna infancia fue la de bibliotecaria. Puro instinto. También en mi primera infancia existió un librero cercano que me dejaba leer lo que me diera la gana bien escondida en su trastienda. Niña afortunada en muchos aspectos. A los 18 se fastidió la cuestión, me eché novio formal "por escapar de las garras de mi madre". Qué risa me entra: se parecían.

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    1. Un libro puede ser sucedáneo de un novio, ¿no? Eso leí una vez en un relato. Catalizamos a personajes de ficción y de realidad nosotros y los mixtificamos, sin que sepamos muy bien en ocasiones quién y qué es cada cual.

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