miércoles, 15 de julio de 2015

Ay














Qué hermosa palabra. Voluble, sensible, instintiva. De las que pueden existir sin pensamiento alguno detrás. De las que salen como por ensalmo. Es rápida, se prolonga, se repite, se desliza hasta la evasión. Es inteligente, como solo la inteligencia sabe gozar de tal condición: en lo más profundo de la materia de uno mismo. Es audaz, se precipita sin necesidad de razonamiento. Es benevolente, nos acompaña entre las fronteras quebradizas de la mente y la boca expresiva como ungüento del dolor o de la sorpresa, o probablemente de ambos. Es espontánea, interpreta el sufrimiento en su raíz. Es primigenia, nos hermana con cuantos mortales nos precedieron en sus ayes. Es correosa, capaz de impedir que enmudezcamos y nos rindamos a aquello que la causa. Si ay no se hubiera convertido en palabra existiría igualmente. Sería sustancia corporal, humor, reflejo, estímulo, emoción. Término paradójico: generado el ay por un dolor o un desajuste es capaz a su vez de generar en otros una sensación de puesta en guardia al escucharse. Cuando no de transmitir mensaje de aflicción o de daño y afectar a su vez. Absolutamente sublime. El ay desata compasión y se dice que detiene incluso al enemigo, siquiera por un instante. Pero ese instante puede ser decisivo.



(Fotografía de Lee Jeffries)

 

4 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Ay es enormemente expresiva, pero no es la única palabra que en su aparente modestia dice tanto.

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  2. Bellísimo texto. ¿Cómo pudiste encontrar tanto de una palabra tan pequeñita?

    Te felicito.

    Saludos

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    1. A veces no sabe si encontramos las palabras o ellas nos encuentran a nosotros, pero ésta anda siempre deambulando en el interior de nuestras casas-cuerpo, por motivos diferentes, claro. Muchas gracias.

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