viernes, 6 de febrero de 2015

Post scriptum: sueños tontos
















La noche pasada me desperté sobresaltado por mis sueños. En ellos aparecían en corro amigos y familiares, unos ya fallecidos, otros tal vez aún vivos pero de los que no sé nada. Esta gente hablaba con cordialidad y afición sobre las ganas de escribir. Todos cedían la palabra a mi amigo Xenophon, desaparecido en una travesía marina. Él relataba la galerna que llevó a la nave y a su tripulación al abismo y cómo se había salvado porque una grulla lo había sujetado con el pico antes de que se lo tragaran las aguas. Decía que, aunque nunca había sido de excesivas lecturas, su decisión de agradecer a los dioses su salvación era ponerse a escribir. Entonces otro de los asistentes, creo que Anthos, también muerto, con quien tanto había jugado de niño, le preguntaba que si para escribir había que haber padecido desdichas. Cuando Xenophon se disponía a responder intervenía, no sé a cuento de qué, un escultor célebre, cuyo nombre no recuerdo, que había vivido en otro tiempo en nuestra isla, y replicaba que no hacía falta viajar ni guerrear ni padecer infortunio para hacer cánticos sobre la vida. Que con solo imaginar y, sobre todo, fantasear sobre lo que se anhelaba, aquello que nunca se había conseguido, o cuanto se temía, aquello de lo que se huía, ya estaba uno en disposición de escribir. En aquel momento intervenía Icteo para romper una lanza en favor de los que nada más levantarse por la mañana se empeñan en habitar la jornada entre las letras, esforzándose aunque no se sientan comprendidos. Ellos leen, decía, pero también escuchan, pero también sueñan, pero también asimilan sus males y sus placeres, y de todo ello extraen la sustancia de las palabras. En ese momento, yo, que había estado callado en aquella reunión, exclamaba a gritos: ¡Las palabras son monstruos! Todo el mundo me miraba con sorpresa y yo no cesaba: ¡Pero las palabras están en el aire, flotan como aves fantásticas! Todo el mundo se quedó estupefacto y algunos extendían sus manos hacia mí pidiendo explicaciones, como si les molestara mi opinión. No sé si era Irana o tú, Safo, la que se ponía de mi parte y decía: las palabras vuelan, sí, hay que tomarlas o dejar que nos arrastren. Había mucho revuelo y nadie se entendía y me sentí muy agitado. 

El frescor que llegaba desde la costa me despejó. Me levanté y observé el cielo, buscando inútilmente. 



(Fotografía de Henry Cartier-Bresson)


10 comentarios:

  1. ¡Las palabras son monstruos! , sobre todo si tocan la tecla que tienen que tocar.

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    1. E incluso más cosas. Octavio Paz decía pestes de las palabras.

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  2. No em sembla un somni tonto, crear per haver sofert o desitjar gaudir em sembla molt raonable. De fet diuen que en un somni somniem el que temem i el que desitgem també.

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    1. Así es, probablemente el beneficio de los sueños es que es nuestro espejo invertido. Que allí aparezcan personajes conocidos, situaciones más o menos vividas o paisajes habituales es lo de menos.Es la sobredimensión y la subversión de la realidad consciente el gran fruto de los sueños. No creo en un catálogo de claves de los mismos, pero sí en que cada uno obtiene de los sueños materia posterior de reflexión. Pero aunque no medite mucho en ellos ya han cumplido su papel neuronal y emocional por unas horas.

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  3. Alguien hace cinco años escribió en la cabecera de su primer blog: "Las palabras son como fieras salvajes que te devoran si no les permites salir". Creo que nadie que visitara aquel blog se percataría y se las envainó . Recuerda tantos mundos visitados y desertados que confirmaron la sentencia. Intentó volver a adocenarse pero el sueño profundo, la peor de sus fieras, le devoró y sus palabras enmudecieron para el mundo y sus POMPAS. (de jabón, ojo). Fragilidad absoluta.

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  4. Un sueñazo plagado de musas y digno de una entrada espectacular.
    Muchos besos anisados.

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    1. En el mundo de la isla de Lesbos todo es posible, Sara, incluso lo anisado.

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