lunes, 6 de octubre de 2014

Copiando al Brumario






Todos los supuestos acontecimientos, que no novedades, aunque lo parezcan, que acarrean la historia del país me hacen pensar de un modo un tanto lateral. Esa fragua aparentemente anodina de sucesos en ciernes, que no novedades, coloca sobre el tapete el viejo juego de máscaras. Personalmente no espero demasiado, ni creo que las rupturas, del signo que sean, vayan a ser profundas y no sé hasta qué punto renovadoras. Acaso ni siquiera reales. Tal vez por ello, por esa condición subjetiva que me invade de hastío, repugnancia y conciencia de la dificultad de acabar con la cizaña presente, que establece un nexo con la mala hierba del pasado, es por lo que me acuerdo de pronto de una parrafada leída allá por los sesenta del siglo pasado, cuando los arriesgados ingenuos del momento creíamos que el cambio de las relaciones sociales y políticas eran como las cristianas: cuestión de fe.

"Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa... Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal. Así, Lutero se disfrazó de apóstol Pablo, la revolución de 1789-1814 se vistió alternativamente con el ropaje de la República romana y del Imperio romano, y la revolución de 1848 no supo hacer nada mejor que parodiar aquí al 1789 y allá la tradición revolucionaria de 1793 a 1795. Es como el principiante que ha aprendido un idioma nuevo: lo traduce siempre a su idioma nativo, pero sólo se asimila el espíritu del nuevo idioma y sólo es capaz de expresarse libremente en él cuando se mueve dentro de él sin reminiscencias y olvida en él su lenguaje natal".

Dejando de lado la mención a las crisis revolucionarias, que hoy día ni están claras ni se sabe hasta qué punto la sociedad las desea, esa operación de disfraz histórico parece seguir en activo más allá de lo descrito por Karl Marx en su El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte. Y no hago más que preguntarme de qué se disfraza o está a punto de hacerlo cada político del momento. ¿A qué juega el ínclito presidente del Gobierno? ¿De qué ropaje se cubre el no menos ínclito honorable a un nuevo Estado fuera del Estado? ¿Qué vestimenta va a ponerse la nueva promesa marketing del partido de la alternancia capitalista de oposición? ¿Qué papel cree que va a poder cumplir el joven mediático del irresistible ascenso en las encuestas? ¿Van a seguir disfrazándose de lo mismo los barones de todas la baronías paniaguadas? ¿Qué cruz están preparándose para cargar lo que queda de la izquierda honrada? Mientras, los poderes de verdad, los suprapoderes, los que están por encima de los que juegan la partida de ajedrez del momento, no necesitan disfrazarse de nada. Ellos tienen claro su papel, correcciones menores aparte, porque ya ganaron la partida hace tiempo. Su estatus de control y propiedad no se discute. ¿Otras instituciones? La más veterana y maniquea, la que te unge cuando naces y bendice a la nada cuando te mueres, en el mismo lado que ha estado toda la vida. A caballo ganador, que siempre es el mismo. La industria de disfraces, los roles del drama o de la comedia y las caretas para engañar a incautos, sea cual sea el territorio del país, van a manifestarse a todo trapo en los próximos meses. No creo que superen en imaginación a los carnavales.

  

(Imagen: mes Brumario, del Calendrier républicaine)


6 comentarios:

  1. "Mientras, los poderes de verdad [...] no necesitan disfrazarse de nada". Esa invisibilidad cuasi divina, que hace innecesario el disfraz de "los poderes de verdad", es obedientemente respetada y propiciada por los llamados medios de comunicación, cuyo fin es el de centrar nuestra atención en los camerinos de los mayordomos. Estamos obligados a construir el teatro, a erigir la tramoya, a representar la obra y a ser sus espectadores, pero no nos está permitido escribir el guión, y mucho menos dirigirla.
    Llega un momento en que, la única manera de eliminar la termita es quemando la viga. Pero, ¿por qué se detuvo Aníbal a las puertas de Roma?

    Gracias por tan espléndida e interesante reflexión. Saludos.

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    1. ¿Por qué se detuvo? ¿Habría modificado sustancialmente el resultado de la historia? Si es que la historia es un resultado, claro.

      Gracias por comprender mis cuitas, Loam.

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  2. Apareguts al món de la manera que som, sense poder triar cara, cos, país, pares i un llarg etc. és evident que no podem ser altra cosa que titelles. O pols d'estels, com deia Jules Renard.

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    1. Asumo ser polvo de estrellas, por ese sentido poético que le imprimió Renard y que eleva cualquier individuo. Pero rechazo que quieran que seamos marionetas, ordinarios consumidores y productores de beneficios para los infames. Mi fuero interno no se deja, aunque no hagan más que zarandearme. Salud siempre.

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  3. "Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces.Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa..." ¡Qué contundente! Y tan argentino...
    Saludos
    Marta

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    1. Contundente era, discutible también, como cualquier teoría, pero hay visiones que resultan difíciles de negar. Salud para ti, Marta.

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