El reloj se paró en mil novecientos cincuenta y tantos. Se escurrió del ojal del chaleco a donde estaba prendido en un atardecer de otoño. Las manos arrugadas que habitualmente lo consultaban se enfriaron. No solo apagó un tiempo, sino también una mirada. Y una afabilidad y una sonrisa de larga comisura. La cabal seducción del anciano dejó de marcar horas. Para el niño, aquello fue una suerte de primera perplejidad que iba a embargarle de manera consciente en su vida. Una palabra siempre escuchada pero que no había visto ponerse en escena le sacudió. Muerte. Nada que ver con las películas, ni con la abstracción con que los mayores gastaban el sustantivo. Morirse. La presencia del hombre muerto, no solo un verbo reflejo. El cadáver. Una apariencia, digna y casi entera, que el abuelo exhibía majestuosamente desde su falta de respiración. El significado de la ausencia de vida que, de momento, al niño no le conmovía. Tal era el poder de la perplejidad. Pero desde entonces empezó a saber que las palabras no son aéreas ni han llegado a construirse para pasatiempo o distracción. Que bajo las más estremecedoras fluye la utilidad y la exigencia de nombrar cada espacio de tiempo y de carne. Cada pérdida. ¿Siente el hombre de hoy el calor de otra mano del cual el metal del reloj no ha podido desprenderse todavía?
Parado el reloj, dices, conserva el calor de aquel que se apagó e hizo suyo la palabra y todas sus utilidades. Preguntas, más tarde, si el hombre de hoy - si es que entiendo qué es tal cosa - conserva el calor de otra mano, ese calor que el metal - tan aparentemente frío él en estúpida y reiterada imagen - sí parece mantener al abrigo, al cuidado de su inercia. Y me digo que, ay, quizás si son más fieles los objetos y, por eso, en el juicio los prefiere uno a los humanos, tan volubles en sus recuerdos. Sin embargo, se me ocurre, el hombre de hoy, sea yo el ejemplo, es el también esa materia y como tal, en la inercia de lo inerte, conservo todos los calores y los conservaré aún cuando sea calavera y huesos. Que los poetas no quieran ver en los mondos esqueletos esa huella de los viejos tactos y de la eterna templanza de aquellos que nos acariciaron, es su error. Porque la piel desparecida y cálida en contacto estuvo con los huesos y a ellos transmitió su sentido, aquel que el poeta asumía como el polvo enamorado que cierra el soneto... Y se me ocurre que es ese hombre de hoy el que deforma e interpreta, a veces, buscando la oculta ternura de las cosas. Esa es pequeña esperanza...
ResponderEliminarSaludos y aplausos al texto que medita
El hombre de hoy histórico, no solo en sentido general sino en el particular que soy yo mismo, por azar de circunstancias físicas, entre las cuales las temporales no son las más subestimables, teniendo en cuenta que muchos de mi época van cayendo a goteo.
EliminarEntonces, la fidelida de los objetos, mal que les pese, está ahí. Una fidelidad de la inercia. Mira, uno, que es bastante animista no obstante mi condición de "un sin dios ni religión ni otra serie de historias de vana invención", piensa que los objetos agradecen que alguien sentido los tome de vez en cuando, y que al manosearlos, jugar con ellos o contemplarlos, les otorgue nuevo valor, o una continuación de aquel que tuvieron en su momento, valor siempre irrepetible, como los afectos, los cariños, las ternuras o los amores, pero siempre susceptibles a ponerse en activo. No importa si los objetos proceden de un antepasado directo o se han guardado de la infancia. Yo tengo "amuletos" recibidos por los caminos más insospechados a lo largo de mi vida. Y los acojo con la misma receptividad que si hubieran sido de mi familia o mi clan, objetos de procedencia ignorada. Espero traerlos a esta página poco a poco. El hilo conductor de los objetos nos remite al hilo del laberinto, del cual nunca escapamos, y tienen significados por sí mismos, como lo tiene ese mismo hilo o el camino machadiano, todo metáforas.
Los humanos volubles. Obviamente. O en transición, es la propia condición de que nada hay seguro bajo nuestros pies. La seguridad es obsesión muy humana, pero choca con las características naturales. La tierra no para, las capas tectónicas no cesan en su fricción...¿cómo íbamos a permanecer los ignorantes humanos quietos, pues? Fantasías y veleidades que nunca alcanzaremos, pero en cuyo discurso o acaso solo transcurso habitamos. No menoscabo la inercia de lo inerte, siempre que seamos conscientes de su fuerza, no en el sentido de inacción. Pero, no obstante, lo consideremos como lo consideremos, la inercia es agua que pasa por un río (Heráclito) a la que nunca podemos escapar.
"Porque la piel desaparecida y cálida en contacto estuvo con los huesos y a ellos transmitió su sentido, aquel que el poeta asumía como el polvo enamorado que cierra el soneto..." Bestial conclusión relativa la que emites, lo que me confirma que Quevedo era un pensador de tomo y lomo, que no gastaba ese término, para el que la poesía era soporte, elemento de prospección y clamorosa relación de acontecimientos de la vida, la experiencia magna, hermano, con unos resultados contundentes.
Ese hombre de hoy, no solo el genérico abstracto e histórico, sino el yo mismo, sabe que deforma, que asimila, que adapta para sus necesidades el significado de los objetos en los cuales, o a través de los cuales, las dos cosas, halla la ternura necesaria para sus días, así como el agradecimiento a las herencias, tengan o no rostros.
Gracias por entrar de modo tan acertado en el sentido de lo que he escrito. Daría para más, pero ya sabes. Tiempo y ocasión espero que haya para seguir palpando las partículas del polvo del camino.
Un abrazo, Luis.
Comparto tu comentario. Además los objetos se encuentran magnetizados por todos quienes se esforzaron en imaginarios, crearlos e incluso utilizarlos. Ello les imprime una cierta sacralidad de muestra especie.
ResponderEliminarMe gusta trabajar con la materia como indican mis nada menos que. 12 trigonos de tierra con que me asomé a la ídem.
Últimamente me voy despidiendo mentalmente de tanto material, mucho mimado y esmeradamente protegido, que pronto me sobrevivirá. Emocionalmente les dejo mi mensaje de agradecimiento, como corresponde a la condición que fortuitamente me ha identificado durante esta ínfima ráfaga vital.
Bueno, si al menos te vas despidiendo de ellos amigable y enternecidamente seguro que las cositas que pasen a otras manos transmitirán tu calor.
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