En la apariencia de la noche, ausentes las palabras, dormidas las fuerzas, inmóvil la conciencia
el susurro toma poco a poco la voluntad del hombre. Aparcadas las imágenes del día y sorteadas las propuestas que no se llevaron a cabo se despliegan como un aura las horas inciertas. El hombre que se dispone a soñar se acomoda de la manera más cariñosa que le pide su cuerpo. Trata de desasirse de lo que no resolvió durante el día, de la pesadumbre por no hallar salida, un día más, al propio cerco. Se enroca en una satisfacción más intuida que confirmada. Dormir para purificarse, hallar un reposo no solo del desgaste de las energías sino de las desesperanzas. No se siente convocado por las expectativas que el tránsito de la noche suponía para él en otros tiempos. Ciertos lastres ha echado por la borda. Mas algunos tesoros que aún anhela no acaban de ser descubiertos debido a su actitud dubitativa. Las euforias han ido quedándose por el camino, acaso a la espera de un deslumbramiento ocasional. Los rastros de la curiosidad se difuminan, tratando de distinguir cada vez con mayor esmero lo que merece la pena. No es momento éste de dilucidar ni de decidir. El precio del insomnio turbaría el viaje del misterio. Cada noche el hombre se enfrenta con el misterio, se deja engullir. De tal captura se despertará inquieto pero sonriente por haberse liberado de los espectros. O bien con un bienestar al que responderá con lástima por la inanidad de lo vivido. El diálogo con el otro lado del umbral conduce al hombre a un espacio donde no hay disfraces. Él desea multiplicar las posibilidades que no le brindan las horas claras. Se sabe secuestrado pero feliz, a medida que se va desprendiendo del hombre formal para revelarse como el que cree auténtico. No deja de ser éste sino apenas un personaje posibilista, inaprensible, al que conduce de la mano el susurro. El roce de las sábanas, los leves ronquidos de la respiración, el movimiento para adaptarse a la matriz donde la ausencia no es vacío. Y una simulada voz que se va diluyendo y que le dice: eres y no eres. La última luz hará guardia en su lugar. La noche es ya él mismo, y lo acepta.
Duermen bien los que viven en coherencia. Que bonito has explicado el tránsito hacia el sueño.
ResponderEliminarLos incoherentes puede que duerman mejor todavía, depende el desasosiego que les cause sus incoherencias y la gravedad de sus actos, ¿no crees?
EliminarBona nit amic, em deixo sucumbir per la modorra i el cansament.
ResponderEliminarTal vegada la mort sigui una gran dormida, de mai tornar a ser per deixar que siguin altres.
Jo, tot i dormint, encara soc conscient de la tragedia humana.
Una abraçada
La muerte no es nada interesante, Gene, pues nada nos espera después. Me quedo en y con el sueño, donde todo es espectáculo gratis.
EliminarUn abrazo.