Hoy Job está receptivo y optimista; incluso silba, aunque no he podido saber si un arpegio de clásica o el himno de algún equipo. Creo haber encontrado la solución a mis angustias intestinales y no intestinales, me dice. Y yo: pues cuánto me alegro; ¿qué lectura o autor o viaje o paisaje o acontecimiento amoroso ha llegado a tu vida para hacerte caer del caballo? Él sigue silbando, me mira por encima del hombro como nunca lo había hecho. Soy un nombre normal, ¿sabes?, me responde, o mejor dicho, me he normalizado. Mira, de tener que pasar males que sean los del común de los mortales, me he dicho, así que me voy a dar al espectáculo deportivo, que es muy sano y se siente uno muy arropado. Y como quiero ser un hombre corriente, y poder tener conversación on line (sic) con todos y cada uno de mis vecinos, y pretendo mantener un buen nivel de convivencia y ser útil a la comunidad, pues me voy a ver todos los partidos de fútbol que pueda. Aún no sé cuáles, dice, pero de momento ya he empezado con uno, y creo que me haré un ferviente seguidor de La Roja. ¿Has visto la foto de La Roja?, dice, mira. Vaya, digo, se les ve impetuosos y entregados. Y él, silbando el himno nacional apostilla: Olé mis niños. Voy a ver si definitivamente pongo letra al himno, que estos chicos se lo merecen.
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