En esa mitad de la silla está mi presencia invisible. Cabemos los dos, me invitas. Aun próximos, ya juntos, no nos rozamos. Mañana yo ocuparé tu lugar y tú el mío. ¿Cambiaremos el espacio o alteraremos nuestra piel?, era tu diversión. Lo tuyo siempre fue el juego de espejos. Cada paisaje era un espejo; cada cuerpo, cada habitación, cada mueble, cada suelo. No nos vemos en un mero cristal, en él solo se muestra la apariencia, únicamente rige el sobrevuelo. Empezamos a percibirnos cuando se desata en nosotros el deseo de ser otro cuerpo, otro objeto, otro territorio. El reflejo en el cristal es la tentación de lo obvio. El otro, lo otro es la cercanía de la comprobación. Esa silla ocupa mi yo incorpóreo, pero se advierte algo de mi yo palpable. Cabemos los dos. Dos nombres que se pueden intercambiar, dos roles, dos experiencias vividas e infinitas soñadas. Vas y dices: no te muevas mientras se dispara la foto. En mi ubicación borrosa no me he movido. Los demás verán una silla a medio ocupar, y ríes. Solo tú y yo; solo yo y el hombre invisible, y ríes otra vez. Se me ocurre preguntarte: ¿Qué pensarás si el espectador mira más el lado vacío que el que tú sientas, Francesca? Pensaré en el deseo de ese hombre, has replicado resuelta. Llamas deseo a las ganas de ocupar otro espacio, yo te entiendo. Tú me deseas a mí porque, siquiera provisional y temporalmente, te apropias de mi cuerpo; eres mi cuerpo. Yo te deseo a ti porque disputas mi pertenencia de mí mismo. Intercambio. Ambos desnudos; tú visible en apariencia, yo desnudo en la opacidad que proporciona la mitad de la silla. ¿Verse o no verse definen la desnudez? La desnudez está en tu mirada, y me miras; a mí, el lejano y eternamente invisible.
Íntima pertenencia.Me gustó eso de "la cercanía de la comprobación".
ResponderEliminarUn abrazo
El tema de las identidades y pertenencias siempre persigue a los humanos, a algunos más que a otros. Un abrazo, Neo.
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