viernes, 3 de mayo de 2013

Los caminos de Job















Contempla la borrosidad de los caminos. Mire cual mire y en la dirección hacia donde se proyecten solo se muestran nítidos apenas unos metros. Pronto los caminos se funden con sus propios y frondosos márgenes. Y eso si no ha habido un movimiento agitado que haya levantado polvareda. Él creía antes que ésta era en sí la propiedad de los caminos. Ahora piensa que el problema consiste en su visión. Se siente por ello confundido y mira fijamente la tierra, donde no se refleja el cielo; donde el cielo, como la claridad del camino, está ausente.

    

(Fotografía de Lucien Clergue)


6 comentarios:

  1. Dura el camino una jornada y, después, se corre el peligro del final de la escapada. ¿Problema de la visión? No, es el camino en su avatar de senda el que juega con esas reglas de fusión de márgenes, de conversión del centro o eje en periferia o negación centrípeta.

    ¿Consecuencias prácticas? Camina no revienta.

    Saludos

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    1. Cierto, Luis. Con lo efímero que es todo y tal pareciera que saliéramos corriendo y de mala manera. Nuestra visión queda condicionada por los avatares. Pero deseo de caminar sin reventar se agradece. Ya lo creo.

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  2. muchos achacan a los pies sobre el largo camino, en general no se quiere andar por andar, pero el camino está y si no nos arriesgamos a buscar el mañana, sobreviviremos en lugar de vivir
    saludos

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    1. De supervivencia parece ir ahora la historia, Omar. Aquí por lo menos. No parece preocupar la infamia, que se ha instalado entre nosotros y sospecho que sine die.

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  3. - Ya ves tú. Por aquí andamos, el caminante solitario y la urraca ladrona. Por estos senderos, levantando acta de las cartografías y de los límites fronterizos: que si esta frontera fue trazada después de la guerra de los doscientos años, o aquel otro límite, trazado con la punta de la espada sobre el barro de la venganza y dibujado después en los mapas con tinta de color sangre. Total líneas que se dibujaron con la mano cerrada, a puñetazos. En definitiva, las fronteras son las que son, después de una tunda de puñetazos.

    Se nos ve la pinta de mala baba, de camineros antisociales, que clamamos como energúmenos siguiendo la larga trayectoria de las cunetas.

    Procuran echarnos de las ciudades. En la república no caben ni ruiseñores ni ciertos pajarracos, ni mucho menos una picaza de mal agüero y un caminante descreído -der wanderer como decían a los románticos.

    Algunos claman pidiendo fronteras. ¡Insensatos!

    - Nos toman por peones indigentes de las trochas y senderos, así de inofensivos. Ya nos vale, que si no, ya nos hubiesen estrujado, al wanderer y a la urraca. Eso sí, tras las persianas escuchan con sigilo nuestras pláticas para ver si atropan alguna pieza o algún trasto para amueblar sus mentes.

    En esta extensa red de caminos nos hemos encontrado con murallas de piedra que, ahora, no son otra cosa que elementos físicos del paisaje turístico y sin embargo, ante estas construcciones, nos invade un olor acre a orín que no puede ocultarnos el arbitrio y el engaño del constructor de muros.

    Tu, pajarraco, vuelas por encima de las murallas y bajo tus alas aparecen las líneas inmateriales de las fronteras. Éstas también están dibujadas en los mapas con la tinta indeleble de la infamia.

    Salud
    Francesc Cornadó

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    1. Tus deliciosos y, no obstante, ásperos relatos de "El caminante y la urraca" (El caminant i la garsa) son verdaderos cuentos morales. ¿Para tiempos muy inmorales? Eres un lujo descrptivo, Francesc.

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