lunes, 18 de febrero de 2013
La supervivencia o su ilusión
hubo un tiempo en que sentía la palabra como sorpresa; aparecía y desaparecía unos días sí y otros no; era una novedad; nunca sabía por dónde iba a llegarme; si formando parte de un título de película, desde una conversación cogida al vuelo o por una cita ininteligible que contenía un pequeño detalle que caía en barbecho; la palabra inesperada sabía rica porque era escasa; también porque se revelaba misteriosa; en su escasez rompía el esquema de todos los demás vocablos; en su misterio seducía para que se entrara en ella; para que se la dejara entrar; aquella palabra que llegaba por sorpresa me hacía pensar, una vez se había quedado circulando por alguna de mis venas; la repetía, pero no como un salmodio, sino como un beso; creo que había ocasiones en que la palabra había sido expresamente inventada para mí; nadie más la conocía; había amanecido con ella en mis labios; gustaba de estrenar humedad con la palabra inventada; por las noches habitaba con ella; las palabras de la noche son siempre más secretas, porque nos concentramos más en ellas; porque la noche propicia la intimidad con nuestras propias palabras; también era cálida, pues incluso su aspereza o su rigor alteraban su clima si se la aceptaba; la palabra casual hablaba conmigo y yo la tanteaba; aprendí a entregarme a la palabra voluntariamente; nada era tan elegido por mí como aquella entrega; una entrega que no me exigía renunciar; a diferencia de otras propuestas que el mundo adulto hacía al niño, exigiendo el cambio, insistiendo en la renuncia de la propia inocencia, la palabra ni siquiera me pedía que me entregara a ella; yo olía su sangre, yo probaba su carne, yo sentía su roce; me esforzaba en hablar con mis propias palabras; reflejo o pasión, soledad o encuentro, la palabra era generosa conmigo; se me devolvía multiplicada en gratitud; todo el saco de vocablos que nos ponían cada día de forma obligatoria entre nuestras manos nos hablaban de realidades lejanas; algunas a mí me parecían excesivamente remotas, aunque a fuerza de repetir, y de acatar, se me incorporaran hasta hacerme creer que las cosas nombradas, los paisajes citados, los números repetidos y las plegarias monótonas eran mi mundo; pero yo sabía que la palabra novedosa, la inventada, la que acariciaba, solo esa clase de palabra era la que me decía lo que había dentro de mí; me hago cargo, ahora que lo veo en el recorrido atroz -atroz porque el paso del tiempo es una atrocidad, simplemente por eso- percibo que una sola palabra podía conjurar mi distancia con el mundo; ¿porque me acercaba a él?; no, porque me mantenía en el mío; porque solo la supervivencia podía ser posible en la fecundidad de una sola palabra caída como simiente sobre mi cuerpo surco; todo el caos que me rodeaba -es caótico cuanto no se entiende, cuanto no llega, cuanto no es tuyo- lo revestían de orden; en el fondo jamás me lo creí; tantas cuantas veces repetía las omnipresentes letanías del orden tanto o más desasosiego generaban en mí; me martirizaban; anhelaba la noche o la niebla o o un rincón o el cobijo de una higuera o simplemente correr para ser fulminado por una palabra rayo; toda aquella serie de palabras novedosas, imaginadas, inventadas, besos, caricias, simientes o rayos, fueron quedando en alguna parte sin nombre de mí; espacio recóndito; territorio escondite; estancia de puertas falsas; sala laberíntica de espejos desfigurados; espelunca inexplorada y profunda; cuanto quedaba en mí me hacía; aún sigo buscando en mi interior la palabra reveladora de cada día; gota, miga o resquicio de luz; o como dice Tomás Segovia en un poema tenaz y posibilista como pocos:
Mientras no quiera el tiempo
Dejarme de su mano
Saldré cada mañana
A buscar con la misma reverencia
Mi diaria salvación por la palabra.
(Imagen fotográfica de Fan Ho)
Has traído a mi mente a Cortázar, Neruda y una amiga añorada, con tus palabras. Que poderosas són. Nos dan vida y nos matan sin que nos demos cuenta. No hay nada más hermoso, más cruel, más goloso. Bendita y maldita sea, la inventada, la no dicha, la repetida, la amagada. Al fin y al cabo, no són más que palabras.
ResponderEliminarhttp://sala-delectura.blogspot.com.es/2011/05/confieso-que-he-vivido-la-palabra.html
Pilar, creo que me comprendes y andamos por la misma onda. Es todo eso que dices de modo tan exacto y precioso, y más. Octavio Paz hablaba mucho de ello. Veo el enlace, muchas gracias.
Eliminarprecioso soliloquio Fackel
ResponderEliminarbuen día
Irene
Me alegro te guste, Irene. Bien estar siempre.
EliminarY cuando le leo le imagino con un montón de palabras como si de bolas malabares se tratara, redondas, de colores, las lanza al aire con ese dominio del movimiento y las manos propio de esos héroes anónimos, de los que en calles, plazas o en la gran carpa, demuestran que el tiempo y el espacio van unidos pero son relativos, nunca absolutos.
ResponderEliminarPor eso el tiempo no existe, existe la memoria, existe el cuerpo y existen los artistas, los del no-tiempo.
Esas palabras grandes, coquetas, besuconas, aladas..
que nunca le falten, Señor.
Soy un malabarista defectuoso, siempre probando a mantener el equilibrio y admirando por otra parte los colores y el movimiento de las bolas. Tiempo y espacio mantienen aproximaciones y alejamientos, pero son y somos parte de nuestra materia. Sin ellos ni siquiera flotaríamos en el espacio.
EliminarMe gusta eso de: existe la memoria, existe el cuerpo y existen los artistas, los del no-tiempo.
Agradezco el comentario, sí.
Me ha gustado mucho tu reflexión, muy real y muy bella. Las palabras, habladas o escritas, nos sacan lo que llevamos dentro. Y creo que tienes mucha razón en cuanto a que las palabras son salvación, una cura contra los demonios interiores. Tal vez escribimos incluso en medios públicos no para un destinatario desconocido sino para nosotros mismos, para mandarnos un mensaje desde nuestro yo más interior, en mi caso muchas veces es así.
ResponderEliminarEs un placer leerte Fackel, saludos!!
Sacan en el sentido de descubrir y descubrirnos. A veces salvan, a veces condenan. También su carencia nos vuelve frágiles. Su uso inapropiado nos desvirtúa. ¿Maleabilidad de la palabra? ¿O nuestra utilización motivada por los límites que tenemos? Y tras la palabra, la aspiración, el deseo, la búsqueda, la bondad o la maldad. Por supuesto, en los blogs hay tanta escritura personal, reconsideración interior que se comunica, no siempre de lectura lineal y de correlación directa. Pero eso es muy positivo, ¿verdad?
Eliminar¿El mérito está en la palabra o en tu creatividad? ya sabes, me repito: no es lo que se tiene sino lo que se hace con ello :)
ResponderEliminarBuena pregunta. Tal vez hay una relación de causa a efecto entre palabra y creatividad. ¿La palabra como materia? ¿Nosotros como artesanos aprendiendo siempre de aquella o con aquella? Sí, es lo que se hace con la palabra. Barbaridades se hicieron y se hacen a miles con ella. Muchos han convertido la palabra en sangre. Lírica y épica se suceden, y el dolor abunda. Ya ves, y parecen dos materias diferentes, que nada tuvieran que ver. Pero sí.
EliminarSí, creo que comunicar es siempre positivo, y en el caso de los blogs tanto el que escribe como el que lee, pueden sacar algo bueno de esas líneas. Últimamente he comprobado que en la red hay tantas cosas por descubrir, en concreto el mundo de los blogs es un lujo, hay de todo tipo, pero de alguna forma todos transmiten algo, y en ocasiones son verdaderas escuelas de la vida con un sólo click. Y al hilo del asunto aprovecho para felicitarte, tus escritos son muy valiosos, de los mejores que he encontrado por estos lugares.
ResponderEliminarDe momento, el mundo de los blogs, Ana, hay que aprovecharlo. Mañana pueden pasarnos un coste económico y/o inquisitorial, todo es posible (mira China, verbigratia, y no digo más que lo que digo) Mientras, utilicemos el recurso y el medio. Cada uno debe saber cómo y para qué. Sí, hay un plano en los blogs (en los blogs donde lo haya) diferente a otros medios. Yo, por lo menos, siento y vivo una libertad y un sentido de la aproximación entre gentes. No para pensar del mismo modo, sino para aportarnos y percibirnos en el disfrute de esa libertad.
EliminarSigamos.
Hola Fackel,
ResponderEliminarestaba pensando que alegremente nos pasamos la vida desviándonos de la verdad del hombre y que en ese continuo desviarse se produce el sentido que orienta nuestras acciones; pero de cuando en cuando, sin razón aparente, nos abandonamos y nos hundimos en la verdad patente de la existencia humana: el profundo aburrimiento. Será que a veces coincidimos con nuestro sentido originario, con la nada que nos constituye. ¿Será cierto?
Saludos
Precesión, probablemente tengas razón. Aunque no me digas que racionalice qué verdad es la del hombre, o si acaso esa verdad se da consiste en la compleja materia de la que está formado-formándose el hombre...luego, pongamos a la verdad, nombres si quieres (¿culturas, por ejemplo?, los antropólogos lo hacen, también los moralistas, los sociólogos, los freudianos...) Dicen que la verdad se roza pero no se alcanza, se intuye pero no se palpa. Puesto que vivimos en el laberinto donde nos creemos todo: víctimas propiciatorias, virginales o no, minotauros, héroes liberadores, simples paseantes (¿simples? ¿paseantes?) yo no logro salir del mito, mira.
EliminarNo sé qué concepto tienes de eso que denominas "aburrimiento", intento relativizarlo para captarte, pero la idea de aburrimiento como espacio de vacío o de nada que conecta con la nada de antes y de después de haber estado tiene su miga y su interés. Pero, ¿se da realmente?
Cordial.