Es probable que sea un objeto perdido. Perdido incluso de su propio fin. Superviviente, sin embargo, de algún derrumbe, de un naufragio, en cualquier caso de una desaparición. Apareció un día por azar en mi vida, como se suele decir. Largo, herrumbroso, doblado, con una cabeza en T aplastada. Casi me parecía escuchar su voz, y con ella su agradecimiento por conservarlo más allá de su tiempo y por acogerlo para un reposo eterno. La eternidad, se supone, del hombre que lo adopta. Es decir, brevísima. La pesada frialdad del metal no solo no me ha suscitado rechazo sino que me ha conmovido. Y revolotean en mí las preguntas sin respuesta, es decir, el enigma. Dónde habrá permanecido durante los últimos siglos. En qué momento dejó de ser mineral para pasar a aleación y de ahí a convertirse en una pieza necesaria para una obra humana. Qué maderamen de navío lo habrá mantenido en su seno. Los brazos de qué cruz nefasta no habrá vinculado para oprobio de un reo. O qué estructura de edificio -escuela o cuartel o audiencia o templo o vivienda- habrá ennoblecido con su modesta aportación. Lo sujeto en la mano, no con firmeza, sino con la delicadeza de quien posee un tesoro de valor implícito. Porque ¿hay mayor valor que sobrevivir a la incuria del tiempo y ser testigo de alguno de los hechos de los hombres? Miro sus vetas, las que ha labrado en su estructura y composición el ámbito donde haya permanecido incrustado. Contemplo alelado su simulada insignificancia y leo en ellas cuanto posee de poder. En apariencia solamente se trata de un largo y viejísimo clavo. Tan humilde, tan expulsado de su misión útil, tan despreciado en su estado actual. Tan imprescindible mientras duró su mundo. Pero si estuviera dotada su materia de pensamiento como la mía, ¿se sentiría orgulloso o solo sorprendido de que alguien lo reconozca en su decrepitud y obsolescencia?
viernes, 16 de noviembre de 2012
Homenaje a un imprescindible
Es probable que sea un objeto perdido. Perdido incluso de su propio fin. Superviviente, sin embargo, de algún derrumbe, de un naufragio, en cualquier caso de una desaparición. Apareció un día por azar en mi vida, como se suele decir. Largo, herrumbroso, doblado, con una cabeza en T aplastada. Casi me parecía escuchar su voz, y con ella su agradecimiento por conservarlo más allá de su tiempo y por acogerlo para un reposo eterno. La eternidad, se supone, del hombre que lo adopta. Es decir, brevísima. La pesada frialdad del metal no solo no me ha suscitado rechazo sino que me ha conmovido. Y revolotean en mí las preguntas sin respuesta, es decir, el enigma. Dónde habrá permanecido durante los últimos siglos. En qué momento dejó de ser mineral para pasar a aleación y de ahí a convertirse en una pieza necesaria para una obra humana. Qué maderamen de navío lo habrá mantenido en su seno. Los brazos de qué cruz nefasta no habrá vinculado para oprobio de un reo. O qué estructura de edificio -escuela o cuartel o audiencia o templo o vivienda- habrá ennoblecido con su modesta aportación. Lo sujeto en la mano, no con firmeza, sino con la delicadeza de quien posee un tesoro de valor implícito. Porque ¿hay mayor valor que sobrevivir a la incuria del tiempo y ser testigo de alguno de los hechos de los hombres? Miro sus vetas, las que ha labrado en su estructura y composición el ámbito donde haya permanecido incrustado. Contemplo alelado su simulada insignificancia y leo en ellas cuanto posee de poder. En apariencia solamente se trata de un largo y viejísimo clavo. Tan humilde, tan expulsado de su misión útil, tan despreciado en su estado actual. Tan imprescindible mientras duró su mundo. Pero si estuviera dotada su materia de pensamiento como la mía, ¿se sentiría orgulloso o solo sorprendido de que alguien lo reconozca en su decrepitud y obsolescencia?
Me ha conmovido tu texto,me han llegado muy profundo tus reflexiones.Me inclino a pensar que, luego de la sorpresa inicial, el clavo también se habrá conmovido por tus palabras en su valoración.
ResponderEliminarUn abrazo
Reflexiones semejantes hice ayer cuando mi hermano me explicaba la experiencia de limpiar la tumba familiar: al parecer apenas quedaban intactos los fémures, un poco de cráneo, una diminuta pelvis treinta años fallecida y el jersey de mi abuelo...polvo somos, pero el alma perdura, incluso en un clavo como el tuyo.
ResponderEliminarNeo. Los objetos de apariencia ya inútil u obsoleta tienen mucha historia. Y a mí me ponen sentimental. Tal vez es mi modesta manera de manifestar un reconocimiento hacia y por ellos. Gracias, un abrazo.
ResponderEliminarFrancesca, me consuela saber que no soy el único emotivo al respecto. Siempre me hicieron pensar, o soñar, aquellas cosas que me encontraba. En el pasado hasta hacía de ellas un tótem, una cierta suerte de amuleto. No era tanto el objeto en sí, que nunca tuvo un valor mercantil como el hecho de ser producto del azar. Debo guardar todavía alguno por los viejos cajones.
ResponderEliminar"¿Cuántas cosas, limas, umbrales, atlas, copas, clavos, nos sirven como tácitos esclavos, ciegas y extrañamente sigilosas? Durarán más allá de nuestro olvido; no sabrán nunca que nos hemos ido"
ResponderEliminarh.
Hiniare, bien por saber de ti. Tantos objetos sobreviven a sus poseedores...pero a mí lo que más me gusta que sobreviva es la memoria, y su capacidad de ser expresada mediante el relato oral.
ResponderEliminarDe cualquier manera, ya ves cómo los objetos pueden pasar de unas manos a otras, independiente del valor o su carencia, y ser entrañablemente acogidos. Eso me lleva inmediatamente a pensar en cómo proyectamos algo, no sé exactamente qué, de nosotros en ellos.
Cordial.
¿Materialización de algo tan abstracto como el -paso del- tiempo?
ResponderEliminar¿Añoranza de cosas que nunca vivimos, de personas que no hemos conocido?
Nada, devaneos de sábados por la mañana. Se ve que no sólo podemos leer en los libros... ¡por suerte!
La persistencia de lo que fue útil y no se resigna a desaparecer. ¡Cuántas esperanzas, ideas, sentimientos hemos dejado por el camino! Quizas sea el momento de reaccionar y devolverle al clavo la esencia que esconde la herrumbre.
ResponderEliminarDevaneos: respuesta: acaso.
ResponderEliminar¿Abstracto el paso del tiempo? Acaso. Pero sobre todo inaprensible, más allá de eso poco prudencial y tímido que supone nuestras vidas (y a veces ni eso)
¿Añoranza de personas y cosas que no hemos visto? Acaso, pero que con la cual añoranza catalizamos la atracción de lo desconocido o hacemos converger analogías (en estos sentidos la literatura que tanto nos gusta hurgar juega su papel, pero también las conversaciones, los encuentros, los recorrido imaginativos)
Vivamos para leer y no nos limitemos a vivir para leer (¿no me suena a Cortázar en alguna parte?) aunque seria una limitación provechosa o una huida hacia adelante.
Enric, pero cada objeto que se rescata a la desaparición física, haya sido o no útil (concepto cuando menos discutible: para mí los tebeos fueron enormemente útiles, de lo más útil que he tenido jamás, pero para los mayores eran algo que nos hacía perder el tiempo, decían, y nos los tiraban) viene a rescatar alguna parte interior de nosotros. A veces una actitud, una mera idea imaginativa, un rato de calma, una consideración de una situación que en su momento no entendimos...
ResponderEliminarSí, dices bien: hemos dejado tanto por el camino...Pero la herrumbre de un clavo es la memoria de ese clavo. La herrumbre de un individuo (y más si se produce antes de un lógico tiempo) es la resignación, el desistimiento y la claudicación del pensamiento y la imaginación. Ojo a esa herrumbre (pienso)
Te paso enlace, dicho de otra manera:
http://lasombradelanube.blogspot.com.es/2012/11/desafio.html
Un abrazo.
Fackel, me refería no a la utilidad del objeto sino a que alguien le haya sabido encontrar alguna utilidad.
ResponderEliminarLeído el clarificador enlace.
Disculpa, Enric, se agradece el matiz.
ResponderEliminarPosiblemente su mayor virtud es la de unir,ensamblar,reforzar.
ResponderEliminarUn enorme clavo hace falta en nuestra sociedad actual, mejor dicho,un clavo tan moderno que no se oxide ni aplaste, que no se doble ni rompa...algo imposible. Soy una soñadora.
un abrazo amigo
Gene, de acuerdo en el ensueño. Pero yo soy de los que creo en que todos debemos aportar el mineral. Sin ese mineral no se logra la aleación adecuada ni la forma del clavo ni el objetivo de sujeción. Mientras no lo tengamos claro...¿Lo tendremos?
ResponderEliminarSalud y abrazo.
Rectifico una de las cosas que valió uno de sus "acaso". Abstracto el tiempo, no su paso. Cristaliza, inaprensible, en eso que usted le llama "nuestras vidas".
ResponderEliminar¿Atracción hacia lo ignoto - qué palabra ésta-? Atracción hacia el otro lado, hacia el salto que nos lleva hacia. Hacia lo que no vemos desde el más acá - por seguir con las resonancias de Cortázar que trae usted aquí.
PeterPan. Pero lo otro, no obstante las referencias habidas o no, mientras no lo pasamos permanece ignoto, ¿no? ¿Sabe usted uno de los temas que hemos comentado algunos el día de la huelga general? Porque una huelga está para hablar en serio, no solo para no trabajar (y su consiguiente descuento en nómina) Pues que hablábamos de lo ignoto de la situación del país. Que ya no tenemos referencias aplicables para interpretar lo que sucede y lo que puede suceder. Que todo parece conjurarse como enigma.
ResponderEliminar(Por supuesto, jamás me había venido acordando tanto últimamente de Walter Benjamin, Hanna Arendt, Rosa Luxembourg, Simone Weil y hasta Antonio Machado...que más allá de los límites imprudentes de la economía captaban el alma nada inmortal de los mortales y sus circunstancias temporales, sí, esa mismas tan abstractas...pero no me haga caso, como bien diría usted son devaneos míos)
Así, como por apostillar, imagine entonces cómo lo vemos los que, por falta de experiencia básica - y básicamente-, no tenemos referencia aplicable alguna para interpretar nada.
ResponderEliminarBueno, no me extiendo. Terminemos con estos devaneos y pasemos a otros...
La relación entre realidad (o sueños) y lenguaje siempre dará lugar a cualquier tipo de devaneos. Bien está si bien nos parece.
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