jueves, 19 de julio de 2012
Sobre el fin del mundo y el azar: La nube púrpura, de M.P. Shiel
Lees una novela sobre el fin del mundo y no te espanta. La idea es demasiado convincente y el argumento te embarga desde el primer instante de tal modo que te conviertes en el protagonista. De esa forma y sin saber qué te espera sobrevives junto con el superviviente desde la primera situación de perplejidad que vive éste. Eso es lo que te gusta de la lectura o, mejor dicho, del libro que entra en ti. Entonces es cuando te parece baladí si esa novela pertenece al género de anticipación o al negro o al histórico. Nunca te gustaron estas clasificaciones, pero editores y críticos que viven para los editores -de libros o de periódicos- mantienen su canon de géneros. Sabes que las fronteras de los géneros son débiles, difusas, inconsistentes, por eso hace mucho que no lees condicionado por estereotipos. O es buena la obra y merece la pena o lo demás te da igual. Lo diré con más exactitud subjetiva: o te llega o no, y cualquier otro apellido lo ignoras.
Hay algo que te enajena en este texto recién terminado de leer (inmediatamente te dices: algunas cosas habrá que releerlas) y es la variedad de elementos y de claves que encuentras en él. Estás caldeado todavía por el relato, aún no has salido del todo de él y solo quieres comunicar tu euforia en estas líneas. Cuidado, hay una nube que no solo es la nube protagónica, es la del estilo del autor. Una corriente irónica, con ese humor de inglés solapado pero latente, con una composición irónica y absurda que casi no se percibe como tal, pero nada chirriante, con la que efectúa su despliegue inductivo y envuelve al lector. Y acabas siendo atrapado más por este procedimiento que por el argumento en sí, que también te tensa y te pide conocer su desarrollo.
Has leído libros en los que la linealidad y la lógica del argumento se superponen, es central. Nunca te parece suficiente, si bien puede ser interesante y rico. Pero sobre todo es la propiedad con que te conduce el narrador lo que te absorbe. Has estado unos días en el fin del mundo. Donde si eres el superviviente -en este caso una especie de fenómeno, de hombre curtido, hábil y con una capacidad de reactivar los medios materiales frente a la catástrofe, ¿o estamos ante un demiurgo, un hercúleo humanoide?- se te brinda el mundo que queda y como queda a tus pies. Todo tiene que retomarse de nuevo, tras la aniquilación. Frente a otros planteamientos en que los sueños parecen realidades, aquí tienes la percepción de que la realidad es un sueño que se sucede a sí mismo, sin límite. El fin del resto de los humanos no ha sido tu fin -¿por qué el protagonista, tú, se ha salvado?- , y como descubres en la novela, puedes temer como el protagonista que tu supervivencia sea el principio de todo de nuevo y corres a apartarte de esa idea.
El asombro inicial del robinsón accidental le conduce a la indagación y posteriormente a la aceptación, sin que se venga abajo. Una soledad en la que se crece. Donde los obstáculos se superan, acaso porque soledad no significa abandono ni desamparo de uno mismo; incluso puede tener una gran dosis de comodidad, como vive Adam el superviviente. ¿Es el azar, el accidente, lo que le convierte en ese personaje? La escucha de un destino personal late en las primeras páginas: un hombre desdoblado en su personalidad (¿no lo somos todos? ¿ no somos incluso multipolares, si se me permite el término?) condicionado por sus voces interiores, aquellas que le obligan siempre a elegir, y la que elige le conduce a otra situación, a otra novedad y a la postre a su salvación. Pero ¿hay salvación en el desierto del mundo? ¿La catástrofe es un castigo o una purificación de alto precio? Si el lector no lee linealmente, ya que la metáfora que se multiplica en metáforas, podrá concluir que sí. Que el desierto está en nosotros y en derredor. Que si queremos no perecer debemos articular recursos e ingeniar situaciones, quehaceres, en definitiva: crear, y nunca renunciar. ¿Y si el mismo azar que está ahí, al lado y en nosotros, nos depara lo impensable, lo más inesperado de todo, aunque siempre estés como el protagonista con la mosca tras la oreja, otra vida superviviente cuando creíamos que éramos nosotros solos, uno solo, sobre esta tierra? Pero…hay mensaje ideológico en el autor, de índole moral y con difusa y discutible propuesta.
No, no quiero entrar en descripciones concretas, hay demasiada atracción magnética en una novela con pasos diferentes como para desvelar datos y escenas. Hay más interpretaciones, más significados, más extensiones; no soy partidario de poner en aviso al lector que aún no ha tocado la obra. Me horrorizaría, estaría haciendo de aprendiz de brujo versión critiquillo literario (no me sé ni me reconocería como tal), si entrara en tramas y anticipos. ¿Novela de aventuras como algún comentarista opina? ¿O metáfora de la aventura del vivir, entre el azar y la necesidad? El Yo en el centro, la dovela clave en el arco de la vida que uno tiene que vivir para sí. Al fin y al cabo, uno piensa como el protagonista: …porque creí, y sigo creyendo, que está en curso una amplia reestructuración de la superficie de la tierra, y en medio de toda esa tragedia, ¿qué papel me va a tocar a mí?
“La nube púrpura”, de M.P. Shiel, está en la editorial Reino de Redonda, 2005. / La primera fotografía está extraída de http://joachimmalikverlag.blogspot.com/
Si consigue meter al lector en la trama, si lo engancha, si lo hace pensar...¿qué importan los géneros o las calificaciones?...llega, y eso es lo importante.
ResponderEliminarNo habrá fin del mundo,no,al menos como desaparición total de nuestro planeta. Aunque chocase un meteoríto sus pedazos flotarian en el cosmos.
ResponderEliminarPero si puede haber fin de nuestra existencia y ese es el episodio de la novela más terrorífica, por su similitud con la realidad adyacente.
Mucho se ha escrito sobre el tema, muchas pelis, muchos videojuegos, pero por mas ficción que le achaquemos, la realidad no está tan lejana, de seguir con esa destrucción y ese egoismo humano,esa prepotencia en creer que somos capaces de dominar un sistema que nos mantiene.
un nabrazo
Neo, ese criterio tengo desde hace mucho, bueno, creo que lo he tenido siempre. No he creído demasiado en las clasificaciones, además hay muchos géneros -como aquello e las enfermedades raras referente a la salud y el cuidado médico- poco encasillables.
ResponderEliminarYo he disfrutado con esta novela, teniendo en cuenta que fue publicada en 1901 es sorprendente la modernidad de estilo y el trasfondo que recuerda la audacia de un Jules Verne. No defrauda.
Gene, no nombro fin del mundo en todas sus dimensiones cósmicas, sino a la especie humana. Ahí, las procupaciones de Shiel -seguro que menos angustiosas que en nuestros días- apuntan a la ficción de la desaparición del género humano. Pero aun cuando hay muchos elementos imaginarios, creo que el autor busca ir más allá que recrearse en la destrucción que, por otra parte, no se nos muestra con psicología de catástrofe sino que desde el primer momento resulta un tanto surrealista. La actitud del protagonista se mueve entre el surrealismo y la lucha imparable por sobrevivir, algo que apenas le cuesta.
ResponderEliminarEs inevitable que el tema de la destrucción del mundo dé para novelas o películas, y algunas muy groseras o extremadamente angustiosas. Pero pocas recuerdo impactantes. Sí, una que vi en mis tiempos juveniles de cine de arte y ensayo, británica: The war game. Recuerdo que muchos estudiantes que la vimos allá por los 60 en una fecunda sesión mañanera de domingo (la cultura era tomada como elemento de conocimiento y de resistencia antifranquista, es decir, anticutre) cuando terminó la proyección permanecimos paralizados en las butacas de madera de la sala.
una entrada jugosa para leer y meditar
ResponderEliminarsaludos Fackel
Gracias por tu opinión, Omar. Saludos.
ResponderEliminar