le pillo descolocando sus recuerdos; los objetos acaban convirtiéndose en eso, en instantáneas perecederas; se lo digo; él asiente; perecederas y con un punto de melancolía peligrosa, precisa; y sigue: he tirado muchas cosas, he roto bastantes papeles, he hecho fajos con cartas y las he arrojado al fuego; algunas, no; algunas las escondo; ni siquiera yo mismo sé dónde las he puesto; a veces hago ficción de que ya no estoy, digamos que me he muerto, por ejemplo, y que alguien, registrando tanta posesión inútil, da con ellas; me gusta imaginarlo, ponerme en el lugar de esa persona que encuentra cartas y notas mías y que se sorprende, si tiene un punto de sensibilidad receptiva; hay una película cuyo comienzo me fascina; la nieta del abuelo recién fallecido -no tiene más familiares directos interesados en recordarle- baja una maleta vieja abandonada encima del armario; la abre y en su interior hay recortes de periódicos muy antiguos que hablan de una guerra cruel que está a punto de comenzar en un país lejano, pequeños efectos personales, una foto de mujer que muestra una sonrisa clara y un pañuelo rojo amplio hecho un hatillo; al abrir el pañuelo se desparrama un puñado de tierra; la chica la coge con la palma de la mano, la espolvorea e incluso se huele los dedos y, entonces, el tiempo se parte; esta escena me embarga y me embriaga; luego viene una música especial, como un himno cantado por voces que iban a ser sentenciadas por la historia; ¿ves para qué sirven los recuerdos?, me espeta; solo para que los familiares, si los hay, se los repartan, o para que terminen en un mercadillo, y acaso alguno de esos objetos, con un significado más profundo para quien lo halla, va a ser capaz de relatar una historia; no es poco entonces, le comento con esa templanza con que suelo condescender a sus confidencias; cuántas historias se habrán perdido por no llegar a manos adecuadas y sensibles los recuerdos de otros, responde; los objetos cabalgan entre la memoria del que se libra de ellos y la incomprensión de las manos a donde van a parar; pero a veces se producen sorpresas, como la de esa nieta, como la de quien tome mis restos del naufragio entre sus manos
Fackel,
ResponderEliminarel objeto de acumular esos enseres, en ocasiones tan curiosos, en cajas, en maletas, o en el corazón, sólo tiene sentido para el que los acumula. Nadie recuerda en la cabeza del otro.
Son como dos historias que se entrecruzan. Eso es para mí lo fascinante, por un lado y como si yo fuese espectador lo que te significan a ti cuando las recorres con tus dedos, fogonazos intensos que producen la piedra de pizarra, el papel desgastado de las cartas, las rubricas, la pulsera rota, las hojas de olivo;
Para mí tiene la misma conmoción imaginarte tocarlos, que ver esos enseres en las tiendas de segunda mano. Yo misma he comprado libros de segunda mano, sólo por las anotaciones que he encontrado en ellos (fechas, nombres, palabras que no entiendo, números...).
Esos recuerdos tienen el mismo valor dentro de la guarida que una mesa destartalada de mercadillo, donde se quedan desnudos, expuestos al frío, sí, pero también a nuevas manos que los acojan con emoción y sigilo, aún sin ser nieta, ni familia, sino como una perfecta extranjera. Ahí es donde comienza la otra historia. Ahí es donde se entrelaza una vida con otra, ahí es donde se reencarnan los recuerdos y las huellas de las manos.
Me ha gustado mucho esta entrada, Fackel, no sólo por el contenido que ya de por sí es atrayente y muy sugerente sino por la forma en que está escrito. Es brillante, Fackel y sabes? Me gustaría encontrar tus restos de naufragio, aunque no tuviese idea de cuales son tus recuerdos, sí los pondría a salvo.
Saludos
Bienvenida, Inuk. El sentido de lo acumulado siempre es para uno, obviamente. Pero a mí me gusta efectuar esa ficción como si fuera otro. La manera de encontrarse con los recuerdos de los demás no es algo dulce siempre. De muy joven tuve una experiencia que me dejó intranquilo y a la vez satisfecho. Un matrimonio se mató en un accidente de carrtera por los 60 del siglo pasado. En días posteriores la familia pasó por el piso de los fallecidos y algunos amigos que, por determinadas circunstancias, teníamos que tener acceso a papeles. No sé cómo reaccionarían los familiares. Nosotros nos llevamos ciertos documentos que nos involucraban y yo cogí de recuerdo -la verdad es que les apreciaba mucho a los muertos- unos pocos ejemplares de periódicos antiguos (manía mía) Ya ves qué tesoro. Supongo que los muertos, de haberse enterado, no lo verían mal, puesto que respondía a algo que ellos habían sembrado en mi también.
ResponderEliminarPero muchas veces pienso en los despojados cruelmente de este mundo, por ejemplo en los perseguidos de la shoah, el holocausto judío. Gentes a miles sacadas a la fuerza de sus casas dejando allí todo...¿Quiénes recogieron sus pertenencias? ¿Cómo les hablarían los objeto-recuerdo a los depredadores asesinos?
Lo que he encontrado en mercadillos y que, a veces, por las mismas razones que tú he adquirido las he hecho mías. Algunascosas incluso me han dado para escribir sobe ellas. Son "mis" recuerdos adoptivos. Al pasar a mi "propiedad" se convierten en pertenencia mía, y adquiere doble valor (sentimental, claro)
En efecto,, los objetos son historias particulares. Van contando y entrelazando historias en la medida en que pasan a nuevas manos, ¡es fantástico!
Gracias por tu valoración, pero hay otro personaje posible en este mundo, el que encarna Peter Kien en la extraordinaria novela de Canetti "Auto de fe". Tiene que ver con una cierta clase de recuerdos, y no voy a desvelar nada para que quien no la haya leído no se sienta condicionado. Es una de las obras monumentales de la literatura del siglo XX.
Salud siempre.
Pero muchas veces pienso en los despojados cruelmente de este mundo, por ejemplo en los perseguidos de la shoah, el holocausto judío. Gentes a miles sacadas a la fuerza de sus casas dejando allí todo...¿Quiénes recogieron sus pertenencias? ¿Cómo les hablarían los objeto-recuerdo a los depredadores asesinos?
ResponderEliminarLos objetos de esas personas no tienen valor, lo que realmente le da la fuerza y el valor es el verboEso es lo que condiciona al objeto. En lo que realmente estás pensandono es en sus objetos sino en el gesto, en la acción perversa de arrancarle a alguien sus cosas, como le arrancaron su propia piel, literalmente piel aunque también los recuerdos son parte de nuestra piel.
Miles de veces he estado en mercadillos alemanes, en edificios antiguos que se salvaron y al entrar ves la estrella judia en la soleria del edificio. Estoy segura que en los mercados, y en las tiendas viejas hay muchos objetos aún de esas personas. Como los hay, objetos, de los asesinos que los mataron. Y probablemente yo haya rozado con las manos, sin saberlo, tanto de unos como otros. Da escalofrío pensar el origen verdad? Qué ocurriría si yo sin saberlo, o dandole un valor inmerecido, guardase con el mismo valor un libro viejo del que fue un asesino que del que fue asesinado, eh? El valor, el significado se lo doy yo, que creo para ese objeto una historia nueva, ignorando su origen; inventándolo a mi manera.
Corroboro tu aportación, Inuk. Tengo objetos que han pertenecido a víctimas y a verdugos, y como tales, en mis manos se generan en otro estado. A mí me aportan reflexión y memoria. Y engreídamente, trato de purificarlos, como si tuviera capacidad de exorcizar. Ya da lo mismo y yo soy ajeno a sus historias.
ResponderEliminarLa fertilidad de la memoria nutre de vida a los muertos y éstos nunca desaparecen.
ResponderEliminarLos objetos, formas de la materia, inanimados,reciclados, llenos de manos y de tiempo, cosas que llenaron el vacio de las horas y formaron parte de nuestra historia.
Que bello escrito, me ha sumergido momentáneamente en un aroma lleno de sentidos impregnados de infancia,de canicas y lavanda, ropa almidonada, domingo de ramos y pueblo...
Un saludo
Genetticca. La fertilidad de la memoria...qué buen pensamiento. Nutren nuestra imaginación, porque de muchos objetos ya no sabemos nada de nada. Y se incorporan a nuestra contemplación y tacto, en el mejor de los casos. O nos acompañan. Tengo una cartera de bolsillo de mi abuelo (más de un siglo) y la uso, por ejemplo. Mi padre comió toda su vida (durante la mía) con una cuchara que encontró en una batalla. La guardo pero no me atrevo a comer con ella. Ahí hay otro tema ya.
ResponderEliminarTodo escrito que nos traslada, independientemente de su relativa sustancia y forma, resulta estimulante. Si ha sido así, me alegro.