Me ha sorprendido no encontrar hoy prensa alguna sobre su mesa de trabajo. Ni siquiera veo la pila de periódicos viejos, que suelen quedar abandonados durante un par de semanas en un rincón. Como mucho asoma algún recorte entre los papeles desordenados. Tiene la costumbre de dejarlos unos días a mano por si necesita consultarlos. Otras veces los vincula a algún libro determinado; los dobla, los coloca entre la solapa y la última página, como si de una adenda se tratara. Los temas que recorta son de lo más variados, y solo él sabe qué le impulsa a seleccionarlos. Un reportaje periodístico sobre el asunto que relata el libro, una reseña crítica, una nota biográfica del autor, un obituario. Por regla general, los recortes, que yacen el sueño del olvido, acaban amarillentos, como tantas páginas editadas hace décadas. Ni siquiera él sabe que están ahí. Así que cada vez que toma un libro que hace tiempo que no abre y se encuentra el recorte, le entra una tensión especial, rayana en la emoción. Se pregunta qué habrá aquí. Como es probable que el criterio sobre lo que figura en el trozo de periódico haya variado desde que lo guardó puede suceder que lo tire. Otras veces no comprende por qué está allí, pero le parece que es un acto sagrado respetar su reposo en esa especie de féretro de letras. Es muy voluble. Tampoco recuerda desde cuándo colecciona, digamos, esas referencias complementarias. No lo hace con cualquier libro, ni con cualquier autor. Si se le pregunta ahora por qué introdujo esa media página de diario no sabrá responder a la primera. Es como si dudase y necesitara encontrar una explicación actualizada que resulte convincente, sobre todo para sí mismo. No he querido preguntarle por qué no hay ningún periódico en el cuarto. Sospecho que ha tenido un acceso de ira y ha condenado a las tinieblas exteriores lo que nombra con sarcasmo la engañosa publicidad periodística. Desde luego, para mi es más sustancioso hojear sus libros. No es la primera vez que, además de recortes, aparecen flores resecas. Y eso vuelve más misterioso el ejemplar que hojeo.
Cuantas resonancias. Bs.
ResponderEliminarAh, sí, las hay.
ResponderEliminarBuen día.
Me gustan los libros y me gustan, en general, las cosas. Creo que las cosas, de suyo,como Campanilla, tienen un alma tan chiquita que sólo pueden,a la vez, despertar una emoción (son tiernas y crueles, sí, pero en diversidad de momentos). Si las cosas nos provocan a la vez ideas y sentimientos contradictorios es porque las convertimos en personas. A veces convierto a las personas en cosas para poder amarlas. No es buena estrategia pero la aplico de igual modo (y así me va, metafísicamente hablando). Me pregunto si los libros me gustan en tanto cosas, en su materialidad, sin atender a su contenido. El libro es un cofre; el libro es un espacio de complejidad - cada página es una tapa que esconde una posible profundidad que nunca se da, porque detrás de la página sólo hay otra página, como las muñecas rusas que nunca se acaban. La conciencia de la horizontalidad, la burla sobre toda pretensión de encontrar lo profundo, la muestra el libro como cosa.
ResponderEliminarEncontrar en mis viejos libros la sombra de la decrepitud, ese extraño amarillo que construyen la luz y el polvo, me provoca tristeza y, acto seguido, ternura. El libro - mis libros - están condenados a esa forma de color que es más que nada olor. No tengo herederos para su decrepitud. Me sobrevivirán como la mayor parte de las cosas, eternas al menos en su condición de fragmentos. Y pueden pasar años sin que nadie abra el objeto y meta la lengua de sus ojos y su nariz en ese pliegue sin verticalidades, esa mera cosa.
Saludos
L. Está bien alterar las posiciones de los objetos. Nosotros como objetos frente a los objetos como nosotros. Debería ayudarnos a la comprensión, en todas su vertientes de esta hermosa palabra, tan próxima a comprehensión. Comparto esa táctica de alteración para amar y sentirnos amados. Los libros nos gustan porque no son solo lo que dicen, sino porque como soportes son una obra añadida. Cuántas veces un libro es más bello e imaginativo como tipografía, diseño, papel, etc. que lo que cuenta...Y eso nos fascina también, qué me vas a decir.
ResponderEliminarDe la decrepitud de los libros me espanta a estas alturas su capacidad de autodefensa: el polvillo, el ácido simulado que expande al abrir las páginas, ese peligroso tono amarillo, que provoca mi alergia en la conjuntiva o en la nariz...¡Se defienden de la muerte, como los humanos! Pero si dentro hay un texto que nos toca (ay, cuánto Neruda tengo en ese estado, pero cuánto me toma todavía) o un recorte o una flor seca o simplemente que nos viene a la mente un recuerdo. La persona que nos lo regaló, la circunstancia en que vivía en aquel momento, la pasión que me sacudía o la inocencia que aún permanecía formando parte de mi casa interior...
Gracias por hacerme pensar y sobre todo, emocionarme.