viernes, 13 de mayo de 2011

Malena S. / y 28


Hoy he librado en el trabajo, pero me he levantado temprano. Hace tiempo que tenía que arreglar las plantas y cambiar la tierra de las macetas. Sin querer, me acordé de esta tarea pendiente por una conversación que mantuve con Bohumil el otro día. Vive aquí cerca, está muy mayor y, aunque algo huraño y desganado, le doy confianza y a veces comentamos con relajación desde temas insulsos hasta aspectos más trascendentales. Él ya se encarga de restar trascendencia a lo que a mí me parece oneroso. B. también publica, pero no tiene nada que ver con el escritor de Malena. O acaso sí se den ciertas coincidencias. Todos los que han vivido en esta urbe, se hayan o no cruzado físicamente en el camino, comparten siempre sustratos más comunes de los que aparentan a primera vista. Puede que coincidan en obsesiones o en fijaciones análogas, pero la manera de tratarlas difiere. Lo poco que he leído de mi vecino es más fresco y lo lees con una sonrisa permanente e, incluso, te hace permanecer boquiabierto, expectante ante el flujo sencillo de las situaciones y del dibujo de los personajes. No obstante, en el fondo subyace acritud, pero lo disimula muy bien, y la crítica es velada, casi ni la adviertes. Cuando me explico así es cuando sale de mi interior todo lo que he incubado de Malena. ¿No será que le doy demasiada importancia a su influjo? Lo que escribe B. me parece menos de submundo que lo que registró el escritor de Malena. Está más próximo, es la vida misma, y lo que lees te deja buen cuerpo, no porque te haga feliz, sino porque comprende la infelicidad de los seres y no hace objeto ni de belleza ni de fealdad de ello. En principio parece que sólo se esmera en acostumbrarnos a entender lo que le pasa a la gente, lo que le ha sucedido a él, pero tengo la impresión que eso es un truco, un camino para avanzar en que extraigas tú mismo conclusiones. No tiene pretensiones de demoler el mundo, y eso que no le gusta nada. Como él dice, no tiene fuerza suficiente para invertir la ley gravitatoria. Gustav el cartero ha pasado y me ha dejado una postal. En la cara de la imagen vienen las grandes estanterías de la casi pontifica Biblioteca del Monasterio. Por el otro lado, unas letras: Michal, Strahov no está tan lejos. El jueves no trabajo y comer fuera de casa me sentaría bien. Hay una cantina de comida casera que sólo conocemos los de aquí y que es de las que ya no quedan. ¿Te animas a acompañarme? Martina. Luego figura un número de teléfono. Vaya, he embarrado la postal con la tierra húmeda que tengo adherida a mis dedos.



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