miércoles, 4 de mayo de 2011

Malena S. / 21



Martina también es una mujer sumergida en otro planeta. Acaso por esa razón se lleve tan bien con Malena. Hay una complicidad basada en que las dos mujeres beben de las mismas fuentes. La lengua, la narración, el libro. Una secuencia que las nuevas técnicas van a ir alterando pero que ellas prefieren ignorar. Tenemos mucho que disfrutar todavía con la vieja usanza, suelen comentar entre risas cuando surge la polémica. No me esperaba que el monasterio fuera tan grandioso y las bibliotecas tan extensas. Aunque me he dejado llevar amablemente para que Malena no se sintiera molesta, no puedo decir que no me haya costado mi buen esfuerzo. Martina ha sacado de los estantes resguardados obras importantes. Ha abierto la cámara acorazada para que veamos de cerca los códices más antiguos, aquellos realizados por los amanuenses medievales. Malena no ha resistido la tentación de hojear las páginas gruesas y dejar su tacto sobre el pergamino. Creí que le iba a dar un ataque por la emoción que le ha embargado. Ha habido un momento en que ambas parecían dos amantes disputándose su mutuo objeto de placer. La primera impresión que causa Martina es la de ser anodina y tibia, pero creo que es debido a su timidez. Malena es quien tira siempre de ella, quien le provoca y le hace abrirse. Quien la introduce entre los demás. Pero es precisamente esa actitud apartada que muestra la bibliotecaria, tan distante de la euforia comunicativa de Malena, lo que llama la atención e incluso deslumbra. Michal, me comentaba Malena cuando íbamos en el tranvía para su casa, has hecho poco aprecio a mi amiga. ¿Cómo dices eso?, me he defendido. Ni siquiera la has escuchado como bibliotecaria, y ella es quien verdaderamente sabe de los secretos de elaboración y cuidado de esos tesoros. Malena abusa en ocasiones del término tesoro, y cuando quiere reconducirme hacia sus posiciones también lo usa conmigo. Sabes que no es un tema que domine, que no estoy a vuestro nivel, que jamás podré coger el ritmo que marcáis ni manifestar la pasión con esa materia como lo hacéis vosotras, le digo con firmeza. No es por eso, Michal, insiste Malena, nadie te pide que tengas que estar con nosotras. Nuestra complicidad siempre ha funcionado sin necesidad tuya ni de nadie, pero Martina es una persona que necesita que se le dé a entender desde fuera el valor que tiene. Necesita que se le hagan llegar mensajes, gestos, ciertas palabras apropiadas que la conecten con el mundo real. No soy ningún misionero, Malena, ni estoy para convertir a los paganos ni para hacer terapia con los pusilánimes. La frase me salió abrupta, brutal, lo cual encendió a Malena, que tuvo que hacer esfuerzos para no levantar la voz entre los pasajeros. Lo sorprendente de mi reacción verbal es que yo no era sincero. No veía yo así a Martina, y creo que si mantuve distanciamiento y relativa frialdad era porque me sentía un tanto descolocado por ella. Además, Martina transmite una belleza especial, como extraída de una de esas iluminaciones de los libros que nos estuvo enseñando. ¿Sería Isolda como ella? Se lo he soltado a Malena. ¿Sabes, cariño? Martina me ha recordado a Isolda. Creo que la mirada de Malena ha sido un azote, absorbido por el reflejo de los cristales del tranvía.

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