domingo, 23 de enero de 2011

Mi ojo / 2


Hoy, cuando ha pasado el cartero camino de la aldea, tampoco ha parado en nuestra casa. Ha mirado de lado y ha hecho un quiebro sin detener la bicicleta. Me ha parecido que enarcaba las cejas, como diciendo lo siento. Mamá estaba regando las azaleas y ha abandonado por un momento la labor. Se ha quedado de pie y nos hemos mirado a distancia. Ella ya no se agita como durante los primeros días en que nos extrañaba la falta de correo. Nos estamos acostumbrando a la ausencia de noticias de papá. Como tampoco otros vecinos saben nada de sus familiares movilizados nos arropamos y unimos el destino de unos con el de los otros. Tampoco tenemos claro si es mejor saber algo o no saber nada. Algunos, como la buena de Umiko o el viejo Kento, tuvieron informaciones fatales. A nosotras, a pesar de la falta de correo al menos nos queda la esperanza. La última carta de papá es de hace meses y no parecía estar pasándolo muy bien en aquella isla tan lejana de la que nadie había oído hablar antes. Voy a dejar mi tarea y a echar una mano a mamá. Las peonías no están muy lozanas y ella se ha quedado inmóvil, sin reaccionar. Me da la impresión de que hoy me necesita.



(Fotografía de Eikoh Hosoe)

2 comentarios:

  1. Supongo que esta historia podría ser extrapolada a otros lugares. ¿Habrá un lugar común, el Lugar?
    Saludos reflexivos.

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  2. Todas las historias del mundo tienen semejanzas y denominadores comunes. Cambian nombres, geografías y acaso alguna que otra costumbre. Nada más. Tal vez el mundo es un extenso Lugar.

    Saludos irreflexivos.

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