domingo, 2 de agosto de 2009

La antorcha


Cada día me convenzo más de que pasear por la ciudad de toda la vida sigue deparando sorpresas. Si vas con la mirada no necesariamente escrutadora, sino simplemente curiosa, con la atención entusiasmada y sobre todo con tu tiempo relajado te percatas de visiones que te habían pasado desapercibidas hasta ahora. A veces, ni sabes por qué. Hay un factor casual aparente, pero una razón en lo más hondo de ti. Y entonces, la pregunta: pero si lo que descubres estaba ahí, incluso desde hace más de cien años, ¿por qué antes no te habías fijado en ello? La respuesta no es el objeto. La respuesta eres tú. Porque no eres el mismo de ayer ni de anteayer ni de cuando creciste ni de cuando te convertiste en el adulto presa de los quehaceres. Basta con que algo dentro de ti se haya modificado en tu interés, incluso de un día a otro, para que un edificio, una calle, una balconada, una puerta o la sonrisa de un rostro cargado de arrugas te diga de pronto algo.

Así fue como Fackel encontró esta tarde su Antorcha en una soberbia puerta de madera de su barrio de toda la vida. Dos animales fantásticos, cuya caracterización ahora mismo se me escapa (tengo que indagar) la mantienen empuñada con sus garras. Muestran sus rostros fieros a uno y otro lado del cáliz de fuego. ¿Serán también uno la Resistencia y el otro la Indignación? Hay en sus miradas un desafío a la vaciedad, una acometida contra el oscurantismo, la firmeza exagerada de mantener la luz en un mundo que, paradójicamente, deambula arriesgadamente entre caprichos tenebrosos.

Es como con el tema de la lectura. ¿Por qué libros leídos en la juventud o en la estrenada madurez, cuyo significado apenas me había afectado, si los releo ahora me deslumbran y veo en ellos un tesoro que se me había escapado de las manos? Los libros son los mismos, nadie ha modificado el texto en todos estos años transcurridos. Pues bien, la clave es que yo ya no soy, ni por asomo, el mismo. Y la vida te vuelve más receptivo, más sensible, más exigente, pero a la vez con un deseo irrefrenable por seguir persiguiendo el gozo, sea cualesquiera la forma que éste revista.

Tal vez sea por esa razón que la propuesta que recientemente me vengo haciendo a mi mismo pasa por releer aquello que hace treinta o cuarenta años me significó pero no acabé de captar. No es que tenga nulo interés en leer textos nuevos. Es que pienso que no lo son tanto, es que creo que antes ya se escribió y dotados además de una forma y un fondo redondos, es que uno ya no tiene tiempo de perder la ocasión del placer, y quiere asegurarse el fruto delicioso del árbol prohibido.

No sé por qué recuerdo ahora unos versos del checo Vladimír Holan, si por el descubrimiento de la antorcha esculpida por un ebanista hábil en una puerta o por mis reflexiones acerca de reordenar lecturas.

Entre la idea y la palabra
hay más de lo que somos capaces de entender.
Hay ideas para las que no hay palabras.

El pensamiento perdido en los ojos del unicornio
reaparece de nuevo en la risa del perro...

2 comentarios:

  1. Impresionante cita de Holan, Fackel. Como sorprendente el tema labrado sobre esa puerta que dices. Los motivos mitológicos o de animales fantásticos siempre han dado mucho juego entre los artífices. Me alegro de que Fackel haya encontrado de nuevo otra Antorcha.

    Un abrazo.

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  2. Fackel sigue buscando antorchas por doquier. Se deja conducir por la inercia y el azar. Gracias, Juanjo por estar tan avisado.

    Un abrazo.

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