Recuerdo los veranos de aquel lugar del Norte. Recuerdo la extensa huerta y la orilla del arroyo. Recuerdo aquella liana enroscada como serpiente, ascendiendo a través del tronco altivo del chopo. Recuerdo aquellos frutos rugosos, aparentemente secos, cuya textura suave resonaba al palparlos con mis dedos. Recuerdo aquellas formas apiñadas que asemejaban escamas. Luego nada supe de aquella planta ancestral. Salvo su nombre, extrañanamente enroscado en mi acervo sigiloso. Un vocablo esdrújulo que pervivió en mi mente. Como simple memoria. Memoria que arrastraba otras memorias. Ahora, disuelto en el magma, lo contemplo. Como una efervescencia que expresa la que uno lleva dentro. Mejor aún, lo pruebo. Como un luna llena. Soy el lobo. Cinco variedades se concentran. Cinco aullidos prolongados. Y un eco que no cesa. Una cuenta pendiente, tal vez. La satisfacción del juego de los sabores. Rien ne va plus... No hay amargor más llevadero. Si todo fuera así en la vida...
Qué tentadora copa de cerveza, Fackel. Entre la espuma de los días y la espuma de la cerveza de verdad, me quedo con ésta. Hace ver la otra de manera más sosegada.
ResponderEliminarUn abrazo.
¡Mil rayos, Juanjo! Qué razón la tuya. Creo que te estás haciendo mayor. Aunque al releerte también ando tentado de llevarte la contra. Y es que todo suscita reacciones en pro y reacciones en contra. Pero hoy no quiero verlo sino como tú lo planteas.
ResponderEliminarUn abrazo de ocurrentes.