sábado, 16 de mayo de 2009

Castilla del Pino y nosotros


En realidad, utilizo la excusa de tu muerte para recordarnos a nosotros, es decir, a Trini, Chelo, Jaime, Carmen, María Ángeles, Dori, Julio, Jesús, Elena y María, y a alguno más cuyo nombre no recuerdo o no supe nunca. Aquellas mañanas dominicales en que un grupo de chicos y chicas más obreros que estudiantes (sic) nos encontrábamos en unos locales parroquiales prestados para hablar de lo humano que ya no de lo divino. De lo social, que no ya de lo individual (esto vino intensamente más tarde) De lo épico, porque lo lírico nos parecía una ceguera. Y aquella tarea línea a línea de desentrañar entre todos lo que escribiste en tu opúsculo La alienación de la mujer, casi un libro de texto para unos voluntarios que fermentábamos de ideas, voluntad y acción. O el otro, Sexualidad y represión, que nos costó más acometer y lo dejamos medio abandonado. O tus artículos en la revista Triunfo, tan esperados como todo lo innovador y resurgente. Y luego aquel colofón en el que te conocimos más de cerca: ibas a dar y no te dejaron una conferencia en que, como todo en aquellos lejanos tiempos, no estaba nada bien visto y sí muy prohibido. Y cómo a pesar de ello, y de los temas que nos hacían vibrar con su acicate y tu presencia, nos hablaste también de Córdoba, de sus patios de primavera, del flamenco en privado en casas de amigos, de las nuevas ideas revolucionarias de la psiquiatría, de tu optimismo por el cambio en España. Muchos podemos decir que antes que a Marx leímos y comentamos a Castilla del Pino. Desgraciadamente, a Marx nunca lo leímos mucho y escasamente lo entendimos, pero ésta es otra historia. Afortunadamente, te estaremos siempre agradecidos porque una pequeña parte de tu obra nos juntó, creando fuertes lazos cómplices y de amistad solidaria, a jóvenes y anónimos rebeldes de una ciudad provinciana.

2 comentarios:

  1. ¿Lo lírico os parecía una ceguera?

    ¿Y a qué épica apuntábais?

    ¡Juventud, divino tesoro!

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  2. Stalker, buen dominical. En aquellos tiempos lo lírico no lo habíamos descubierto. Lo que se nos ofrecía como tal era ambiguo, cursi y ajeno a lo que nos pedía la sangre hirviente. Pero ahora uno se da cuenta que la épica de los sesenta tenía mucho de lírica, no sólo de mística guerrera. Por eso no perecimos. Por eso permanecimos receptivos. Por eso algunos seguimos recuperando tiempos perdidos, ¡y cómo! Por eso algunos no envejecemos (abajo la oscura humildad, viva la luz, jaj)

    Un abrazo.

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