domingo, 26 de octubre de 2008

La canción (Monogatari, 16)




Cuesta descubrir entre los frutos del suelo que lo invaden todo la obra malherida de los hombres. Según me aproximo a las ruinas de la ciudad que fue, el camino va mostrando sus huellas soterradas. Trazados ocultos, piedras talladas por la mano artesana, basamentos, algunos muros de adobe, van destacando entre la floresta. Los árboles despliegan sus brazos venosos sobre el último templo antiguo.

Escucho la voz tenue de unos cánticos, casi apagados por un laúd débilmente tocado. Un pastor púber cuida un pequeño rebaño de cabras. ¿Recita o canturrea?

...la luna arriba, la tierra abajo,
el sol atraviesa el espacio
que no es ni de la una ni de la otra,

lo ocupa, se pasea y se va,
regalando a los animales, a la vegetación y a los hombres
el calor, la visión y el alimento,

su aparición no es duradera, su fuga
no es para siempre,
no duda de su poder ni de su extensión,
porque sabe que ni va ni viene,

él se burla si un día no se muestra,
se ríe si nos abruma con su coraje,
y al final del día se avergüenza de ser tan juguetón,

porque sabe que nosotros somos el eterno viaje
al regreso de nuestras ilusiones agotadas,
la noche arriba, el llanto abajo...

El pastor no se sorprendió de mi llegada. Otros hombres han venido hasta aquí. Algunos creyendo que la ciudad existía todavía. Yo les muestro las ruinas y les hablo de su pasado. Así me entretengo. Como me sorprendiera su recitación, le pregunté cómo conocía ese texto del sabio Kiru Muruyaba. Pero él no sabía ni quién era ese sabio ni qué significaba exactamente el poema. Me lo enseñó otro viajero que pasó por aquí. Lo cantábamos juntos mientras él hacía sonar un instrumento que llamó shamisen. Me gustaba cómo lo tocaba y las palabras sonaban de una manera muy divertida al acompañarlas con la música, así que acabé aprendiendo la canción. Él me enseñó también a tocar el instrumento. Un día dijo que se sentía tan viejo que no tenía sentido seguir cantando por los caminos y que quería marcharse para siempre. Y me dejó el shasimen que aquí ves. Verdaderamente sorprendente es este valle, pensé. Parece inexistente, no se encuentra en los mapas, casi nadie sabe de él, pero en Tanarai voy encontrando a todos los personajes de la vida. ¿Seré yo uno de ellos, destinado a no salir nunca del valle de la oscuridad, del silencio y de la soledad?


Puro asombro
el valle son mis pasos.
No miro atrás.

4 comentarios:

  1. Parece que tu imaginación no tiene límites, ¿cómo lo haces? Una entrada diaria casi todos los días, todas magníficas y aquilatadas con esa prosa tan llena de resquicios y puntos de fuga donde el lector puedes naufragar...

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  2. Francamente, Stalker, no estoy seguro de nada de lo que hago (escribo), pero necesito sentirme vivo cada día, porque he debido caer en esa superchería de que si no leo ni escribo es como si no me sintiera palpable. ¿Lo hago por carencia de otras posibilidades, o como conjura, o como exorcimso, o por hambre...? Qué lo mismo da, total, todo es tan efímero, ¿no crees?

    Carpe diem (el instante, el fugaz presente)

    Gracias por tu ánimo costante.

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  3. No es tan efímero. Hay presencias que apuntalan el alma,aunque su existencia sea efímera.Eiffel

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  4. Claro, Eiffel, hay presencias que apuntalan e incluso que renuevan que hacen descubrir que destacan que construyen que sacan lo oculto de nosotros...No me angustia el carácter de lo que llamamos efímero (vida¨= efímero, pero ya ve vd., s etrata de vivirla y gozarla en todas las dimensiones posibles y durante el máximo que se pueda, ¿no?

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