viernes, 4 de julio de 2008

A cuatro patas


A veces se busca mejor a cuatro patas. Se está más cerca del suelo. Justo donde las imágenes son menos altivas. Donde la correspondencia con otras especies revela dimensiones improbadas. En un tiempo y un mundo en que las gentes se elevan sobre alturas cada vez más aisladas, reconforta la maniobra. Hay atracción por otra medida de las cosas, hay sugerencias ocultas, hay indagación por otras comprobaciones. El ejercicio admite un nuevo hábitat. Todo el suelo es un territorio compartible. Los reptiles se sentirán felices de que por fin los humanos hayan descendido de los árboles de la ciencia del bien y del mal. Demostración del nuevo aprendizaje. Volver a los orígenes para reconsiderar modestamente las nuevas posibilidades conductuales y éticas. Alimaña o hembra en celo, cada individuo, una vez más, se siente atrapado por su imagen. En el signo de los tiempos campa más que nunca Narciso. Todo el mundo quiere verse reflejado en alguna parte de la luna para sentirse palpable. La falsa mirada no puede suplantar nunca el poder del tacto, por ejemplo. Deberíamos saber a estas alturas que los sentidos no son compartimentos estancos. Que no aportan por sí solos la dimensión integral de los cuerpos y de las perspectivas. Un toque insincero no revela el calor del otro cuerpo. Una mirada superficial no descubre al que se tiene enfrente. Un gusto alterado no comprueba el sabor de un alimento encarnado. Una escucha fugaz no retiene la profundidad del sonido ni de las pronunciaciones que verdaderamente dicen. Un olfato alejado no percibe el rayo de las feramonas, por ejemplo. Acaso el humano, alarmado ante la quiebra de la propia consideración sensorial, propugna el retorno a las cuatro patas. Algo tiene de conciencia, algo de experimento, algo de conjura teatral. La Woodman lo entendió muy bien. Y se puso a prueba.

(Fotografía reptilínea de Francesca Woodman)


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