lunes, 23 de junio de 2008
Preservación
Te resguardas de tu propia perplejidad. Nunca fuiste tan claro. Nunca tan audaz. Nunca tan contundente. Arriesgas en tu búsqueda. Tampoco es tan evidente que los hombres rebeldes se expongan más que los aquiescentes. El rechazo y el ansia de claridad les aprieta en una tenaza de plata. Pero se hallan más predispuestos a aventurarse. Eso les salva. No es fácil que tu mundo de símbolos sea entendido a primera vista. Hay unos cánones al uso, pero tú te inventas otros. Acaso son las respuestas a tus preguntas. Porque las respuestas no son nunca necesariamente objetivas, y no sirven si no te tocan el alma. Si no te abren caminos. Si no asumen tu naturaleza. Si no te remiten a empezar de nuevo. Hay unas líneas gastadas y tú dibujas unas nuevas. Hay expectativas que mimas, y otros sospechan dudas que en ti no existen. Difíciles los gestos, las palabras, las formas cuando dejan de ser académicas. Aunque tú los amparas porque los consideras más auténticos. Porque son más tuyos. Porque peleas por ellos. Porque nadie va a interpretarte y resolverte si tú no lo haces. No te sorprendes demasiado a estas alturas de que a veces te pierdas en tu propio laberinto. Has vivido tantos siglos dentro de él. Y sin embargo nunca tuviste tan claro que hay una luz, que hay una bocanada de aire circulando por las galerías de tu ser. La rendija se va haciendo cada vez más grande. Piensas en el hilo de Ariadna, lo tienes al alcance de tu mano, y no lo sueltas, has decidido sujetarlo y seguirlo. Él te conducirá a la salida. No te sientas excesivamente perplejo, tú lo tienes claro. No malinterpretes las adversidades de cada instante. Lo adverso no es la línea curva que se te ofrece para descubrir lo imperecedero. El trazo que se desplaza hacia todas las direcciones sobre las que te reclamas con viveza, con energía, con curiosidad, con pasión. Tampoco puedes pretender que cada uno de tus pasos sea comprendido por los habitantes de la ciudad. Los habitantes ya tienen bastante con lo que les pasa a cada uno de ellos, así que, ¿por qué tendrían que preocuparse de ti? Leva el ancla. No hay ciénaga bajo tus pies, ni fondo enmarañado capaz de amarrarte e impedirte salir a flote. No. No te ocultas, sólo paras. Sólo descansas. Sólo te preservas.
(Es Jorge Molder, el fotógrafo portugués, el que está tras sus autofotográficas manos)
Lo malo es cuando uno tiene que protegerse de uno mismo
ResponderEliminarNadie, absolutamente nadie más que uno mismo ha de encontrar su calma.
Todos nos perdemos en un laberinto, pero algunos como Teseo vencieron al Minotauro. Pero basta de leyendas!
A veces, nos merecemos descansar, no preguntarnos, ni que nadie nos entienda, solo parase, perseverar. Tener calma y que no nos importe el mundo que hay fuera.
Un abrazo
Hola, Olvido. Bueno, protegerse de uno mismo es una práctica habitual y paralela a protegerese de otros o de los acontecimientos. Rubrico todo lo que dices, aunque encontrar la calma no es nada fácil cuando queremos llegar a alguna parte. Es como si perseguir objetivos y meditar fueran términos antitéticos. Pero se hace el esfuerzo de conjugar ambos tiempos. Después de todo, es la tendencia humana. Y se haga lo que se haga en esta vida, ciertamenete no dejarnos marcar ni limitar por el mundo exterior, que no es nada puro por cierto. Gracias y feliz domingo.
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