lunes, 11 de febrero de 2008
Vive y alégrate
Está acostumbrado al paisaje de la niebla desde niño. Nunca se acobardó cuando atravesaba los parques donde los árboles se diluían o las calles cuyas casas dejaban de existir. Cuando miraba la costa y sólo oía el rumor del mar, se sentía cautivo del misterio. Cuando volvía a casa desde un paraje del campo en que todo se condensaba en ese vapor incierto, temía perderse y deseaba perderse. Y cuando se acercaba al río y jugaba a imaginar los puentes y a adivinar la ribera opuesta, una vaga aprehensión le tomaba, sin comprender si sería posible un retorno ni en qué dirección. Había una extraña alianza táctil entre la niebla y él. Todo partía de no sentirse desasistido. De percibir la niebla como refugio, no como amenaza. De desear que las exigencias se paralizaran. Si dudaba, no era la ocultación del mundo lo que le hacía dudar, sino la incertidumbre de si todo el peso que le agobiaba iba a seguir igual después. Si temía, no era la atmósfera vidriosa lo que le hacía temer, sino la posibilidad angustiosa de que tras la niebla todas las acechanzas siguieran allí. Conjuraba todo aquello que se le reclamaba severamente adentrándose entre aquella humedad insondable. La niebla, una espiral protectora. La niebla, una forma de ficción. La niebla, una prueba de la que resurgía. Sensación de morada efímera, la niebla se ratificaba como necesidad más que como accidente. Acaso lo entiende ahora mejor, cuando lee lo que se emite desde la palabra del poeta jerezano José Mateos...
Dicen que en la oquedad de algunos pozos,
entre sus grietas, donde crece el musgo,
hace su nido a veces algún pájaro
y entona desde allí su canto incierto.
Dudas y cantas: ésa es tu creencia.
Salvar un poco de ese instante único
que llega a ti como un deslumbramiento,
como una sacudida que deshace
y diluye fronteras, cotos, límites...
Porque también el tiempo, cuando quiere
y se detiene en medio de dos cifras,
es un peso que eleva, es como un bálsamo
que alivia el daño de vivir sin rumbo,
de estar perdido en donde nada es nada
y todo cambia de sustancia y forma.
Vive y alégrate. Muerde la fruta
que es ser y respirar hoy todavía
aunque, al comerla, su sabor amargue.
Entra sin miedo hasta un lugar más hondo:
no hay caminos que salgan de este bosque.
Vuela a tu lado el cuervo y sientes frío.
Tus manos palpan una puerta, un muro.
Se oye a lo lejos un rumor de agua.
Te cercan voces, pasos de otra vida.
Y tu casa está aquí: en esta niebla.
(Niké Moritz fotografió entre la niebla)
Me quedo con lo de "una forma de ficción".
ResponderEliminarBuenas noches
Ese poema me habla. Dudo, canto,vivo en una relativa y a veces absoluta niebla.Intentaré morder la fruta....
ResponderEliminarGracias por tus palabras, Fackel.
Y buenas noches con buenos sueños.
Me alegro que os guste. A mi me fascinó, y me pareció hermoso participarlo a quien quisiera beber en él la niebla, y lo leo una y otra vez, como si me siguiera diciendo cosas nuevas sobre mi mismo...
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