martes, 19 de febrero de 2008

Penúltimo canto
















En ese momento irrepetible de la noche has pensado que morías como el cisne. Pero el canto patina aún sobre tu propia piel, como la luz que rescata a las sombras la convexidad de tus formas. En la caída intuyes el cuerpo arrojado a la dispersión, pero sientes también su reagrupamiento. Sabes que el calor no te abandona, sino que recorre los infinitos recovecos entre los dedos de tus manos y los de tus pies. Un mapamundi de posiciones que pueden derivar en multitud de trazos. Posas para ti misma. Afinas tus músculos porque en cualquier momento precisarás alzarte. Si no tensas tu arquitectura desde el suelo tal vez el sol nunca tome tu cuerpo como suyo. Entrarás en un sueño extenso que propiciará para ti la fiesta de los sentidos. Porque sólo en los sueños reside la percepción total. Allá dentro estarás más poseída de tus dones. No cabrá distinguir las horas de la danza ni los ritmos del deseo ni los latidos de la necesidad ni el llanto de la música. Acaso no querrás volver. Reposas en tu cuarto menguante, preservándote de antiguos desconciertos. Sólo quieres yacer ahí y que nadie te mire. Y que ese tiempo de silencios cunda. Temes despertar. Temes que el canto quiebre. Ya estás escuchando los versos de Alejandra

No me entregues,
tristísima medianoche,
al impuro mediodía blanco



(Fotografía de Ruth Berhard)

2 comentarios:

  1. Qué decirte, Lagave. No sé si doy en la clave de algo, pero arriesgo interpretaciones. Buena y apacible ncturnidad.

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