domingo, 25 de noviembre de 2007

Jacqueline


Valle, espíritu, inmortal;
se llama la hembra misteriosa.
El umbral de la hembra misteriosa,
es la raíz del cielo y de la tierra.
Sin interrupción,
parece existir siempre,
su eficiencia nunca se agota.


Quiere acabar etéreo el domingo. Se abandona y desconecta. O trata de entrar en otra dimensión. Se deja llevar por Jacqueline. Una manera de conjurar la actividad frenética que su condición asalariada le deparará los próximos días. Vibra en su propio silencio con los sonidos de Mendelssohn, Haydn, Saint-Saëns o Elgar. ¿O es la dinámica propia del violonchelo que no cesa? ¿Es la intérprete la que refunda a los monstruos de la composición? ¿En quién pensamos los oyentes cuando nos atraviesa la música? ¿En los creadores o en los intermediarios sin los que aquellos no existirían? ¿O ni en los unos ni en los otros? ¿Es tal vez nuestra receptividad la maga de la historia? ¿Es la caja emocional de cada individuo la que reconstruye para sí la música? Pero acalla sus preguntas. Sólo escucha. Sólo se conmueve. Cierra los ojos. No se ve. Se desposee de sí mismo.

(Una vez más, el Libro del Tao, al que corresponden los versos de entrada, es un buen manantial de sugerencias. A finales de octubre se han cumplido veinte años de la muerte de Jacqueline du Prés. Una vida ying yang: rica en creatividad, aciaga en la némesis que le esperaba. El oyente, agradecido a la parte que ella ha puesto en su alma)

1 comentario:

  1. Eso plantea que no se sabe si primero es la inestabilidad de lo consciente o la inestabilidad de lo onírico, o puede que sean las dos caras de la misma moneda, F. Saludos.

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