lunes, 19 de noviembre de 2007

Extravío



(Indagaciones II)


Mi apreciado Ludwig. Imagino que me habrás echado en falta estos últimos días en el café Kolster. Mi desaparición repentina no tiene nada que ver en absoluto con la última discusión que mantuvimos en la tertulia. Sabes de sobra que llevo con buen talante las discrepancias y las subidas de tono de los contertulios de siempre. Mi madurado escepticismo me tiene sobradamente vacunado. Es verdad que a veces soporto con dificultad los aires proféticos de alguno de los asiduos. Y que me cuesta aceptar las intenciones impositivas en que se transforman algunas de las opiniones expuestas, que rompen el relajado tono coloquial que siempre ha caracterizado a nuestro grupo. Sé que tal como evolucionan los acontecimientos en nuestro país no cabe esperar ya demasiado desenfado y tranquilidad a la hora de comentar los mismos. Hace tiempo que el ambiente se ha enrarecido en todos los foros, y la prensa no es algo ajeno a ello. Siempre he creído que los avatares políticos inmediatos no deberían alterar nunca la capacidad de visión de las cosas. Y mucho menos empañar la clara trayectoria de conversación que ha caracterizado a nuestros cafés. Además, creo que todos nosotros, bien por la edad, bien por nuestra posición social, más o menos desahogada, bien por nuestro espíritu burlón y crítico, bien por los años que llevamos vinculados, hemos sabido contemplar con espíritu festivo y placentero todo cuanto nos rodea. No sé por qué tendríamos que cambiar ahora, salvo que algunos personajes advenedizos, que se presentan de improviso con abundancia de ideas ponzoñosas y arcaicas, pero revestidas de apariencia de modernidad, nos agüen el estilo mesurado que siempre hemos practicado. Ciertamente este tipo de individuos exhiben más la ligereza de una lengua verborreica que una supuesta y deficiente capacidad de análisis, y creo que ese estilo puede perturbar no sólo nuestros encuentros, sino que si cunden en otros planos de la vida social, puede envenenar las mentes de los menos duchos en ejercitar el pensamiento. Prefiero no darle muchas vueltas a ello, porque me invade cierta inquietud y puedo ser presa de un desánimo contra el que había pensado siempre que estaba curado. Pero yo no me he ausentado de pronto por ninguno de estos motivos. Cierta comunicación judicial me ha obligado a viajar repentinamente a este perdido lugar de la costa norteña. Como tú sabes no soy persona dada a alterarse por novedades que la mayor parte de las veces no son tal. Pero esta vez, el reclamo acerca de una diligencia extraordinaria e inesperada me ha motivado a reaccionar con premura. No sé aún por qué pero me ha sido concedida cierta propiedad de la que yo ignoraba su existencia. Apenas he tomado contacto con el lugar y no me he apresurado tampoco a averiguar los motivos. Ya tendré ocasión. Creo que de momento me desborda la buena nueva y el simple cambio de aire me deslumbra. Dispongo de las llaves de la casa, sobre cuyo interior ni he hecho inventario alguno todavía ni he revisado el estado general de la construcción. Detrás hay también una huerta amplia, con una amplia chopera, que está delimitada por un río cuyo caudal es bajo, pero al menos el agua corre limpia. Es obvio el abandono tanto de la edificación como del terreno, pero eso no me importa demasiado ahora mismo. Me alojo en un pequeño mesón próximo, cuyos dueños muestran una forzada simpatía que no oculta una mal disimulada desconfianza. No me sorprende; toda la vida habrán estado acostumbrados a los anteriores habitantes de la casa y no es fácil aceptar a un recién llegado del que no saben de dónde sale ni para qué viene. Probablemente sea para ellos un entrometido al que hay que atender pero con el que hay que mantener distancias. En las escasas fechas que llevo aquí he dado algunos paseos, lo que me ha permitido situar la pequeña finca, así como conocer los pueblos próximos. No sé qué me pasa, pero es como si me costara tomar posesión, ¿se dice así?, de esta herencia misteriosa. Mi presencia toma el aspecto de una amplia circunvolución, como la que llevan a cabo las aves de las cumbres, realizando vuelos de aproximación sin acabar de precipitarse sobre presa alguna. Es como si quisiera encontrar la explicación de lo que hay dentro rodeando los sucesivos entornos: la aldea, los campos, las riberas, las colinas, las hondonadas que acaban conduciendo al mar cercano. No podría decirte mucho más. Cuando hice el viaje pensaba que sería una cuestión de ida y vuelta. Ahora mismo ignoro si me quedaré pocos o muchos días. Presiento que un recóndito magnetismo me retiene. Me siento extraviado. La frialdad de esta zona es diferente a la de nuestra región; la luz es más tenue pero más temprana; la fragancia de los campos se mezcla con la que llega del mar y me produce una enajenación embriagante. Mañana me acercaré hasta un faro que no dista demasiado de aquí, desde cuya posición me han dicho que se contemplan las costas escandinavas. Te iré contando. Justifícame ante el resto de la tribu del Kolster. Diles que discutan sin mi.

P.D. En el remite del sobre podrás ver la dirección de la pensión donde me alojo. Creo que es mejor que dirijas tu correo a esas señas, porque no tendría sentido todavía hacerlo a otra parte.
Afectuosamente,
H. Winckelman

1 comentario:

  1. mmmm!!me gusta este extravío.Muy sugerente la tribu del Kolster y sobre todo ese magnetismo que detiene a Winckelman. Se ve la costa escandinava?,pero no está en
    Nymburce? estoy confundida Fackel.
    Buenas noches

    Olvido

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