jueves, 29 de noviembre de 2007

Días nonatos



Hay días que no nacen. Días que existen porque lo dice el calendario. O porque los mensajes en el outlook se acumulan sin respuestas. O porque te arrastra un ritmo de quehaceres que apenas te deja margen para comprobar si ha habido tránsito alguno del ayer al hoy. Días cuya fecundidad es absorbida desde el primer rasguño de la madrugada y no sobrepasan la oscura demarcación de la niebla. Días que no parecen amanecer nunca. Que intuyes que no van a llegar a ser. Y te pones en la calle y te dejas caer en el asiento de un autobús, donde cierras los ojos, porque tal vez no los has abierto todavía del todo. Quieres encontrar belleza en esa opacidad que envuelve en silencio los objetos. Pero no la ves. La ciudad no sabe representarse sino en la extraviada y ficticia luminosidad sobre la que se reproduce mercantilmente. La niebla que calza las aceras la ignora, la merma, la desprecia. Ha desaparecido toda huella de brillos, los perfiles de los grandes edificios no se tocan, los trazados se han extraviado en la turbulencia del caos. Desde tu apoltronamiento en un rincón del autobús, tu sueño que no cesa advierte otro paisaje donde la niebla es hermosa. Donde los recodos de los ríos y el espejo de las laderas adquieren la imagen de un manto que se va descubriendo generosamente a tu paso. Donde la boira se mueve en estratos ora veloces ora calmos que acaricia la geografía, pero también la mirada. Y te cautiva el curso silente de unas aguas, la carencia de sonidos, la ausencia de aire, la quietud de los ramajes. Tanta seda arrebujando un territorio que parece más bien un origen. Tanta recreación que simula un destino. Y tú te ves desplazándote y extendiendo los brazos con euforia para poseer los discretos filamentos de la luz que no logran traspasar el cristal por donde diriges, sonámbulo, tu caminar. Y abres la boca para que te afinen el paladar los olores que el rocío va ofreciéndote. Y desmadras tus pupilas para incorporar los tonos, los dibujos, las humildes arquitecturas de la naturaleza. Te divide de pronto una brusquedad. Alguien sacude tu hombro y te indica que aquella es la última parada. Afuera sigue la niebla y la percibes más densa todavía, y temes que va a cubrir de negrura y de alteración las horas que tienes por delante.

5 comentarios:

  1. 29 de Noviembre pero de otro año, se nombró a la niebla en aquel otro sitio.

    Yo le dejo esto que le diría José Mateos a usted, tan sólo un año antes :
    (...)
    Entra sin miedo hasta un lugar más hondo:
    no hay caminos que salgan de este bosque.

    Vuela a tu lado el cuervo y sientes frío.
    Tus manos palpan una puerta, un muro.
    Se oye a lo lejos un rumor de agua.
    Te cercan voces, pasos de otra vida.
    Y tu casa está aquí: es esta niebla.


    Los días que no nacen se quedan en el limbro?

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  2. Me acordé de Altazor y fui a buscar:
    ¿Por qué soy prisionero de esta trágica busca?
    ¿Qué es lo que me llama y se esconde
    Me sigue me grita por mi nombre
    Y cuando vuelvo el rostro y alargo las manos de los ojos
    Me echa encima una niebla tenaz como la noche de los astros ya muertos?
    (Altazor, canto I, Vicente Huidobro).
    Sí Fackel, existen días...
    Un abrazo

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  3. Buena pero despistada pregunta, v. ¿No sabe usted que la Babilónica no reconoce desde hace unos años la existencia del limbo? Broma aparte, no conocía ese poema, pero lo buscaré, buscaré a ese autor, parece interesante y lleno de significantes. Tomo nota y me entusiasmo con que me pongan en la pista de un descubrimiento.

    Buen recuerdo el de Huidobro, genial obra la suya. Para mi, sigue siendo de mesilla. La fuerza de su Altazor arrolla y consuela. Es una épica donde recuerda a los hombre su destino de desolación. Pero a mi me fascina su fuerza. Gracias.

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  4. Por si alguna vez vijas en dirección hacia el oeste...

    Rompe la niebla
    el alba con tus pasos
    cierro los ojos

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  5. ¿Sabes, V.? Este año está trayendo muchos días de niebla. Todos los puntos cardinales quedan cubiertos por la niebla. No me asusta. La niebla hace mirar hacia dentro de ti mismo. Puede ser un signo. Tal vez un don. Buenas noches, V., esté donde esté (y como esté)

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