lunes, 17 de septiembre de 2007

Pérdida


¿Cuál ha sido tu culpa? ¿A quién has traicionado? No viste claro en su momento que la prueba tenía sus contrapartidas. En cualquier otro lugar el jefe es el jefe, y podrías llegar a un acuerdo con él. Aquí no; aquí la sociedad tiene un carácter más sacro y el precio del desentendimiento se paga según las normas establecidas. Otro daño no tendría el mismo valor. Éste prolonga tu vergüenza. Se te condena a la exhibición. Muerta serías ignorada en dos días. Ni siquiera cundiría el ejemplo. La amputación te salva en un sentido; te atrapa en otro. Tu mano lo va pregonando y servirá de escarmiento para otros indecisos. ¿Pensaste que ser mujer te iba a librar del castigo? Ellos no distinguen. Su esencia moral, ¿por qué no denominarla así?, es rigurosamente vinculante. Ellos viven en un mundo concéntrico en el que se reconocen. Manejan otros círculos de vida en función de su epicentro. Y éste son sus intereses, difíciles de medir, difíciles de situar, siempre cambiantes, siempre acomodables. Para eso han construido un código de honorabilidad que sea su escudo y su ariete. Con él se protegen a través de un hilo conductor de miedos, o como poco, de precauciones y fidelidades extremadamente consecuentes. Con él apuntan contra las defensas de aquellos de los que pretenden obtener algo y se resisten. Si te adscribiste a la entidad deberías habértelo pensado mejor. Las tentaciones, las dudas, las divergencias no se admiten por las buenas en la Casa. Nunca hay un microclima diferenciador donde se comprenda la disensión. Ni por ser mujer. Dices que eso ya lo sabías, que no esperabas cortesías ni piedad llegado el momento de la discrepancia. Para ti no fue traición. Trataste de hacerte valer, pero entraste en competencia con los veteranos. Intentaste aportar nuevos criterios, pero te frenaron las antiguas categorías, que tú considerabas caducas y, por qué no, incluso injustas. La Casa puede ser dura, exigente, incluso implacable. Eso pensabas. Pero no tenía por qué ser arbitraria. Y lo expresaste. Tal vez el problema fue que lo hicieras saber lateralmente. Acaso, puesto que el riesgo estaba ahí desde el primer día de tu compromiso, tenías que haber defendido tus puntos de vista cara a cara, en el Gran Consejo. Podías haber llegado a él. Ellos podrían haberte aceptado si previamente les hubieras consultado. Si les hubieras pedido permiso, o solicitado acceso, o simplemente rendido una leve pleitesía. Pero decidiste obrar como si no pertenecieras a la Casa. Saltándote sus preceptos. Ignorándoles a ellos. ¿Un error de cálculo, un olvido, una alteración de humor, una táctica ofensiva? Ahora puedes decir que contabas con esa contingencia. Ellos te han avisado conforme a las leyes de la tribu. Ahora que te has dejado caer sobre el diván, no pienses excesivamente en la aplicación del rito. No te han echado; al contrario, cuentan contigo. No te han marginado; más bien te han integrado de manera más intensa. No te han rebajado; saben de tu audacia. La amputación del índice, dicen ellos, es por tu bien: para que no llegues a ser un ángel caído. Es el ligero coste de pertenecer a esa casta. Pero en tu rabia contenida sabes perfectamente que algún día marcarás tú las reglas.


(Daido Moriyama fotografió)

2 comentarios:

  1. Buenos días, Fackel. Podría ser un cuento oriental, pero yo lo leo como metáfora de la vida cotidiana de muchas mujeres maltratadas. Me ha gustado el símil, fantástico. Un abrazo.

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  2. O tal vez metáfora de tantas cosas, Zeleste. Está bien hacer lecturas (y recrearlas)de cada acontecimiento, narrado o no. Gracias.

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