Las forzadas medianerías se consuelan con los ecos perdidos. Los leves residuos de las vigas desaparecidas, los restos de estuco deteriorado, los perfiles borrosos de las geometrías de las habitaciones, los ladrillos que se van descostrando del todo, los chorretes de agua de las lluvias, el trazado en vértice que se abre como manos que absorben el aire...¿qué muestran? ¿La orfandad de lo que existió o una nueva dimensión inhabitada? ¿La herencia de la oquedad o la exhibición de la débil frontera entre el ser y no ser? Los edificios son vidas dentro de las vidas. No se limitan a recogerlas, sino que las poseen y se proyectan como entidades multiplicadoras. Su existencia ratifica a las tribus, pero su desaparición las expulsa al olvido. Puede que aquellas existencias humanas moren por nuevas estancias. Puede que disfruten de otros paisajes más reconfortantes. Pero el derrumbe acabó con la vida anterior. Y la caída siempre es negación. Hoy, el recuerdo son los muros de las casas adjuntas. Testigos ajenos y obligados. Propietarios del vacío. Sólo permanecen las alturas de la melancolía.
Hay patetismo en el vacío generado por los edificios demolidos. Esas huellas pegadas a las casas colindantes son impactantes siempres. Así, la vida, ¿no lo crees F?
ResponderEliminarEl patetismo de la vida invade los edificios como intervienen sobre los gestos o sobre las conductas humanas. Todo es tan concéntrico... ¿no lo crees tú?
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