lunes, 16 de julio de 2007
La sirena
Te deslizas. Y la luz es líquida. Y tu cuerpo, un resplandor sorteando las orillas. Asciendes, y tus manos, como leves aletas, tornan más grácil tu vuelo oceánico. Los nudos de la red se disuelven a tu paso. Los escualos te hacen un hueco para que transcurras pura por su territorio. Las algas adornan la senda de lluvia por la que te escurres casi invisible. Millones de huellas anónimas emergen para revelarte un nombre. Siempre te gustaron las escrituras de arena. Y las geometrías que se llevaba la marea. Y los besos que perecían en el atardecer. Surcas tu propia contracorriente. No hay en ti extrañeza alguna. Aligeras tu cansancio embutiéndote en la piel de los viejos saurios que comparten dos mundos. Invocas el misterio que deseas luminoso, acaso implorando nuevos aprendizajes. Resistes, observando pausadamente. No te agotas en el ejercicio, sino que temes escorarte por la melancolía. Esa obscura tentativa de deserción que a veces nos invade. Esa llamada a la intemporalidad imposible. Es bella tu fragilidad. Es poderoso el empuje de tu timón, orientando un viaje indescifrado. Es asombroso el ritmo que, imperceptiblemente, fortalece la conquista de tu navegación sinuosa pero firme. Mantienes bajo control un suspiro latente que sólo quien se esfuerza sabe renovarlo sin que le haga mella. Flotas. Caminas en tu preciada ingravidez. Como el primer día que ocupaste tu espacio de silencios. Como la primera noche que desalojaste de lágrimas tu pecho.
(La sirena, captada por la fotografía de John Wimberley)
Un flotar incierto.Pero no creas, dejarse llevar es un gran esfuerzo.
ResponderEliminarPuede que lo incierto exija mayor esfuerzo, puede. Pero la vida es el oleaje de la incertidumbre, de la duda y de lo desconocido. Tan real como todo aquello otro que aseveramos como fijo, seguro y manifiesto. Y que con frecuencia quiebra. Calma siempre.
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