lunes, 21 de mayo de 2007

Insolvencias




(Variaciones XV)


Te sabes insolvente desde los primeros años. Siempre te ha parecido que a todo tu tiempo le sobraba insuficiencia y que te sabía a poco. Aunque lo perdieras, la desocupación te enajenaba. No se trataba de una mera ociosidad o de una dedicación al despilfarro. Cargabas tu bagaje de historias fingidas, de hazañas recurrentes, de ensoñaciones dispersas. Lo tuyo era una introversión no advertida. Vivías en tus personajes y ellos adquirían naturaleza tangible para ti. Deambulaban por la casa y te acompañaban cuando nadie quería hacerlo y se acostaban a tu lado cuando a tus ojos y a tus exigencias Dios ponía en peligro lo que creías que era su ilimitada capacidad taumatúrgica. Nunca te aburriste, lo sabes. Cuanto más te sentías acechado por las imposiciones y los compromisos, más te refugiabas en tus escenarios idealizados. Había que sobrevivir. Y sobre todo había que no desdeñar el tiempo, aunque tu concepto del mismo y el de tus mayores no se reconocieran sino en una lejanía de improbable convergencia. Te costó adaptarte a las exigencias de la realidad. La materia de la que están hechos los hombres no sólo es de sueños, sino también de obligaciones. E indudablemente también de infamias. Y cuando diste el paso para ser admitido como realista, porque había que vivir de algo, perdiste la inocencia. Y cuando te pregonaron la cantinela de que había que ser alguien en la vida, casi cala en ti. Aquellos años de oficios al día, de patadas insatisfechas, de carreras sin meta clara te ensombrecieron. Acaso la enfermedad volvió a poner en tus manos la posibilidad de un tiempo revertido. Tal vez el viaje que después de la curación arriesgaste sirvió para profundizar en tus no tan pequeñas búsquedas. Ya no eras un niño, ni tenías que rendir cuentas a nadie. Desde entonces vienes haciendo de la temporalidad entendida a tu modo un deslizamiento caprichoso. No buscas en las puestas en escena teatrales otra cosa sino la prolongación de tu estado primario. Pero no se nota, sólo tú lo sabes. Y las personas que te tratan, que se estrechan contigo e incluso te aprecian, a veces temen que no sean sino títeres de tu desperdigada euforia. Eso es lo que no quiere pensar la mujer que te ha recibido la otra noche como si del hijo pródigo retornado se tratara. Tú te mueves en ese plano, que crees amplio, de círculos concéntricos donde activas la creatividad, fomentas relaciones y en ocasiones aventuras vínculos. No debes temer. Ella vive también en su poderosa atalaya y te observa. La diferencia de edad no bloquea la aproximación. Ella aprendió a mirar hace mucho tiempo. Sabe leer en los rostros, en la lasitud de los gestos, en la posición de los labios cerrados, en el brillo de la mirada. Y cuando escucha, y cuando se deja llevar por tu enfebrecido y a veces brillante desahogo verbal, percibe las claves de los significados ocultos de tus palabras. Te va distinguiendo mejor que lo que tú, desde tu pretenciosidad, crees que te conoces. Ahora mismo, según regresas, ni siquiera ha hecho nada por disimular que ha leído tus textos. Dependerá de tu actitud que ella te comente algo o no. Pero aunque calle, y con ello te demuestre respeto y manifieste prudencia, podrás ir sabiendo de qué manera se va apoderando de ti.

(Fotografías de Giuliana Cunéaz)



1 comentario:

  1. Que ella no te condicione. Tus letras son más libres. Simplemente son tuyas
    Un saludo
    Daniela

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