lunes, 2 de abril de 2007

La otra carta




Sabes que no, Vladimir. Sabes que tu despedida violenta es para nosotros abandono, pero no olvido. Todos tus amigos, nuestros amigos, y yo misma, hemos tomado buena nota de tu actitud. Ésta ha sido amarga y nos ha descompuesto a todos, pero ha tenido un inmenso valor. Por una parte, nos has alertado de forma sobrecogedora, pero irredenta, sobre los malos tiempos que pueden avecinarse. No tenías suficiente con tus críticas a los camaradas oportunistas que iban segando la hierba bajo tus pies. Tenías que demostrarles además al precio de tu propia vida lo bajo que iban cayendo, aunque seguramente ellos ahora se estén riendo de tu determinación. Por otro lado, nos has llamado a la atención contra las traiciones estéticas, que es tanto como decir contra las felonías que se empiezan a cometer con aquellos objetivos que nos hicieron activar la vida y la creación artística, sobre todo durante estos años decisivos. Si te soy sincera, a pesar de presenciar últimamente tus estados de desgaste y de derrumbe anímico, nunca llegué a pensar que alguien tan capaz de sortear las adversidades con ese vuelo tan espectacular de ilusiones como el que tú siempre exhibías pudiera renunciar de manera tajante a todo. ¿Tan irresoluble veías el futuro? ¿Tan difícil te parecía su encaje en tu personalidad? ¿No te éramos de suficiente peso cuantos te hemos protegido de tus crisis y aliviado de tus momentos desesperanzadores? Temo que tu problema ha sido que te has considerado juez y parte en la vida. Demasiada afección ha circulado por lo más hondo de tus venas, aunque siempre lo disimulaste con tus energías inextinguibles y montaraces y lo paliaste con tus impetuosidades. Te costó siempre tanto reconocer las limitaciones, relativizar las respuestas de los demás, distinguir los lenguajes de sus comprensiones, canalizar el ritmo de tus propuestas entre esos otros hombres que han ido escalando poder. No resulta fácil comprender el carácter usurpador que todo poder tiene, incluso antes de afianzarse con todos sus atributos, si no sabe respetar la opinión de los ciudadanos. Sobre todo para cuantos hemos contribuido de alguna manera a construcciones que empiezan a estar en entredicho y pretenden retornar al campo de las utopías. Ya sé que esto no debería decirlo, ya sé que temerías que yo también fuera incomprendida, pero es un diálogo oculto y esta carta no habrá sido sino un ejercicio mental dirigido al viento, por si quiere llevarte el mensaje. Sólo entendiste la felicidad, mi dulce Vladimir, como una dinámica, como un movimiento continuo en el que afrontabas dificultades pero también extraías satisfacciones, pero jamás como un cuerpo espacial y un estado temporal donde asentar tu edad y consolidar tus aspiraciones. Te crecías en las creatividades, te enervabas en las declamaciones de tus versos en público, te ensalzabas con nuevos proyectos cuando resurgías de tus días y tus noches de acres soledades, te emocionabas, en fin, entre mis brazos como el primer día, tú, que habías amado a tantas mujeres. Eso era para ti la felicidad, una afirmación de las leyes de la física, un reencuentro día a día con tu cuerpo y tu naturaleza, grandullón. Caronte ha lavado con tu sangre las esperanzas de cuantos te han precedido con la señal de la insatisfacción y no han sabido sobreponerse. Puede que los que quedamos en esta orilla seamos los cobardes, y si renunciamos a todo lo que tu impulso vital nos ofreció lo seremos más. Puede que algún día nos veamos obligados a seguir tus pasos, a pesar de que nos dejaste dicho en tu testamento póstumo y moral "lo que hago no es una solución, no se lo recomiendo a nadie..."
Siempre tu Lili.





(Ver el post titulado "La carta (póstuma)", colgada en este mismo blog el jueves 8 de febrero de 2007. La fotografía de Lili Brik la sacó Alexander Rodchenko en 1924 para uno de los fotomontajes publicitarios característicos, el cartel titulado Lengiz. La fotografía de abajo reproduce a Maiakovski, y también es de Rodchenko)

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