Le ha oído alejarse por el pasillo, atravesar la casa, cerrar la puerta con brusquedad. El gabinete está abierto de par en par y la mujer entra. Un olor acre a sudor se mezcla con la química embriagante de los barnices. Sobre una mesa, un plato con comida sin catar. A su lado una botella de riesling alemán vacía. Le sorprende que llegue tan mermada la luz. Descorre un tramo del cortinaje para no golpearse con los materiales. El artista tiene desplegado un trípode de campo, lo cual indica que trabaja desde diferentes posiciones y ninguna definitiva. Eso explicaría los improperios que le ha escuchado durante la jornada con frecuencia. No da con el punto, eso es. No consigue absorber la medida de luz precisa. Se ha debido desesperar tratando de centrar el lienzo. Pero, ¿por qué querrá tan escasa luminosidad? ¿A cuenta de qué esta extravagante inmersión en las sombras? ¿Desde cuándo trabaja a contraluz? Comprende ahora la causa de los pasos agitados que viene dando durante todo el día. Los manotazos secos en la pared, el arrastrar de las sillas, los quejidos enérgicos pero ahogados. Él, tan acostumbrado a plasmar los tonos níveos y definidamente contrastados, pretende adentrarse en alguna escena de tinieblas. Eso piensa ella. Le asusta ese súbito interés en reflejar ambientes deprimidos o personajes marcados que apenas sobresalen del fondo de la oscuridad más absoluta. Una vez, ya lejana, estuvieron viendo en el museo de la capital algunos cuadros del barroco español que transmitían angustia, si bien nada que objetar sobre el vigor y la capacidad de acabado. Aquel patetismo de los viejos ermitaños a ella la impresionó, pero jamás pudo superar la tenebrosidad de los colores, una combinación ígnea de rojos, negros y grises superpuestos. Se sintió afectada por las pinceladas diagonales, casi formando relieves, que enmarcaban la palidez mortecina y miserable de los santos varones. Teme descubrir lo que él puede estar creando. Se acerca con tibieza e indecisión hacia el bastidor. Hace tiempo que él ya no planifica las obras. Cuando lo hacía solía comentarlo con ella, se dejaba insinuar, aceptaba ideas. Ahora, ella nunca sabe qué va a pintar. Sólo por intuición percibe el momento en que él está decidiendo empezar algo diferente. Se vuelve más retraído, deja de leer, tiene momentos tajantes en que rompe una conversación o abandona la habitación, no quiere ver a nadie. En cierta ocasión estuvo de paso un antiguo amigo que quería visitarles antes de partir para una misión diplomática en Alejandría. Le recibió hosco y malhumorado, y fue ella quien tuvo que hacerle los honores, acompañarle en los paseos y llevarle a visitar la ciudad más próxima. Ni siquiera pudo él soportar las tertulias de después de la cena. Sólo el último día accedió en un esfuerzo extremo, a instancias amenazadoras de su esposa. Hay quien dice que los artistas son así, pero ella no acaba de entenderlo. ¿Tanta distancia con la vida ordinaria exige al artista la entrega a la realización de su obra? ¿Tanta concentración de energía debe preservarse aun al precio del ocultamiento? ¿Tanta acumulación de ideas en estado magmático está obligando al hombre a ignorar lo que le rodea? Ella teme por su salud. Hace tiempo que dejó de temer por el vínculo, para aceptar simplemente el dejarse llevar. La apacibilidad de una vida tranquila, imposibilitado ya el período de pasión e interés mutuo, parecía algo fácil de aceptar. Pero esto puede ser otro paso. Y sin embargo tiene que confirmarlo. Avanza hacia el lienzo, se coloca ante él, lo cubre una penumbra de colores graves, trata de situar la representación. El crujido de la puerta de entrada la distrae con brusquedad. Una voz espesa pronuncia su nombre con desgarro.
Fackel me está gustando mucho la historia que estás contando, o debería decir pintando?. Me muevo muy a gusto en esa casa y siento como se mueven y sienten sus personajes.
ResponderEliminarBuenas noches
Una historia que empieza a complicarse: eternas contradicciones entre creación (triunfo del individualismo) y convivencia (triunfo ¿de...qué?)Nos tienes en ascuas...
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