lunes, 12 de febrero de 2007

Los hombre grises



No son alienígenas, ni zombis, ni aparecidos, aunque recuerden a las almas en pena. Son los hombres grises. Viven entre nosotros, disimulan y hasta se muestran hábiles. Si se les tuviera que definir para saber a qué tribu pertenecen resultaría difícil. Y sin embargo, están al otro lado del tabique de nuestras viviendas, se sujetan a la misma barra del autobús, te cruzas con ellos en el taller, juegan la partida, se acercan al supermercado o se les ve entrando a los estadios. Obviamente, se levantan también por las mañanas, no todos; se ponen en movimiento con displicencia, se conducen formalmente como el común, acatan las leyes, o al menos eso aparentan, y ponen permanentemente cara de circunstancias. Les gusta comportarse como si estuvieran al tanto de todo, aunque no dicen nada. Visten discretamente, se desplazan con atonía, algunos se muestran con desenfado e incluso hasta canturrean y silban como si se mantuvieran en permanente relajación. Gustan así mismo de quererse enterar de todo lo habido y por haber, buceando siempre en chismes y dimes y diretes. Hacen preguntas simples para obtener respuestas simples. La opinión les espanta, la complejidad de los hechos les ahuyenta, la indagación les perturba. Se conducen con aquiescencia y dan el parabién con simpatía, e incluso algunos de ellos ofrecen un don de gentes que la primera vez que te los encuentras te parecen encantadores. Luego son monótonos, recurrentes y escasamente imaginativos. Aunque adquieren el prototipo de hombre o de mujer, en realidad no está claro si tienen sexo. Demasiado clónicos para revelar un signo tan excelso de vida. El tufo de aparente felicidad que exhiben casi da el pego, pero no resulta convincente. Podría afirmarse de ellos, eso sí, que están absolutamente integrados. Si por integración se entiende decir amén a todo, tragar lo que les echen, entregar la primogenitura por cualquier plato de lentejas, aunque estén podridas. Para ellos, la existencia es dejarse llevar. Son maleables, impermeables y opacos. Son del mismo material del que se revisten. No se mueven ni por ideas ni por ilusiones ni por proyectos. Nunca se sabe si avanzan o retroceden, pero ocupan el espacio, y los oportunistas, los negociantes y los vendedores de la feria política se sirven de ellos para justificar con ese espacio ocupado sus ansias. Algunos son funcionarios, pero la mayoría de ellos hubiera querido serlo. Les obsesiona la inseguridad, les confunde la diferencia, les bloquea la libre expresión ajena, les despista la espontaneidad, les desborda la información plural, les inhabilitan sus propias acechanzas. Fuertes en grupo y pusilánimes en soledad, esta especie se refugia en una sonrisa agabardinada hasta la consumación de los siglos.

(Esculturas de Juan Muñoz)

1 comentario:

  1. ¡Deus meus! Me suenan, me cruzo con ellos, a veces estoy codo con codo, me hablan, me sonríen en plan macdonald y hasta me han llegado a dar palmaditas...

    ¿Cómo va todo Fackel? Estás abundante estos últimas semanas.

    Un saludo.

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