lunes, 8 de enero de 2007

La foto en la nieve



Querida Carola B. Llevamos varias semanas de viaje y esto parece no acabarse nunca. El frío es el tema del que menos se habla, porque es tan evidente su efecto sobre nuestros cuerpos y los estragos que está causando que apenas se le nombra como no sea para tratar de ahuyentarlo. El ferrocarril se ha convertido en una prisión sobre raíles. Debido a la nieve que lo bloquea todo, avanza lentamente. En muchas ocasiones hemos tenido que estar parados días enteros, bien porque había que desatascar la vía de nieve o porque era preciso desalojarla de obstáculos imprevistos que impedían la marcha. También nos han metido en vía muerta para que los trenes con refuerzos militares pudieran pasar con prioridad. Las jornadas se hacen larguísimas y casi deseamos que suceda algo para sacudirnos el tedio. Los alimentos están estrictamente racionados, así que imagínate cómo lo está notando el cuerpo. Algunos compañeros no han podido más y han desfallecido o enfermado. En algunas ocasiones les hemos tenido que abandonar en poblaciones de paso, por lo que la incertidumbre sobre su futuro va a ser total. Ya no se sabe si la gente está triste o animosa o cómo está. Yo diría que sobre todo se muestra abúlica. Esto no es igual que el día de la partida en W, donde reinaba la euforia y el desenfado. Aquello fue un engaño, un embarque para quitarnos de en medio, y no nos libramos nosotros mismos de haber sido tan irresponsables, porque no hicimos nada por evitar lo que aconteció. Y aquí estamos ahora, desganados e indiferentes. Los más estoicos se pasan el día jugando partidas de cartas o a los dados. En mi grupo, donde, mayoritariamente, no nos gusta jugar ni apostar, imaginamos otra clase de juegos. ¿Recuerdas cuando tú y yo nos proponíamos pensar en lugares del mundo y había que acertar de cuáles se trataban a través de pistas, gestos o canciones? Una versión semejante nos entretiene y premiamos al acertante con un viaje imaginario en coche pullman de primera clase por el continente o con una travesía oceánica en trasatlántico. Tampoco escapamos a la melancolía; diría más bien que se ceba en nosotros. Hay momentos en que el vagón, aun repleto de hombres, parece un sepulcro. Sólo se oye el caminar de los piojos que agitan la ropa o los hombre rascándose con inquietud. Quien más o quien menos se muestra presa de la nostalgia. Y más vale que dure ésta, porque si no, la desesperanza sería mayor. Se habla escasamente de la situación del país. Es como si ésta fuera un tabú, y ni siquiera los responsables y coordinadores de las patrullas de trabajo se esfuerzan lo más mínimo. Diría más: en los pocos casos en que alguien emite una opinión, la crítica aflora y la rabia se manifiesta, pero no es posible el desahogo. Además, el riesgo de que se enteren los mandos cohibe mucho y obliga a desistir y a volverse cauto. No sé si llegaremos en buena forma a destino; ni siquiera sé si volveremos algún día. Está resultando una pesadilla, y si no fuera por este precioso regalo de la naturaleza que es la memoria y que entretiene, aunque lacera lo suyo, uno se habría vuelto ya loco. A algún compañero ya se le ve bastante trastornado, no creas. También hace mucho por mi capacidad de resistencia la fotografía de carné tuya que siempre llevo. El viejo pasaporte ya no servía para nada desde que nos quedamos sin Estado, así que lo mejor era salvar lo más valioso, tu imagen. No, no me riñas, nadie te va a pedir los documentos del pasado. Ya se encargarán otros de hacerlos nuevos, aunque, al paso que van las cosas, podría ocurrir que toda esta aventura fuera un extraño y desconsolado viaje de ida y vuelta...para quien sobreviva, naturalmente. La gente tiene la idea de que lo peor está por llegar, así que no sé qué decirte. Tal vez sea sólo pesimismo, no me hagas caso. Ya ves, a pesar de las diferencias y acritudes que ha habido entre nosotros dos, no me apetece nada darle vueltas a ello. En nuestra vida cotidiana yo pasaba rachas de desasosiego y desconcierto, que a ti te hacían sufrir. No sé si toda la culpa era mía o no, porque convivir es complejo y espinoso. Además, parecía que iba a dar para mucho el tiempo y nuestras dedicaciones y las aparentes seguridades, y te encuentras de pronto con que todo quiebra. Hoy, desde aquí, desde este territorio que debe ser humano también, pero que está cargado de miseria y de necesidad, me parece todo aquello un problema menor. No sé qué decirte. Ahora mismo dudo entre si seguir escribiendo o si dejar la carta en la próxima parada, por si los servicios del correo todavía funcionan. No sé. No tengo demasiada reserva para consolarte. Sabes que nunca se me ha dado demasiado bien ocultar lo que siento. De cualquier modo, sólo anhelo que todo esto llegue al final cuanto antes. Todos lo estamos necesitando.

Recibe un abrazo fuerte y acogedor de tu Otto K.

(Carta de un desconocido a su esposa, fechada en 1943, encontrada dentro de un libro en un mercadillo callejero; traducida del alemán por Bernardo F.)

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