viernes, 29 de diciembre de 2006
Deslumbramiento
Nadie se frota los ojos con el traje puesto. Depende de dónde salgas. Del abandono, de una indisposición pasajera, de una pesadilla atormentadora, de una incertidumbre casual, de un deslumbramiento. Cuando el paisaje se ha vuelto extremadamente gris y crees que ves pero no ves. Cuando la duda te asalta de manera exagerada. Cuando lo que te han dicho resulta difícil de creer. Y en absoluto de comprobar. Es probable que cuando apartes los puños tu mirada se haya disuelto. Es posible también que tus ojos se hayan vuelto del todo. Y que el iris negro y la pupila escrutadora se hayan borrado. Y haya quedado sólo el hueco. Como en las estatuas de los kuroi griegos, tras estar sumergidas por siglos de accidente e ignorancia en las profundidades oceánicas o bajo toneladas de detritus de la ciudad desaparecida. Como el resultado de una fundición que aún no tiene alma. Tu rostro se exhibirá entonces tal que la muestra de un pecio. Te asustarás de momento. Luego te sorprenderás. Más tarde, la preocupación mellará tu propio sentido. Puedes sentirte en parte como el hombre invisible. Sabes que al menos el hombre invisible veía. Su tragedia de no ser visto se compensaba con su capacidad de adentrarse y penetrar donde los demás seres no llegaban. Tú no. Te dolerán los ojos que ya no posees. No te atreverás a dar un paso. Los puños te protegen, te adaptan el panorama, te distienden los músculos faciales. Pero te han robado la herramienta de la visión. La mirada sólo va a existir de ahora en adelante hacia el recuerdo. Y éste sí que tiene una larga capacidad de prospección. Paisajes desaparecidos que valen en tanto en cuanto se mantienen en tu mente. Dudas entre recordar u olvidar. Todo tiene su coste. Si recuerdas, deseas. Si olvidas, te sientes muerto. Por un instante te has quedado inmóvil. Dudas, no podrás evitar un vistazo al espejo. Será como encararte contigo mismo. Pero si no te ves, ¿qué puedes pretender? Los puños son un arma protectora, un dique para contener las lágrimas que tal vez ya no derrames, una pantalla de ocultación de la personalidad que acaso ya no te va a ser revelada. Hay demasiada luz cegándote. Demasiada luz que trata de dividir tus zonas de sombra. Demasiada claridad para no poder distinguir. Acaso, mientras dura ese momento de paralización, te has ido hasta los primeros tiempos. Hasta un alzarte de la cuna, hasta un berrinche de la trona, hasta el banco del pupitre. Te has ido tan lejos que te parece que nada ha dejado de ser. Y sin embargo, todo resulta irreversible. La corporeidad también es recuerdo, y por mucho que ahora te frotes bajo las cejas tu conformación física te es negada. Debes abrir las palmas, pase lo que pase. Debes estar atento a la descarga de un paisaje blanco. Debes estar preparado para subsistir en un mundo de tinieblas. No eres el único. Será un extraño renacimiento. Tal vez una alucinación.
(Foto del portugués Jorge Molder)
Querer ver o querer no ver, he ahí la cuestión. Un abrazo.
ResponderEliminarEsto de la vista puede dar para mucho, yo estoy pensando en la frase ver para creer, últimamente le he quitado importancia a la vista porque hay demasiados trileros, me apoyo a menudo en otros sentidos que creo son menos manipulables.
ResponderEliminarIntentemos ver los sentidos en coordinación, sin desdeñar ninguno. La visión permite dos orientaciones: ver las imágenes en directo y ver el sentido y significado que hay detrás de muchas imágenes, incluidas las que suponen muchos que nos rodean, sus intenciones, las intenciones de otros más alejados. Ver es algo más que ver.
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