Porque ya no soy un niño, la infancia pertenece al pasado; es una disposición perdida, un ser transcurrido, un suceso ajeno. Al intentar reconstruirlo mediante la inspección de los datos anidados en la conciencia, como ya dije, observo que según se remueven y despiertan las dormidas sensaciones, mi ser experimenta otras nuevas, de forma que, sin pretenderlo, mezclo el ayer con el presente y hago vivir al niño en el hombre. Con esto alcanzo un estado vigilante y doloroso. El que investiga su interioridad, sufre.
Miguel Espinosa. Asclepios.
Y, sin embargo, no hay un proceso previamente establecido. No hay una proposición de indagar hacia atrás en frío. Son determinadas actitudes, comportamientos y vivencias de ahora mismo las que te conectan retroactivamente. Las que te señalan calladamente: esto debe venir de aquello. O esto te explica aquello. O mira qué significaba tal predisposición o tal manera de encajar un acontecimiento. Cada paso de adulto que das te lleva a claves ocultas. A veces a calles que quedaron cortadas, a pozos que te parecieron cegados para siempre y de los que mana un hilillo que ahora vuelve a resurgir. Que nunca ha dejado de fluir, lo quisieras percibir o no. La infancia no aparcó al ser que llevabas, le dejó pasar de otra manera. Lo dejó transcurrir, y en muchas de sus maneras marcado por lo presuntamente superado. La infancia nunca está cerrada sino como estado temporal, como transcurso efímero. Pero de ninguna manera como historia, ni como sedimento o estratigrafía que sigue soltando pequeños cabos. Y son aquellos cabos los que ahora coges y tratas de reconstruir o de enderezar. Para que puedas ver con una cierta claridad por qué entonces fue como fue cualquier visión, cualquier percepción, cualquier hecho, cualquier reacción. Para que puedas valorar ahora cómo te pueden servir como señalización viva para los años venideros. No hay nunca un corte definitivo entre infancia y madurez. Los vocablos sirven para situar tiempos del hombre, pero no deben reducir el hombre. A veces te sorprendes tomando unos cabos del niño con una mano y otros cabos del hombre mayor con la otra. Y mides su valor, y compruebas que se parecen demasiado, y te parecen idénticos, y los comparas porque los cabos no se miden en el hombre con una dimensión de medida de sistema métrico. Se miden por su valor, por su sentido, por su significado, por sus sensaciones. Y tratas de empalmar uno con otro, y sientes miedo porque vas viendo que encajan. Y a la vez te maravillas porque sabes que si se compenetran están diciéndote que eres tú mismo. No temes entonces pérdidas, olvidos o frustraciones. Aquel sigue viviendo en ti y esa constatación, esa determinación, te alienta. El retorno al origen eres tú mismo. Tu territorio, tu tiempo, tu afirmación y tu negación. Tu conciencia haciéndose, antes y ahora. Con menos o más elementos, pero igualmente determinantes en cada instante ya fuera en tiempos lejanos de infancia o en los presentes de adultez. Esa unicidad transtemporal y transfísica te hace vivir y mantener una cierta seguridad ante los avatares que te llegan o los que se te reservan. Y una especie de fe íntima, que salta por encima de todos los muladares y todos los lodazales que han tratado de envolverte y mancharte a lo largo de los años, anida en tu profundidad.
(Martin Stranka es el autor de la fotografía)
...Cambia la carrocería al mirarte al espejo, solo eso...
ResponderEliminarun beso.
¿Sólo eso? Y yo que tenía esperanza de que fuera algo más. Una mirada también es una reflexión. Una reflexión puede llevar a un punto de contrición. Y ya sabes lo que puede venir detrás. Pero no es de eso de lo que trato de hablar en el texto, no es de eso.
ResponderEliminarUn abrazo.
pues lo siento, lo volveré a leer.
ResponderEliminarpor cierto, la Luna cae.
Aisss Fackel, aquel niño se asoma por detrás de tus ojos, y mira contigo el horizonte. Si él sonríe, tu tambien, si tu lloras él está triste...Siempre serás él, y cómo buen amigo, no preguntará. Sólo con mirarte, te entenderá. Y lo mejor de todo, tú a él tambien.
ResponderEliminar¿O acaso no duerme contigo y sueña en tus sueños?
El Principito podría ser un buen libro para leer en esta hora de reflexión, ¿sí?
Buenas y felices noches, hermano.
Oh, Tula, no tiene mayor importancia. Siempre llegamos por un camino u otro al tema de nuestros propios reflejos. Un abrazo.
ResponderEliminarSaga, vuelves a dar señales de vida.
ResponderEliminarPues sí, creo que más que el otro Yo es aquel Yo (el niño) el que se confronta con nosotros.
Respecto al Principito...Debo ser de los pocos que no han leído jamás ese libro. Soy un caótico reflexionando.
Buena noche del 29S.