"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





viernes, 28 de febrero de 2014

Los viejos flamencos nunca mueren


















Uno, que nunca fue flamenco, y entendió poco y no lo disfrutó como debería,  pero que si venía al caso y a cuenta de la mística del quejío podía emocionarse según y con quién y en qué ambiente, uno recuerda aquella foto del bar Hong Kong, de los hermanos De Vega, en la esquina del barrio viejo, donde no obstante circular la sangre flamenca junto al clarete de la barra, nos acogíamos los conspiradores de ilusiones y de cantos de sirena, fuéramos estudiantes u obreros, que entonces la aproximación y los vasos comunicantes de las clases sociales pasaban por las tascas, y luego nos hermanábamos con quien quisiéramos, sin importarnos mucho la extracción, y a veces se dejaban caer por allí monstruos del cante jondo, y basta ver la foto y te da en contar los pétalos de la margarita de la vida, porque que yo sepa, de los de la foto ya no están ni Enrique de Melchor, ni Ramón de Algeciras, ni  Paco de Lucía, y por ahí anda tirando como puede Manolo de Vega y de su hermano Pepe ni idea (el padre de ambos había sido otro cantaor agudo, Celes el Ciego, ciego de verdad por causa de la guerra feroz), y todo esto lo cuento porque sí, por nostalgia, por el bienestar que me produce a medianoche recordar a los compañeros de los que ya no sé,  por las horas y las citas y las expectaciones y los lenguajes en clave y los vinos que nos tomamos allí los resistentes que gustábamos de embaucarnos a nosotros mismos con otro futuro, y como homenaje a esas cara de niños que tenían los flamencos de verdad, y qué se le va a hacer, prometo en la próxima vida entusiasmarme más con el cante, porque siempre he sospechado que su mística me hubiera tocado, aunque si soy sincero debo reconocer que cualquier esencia de cualquier género cantor, sentido con alma y no te digo con desgarro, me conmueve.




jueves, 27 de febrero de 2014

Todos amordazados
























Alguien tenía que tratar de tú a los leones. El joven que ha osado llegar hasta el león intenta ponerle una mordaza simbólica. Al león no parece importarle y se le ve condescendiente incluso. Acaso hasta cómplice. El león se sabe amordazado desde que lo instalaron ahí y de eso hace ya mucho tiempo. Precisamente lo fundieron en metal para que su fiereza fuera solo formal. Desdichadamente, la palabra y la acción que tienen lugar dentro de la Cámara son más agresivas con la ciudadanía representada que la jeta de los leones. El que corta el bacalao se lleva el gato al agua y la democracia va adquiriendo un funesto tono autoritario nada halagüeño. Los símbolos siempre son duales. Sirven por una parte para denunciar e incluso desmontar falacias, como es el caso de lo que estos chicos pretenden. Pero otros símbolos se inventaron también para ser acatados y que todo siga igual, como es la parafernalia de los electos y la triste legislación que se aprueba dentro del Congreso. La mordaza tiene color amarillo, acaso han elegido ese color porque recuerda al amarillo de la bilis de quienes no aguantan tanta desfachatez e impunidad con las que se está gobernando en España. A pesar de los leones que posan siempre para la foto, lo que hay dentro del edificio con aspecto de templo recuerda a un zoo. Entiéndase. De alguna manera todos los inquilinos del mismo están cautivos, aunque se sientan bien tratados y mejor alimentados. Pero más cautivos nos estamos sintiendo los ciudadanos. Así que no puedo sino admirar el gesto pacífico de los jóvenes tratando de tú a los leones. Por un momento he tenido la sensación de que el león agradece el gesto al muchacho y pierde la fea catadura que habitualmente exhibe. Pero la catadura ciudadana va adquiriendo cada vez un semblante más triste, abochornado y enfurecido. Si tanto estamos saliendo de la tan mentada crisis, ¿a qué viene tomar medidas cada vez más drásticas contra la ciudadanía? Dime qué leyes apruebas y te diré qué miedos te corroen.


   

miércoles, 26 de febrero de 2014

Obscura memoria, y 8.




















Cuando dejé el templo de los sueños tu silueta seguía al borde. Alcanzándome.



(Foto de Toni Catany)

domingo, 23 de febrero de 2014

Obscura memoria, 7.




















Dicen que era el rostro de la oscura noche de los tiempos. Me lo contaba mi abuela, que apenas sabía hablar con corrección en mi lengua. Pero sus gesticulaciones y tonos describían mejor aquel rostro. Ella decía que lo había visto. Aunque dicen que cosa del pasado es  -y bajaba la voz-  la noche no se va del todo, nunca se va, no, chapurreaba como podía para que yo la entendiera. Los hombres acostumbrados están al mal -me decía- y las costumbres son como costras, y bajo las costras, sabes, las heridas que no cicatrizan, y que otros hurgan. Yo era ingenuo entonces y pensaba que ella como vieja estaba confundida. Pero, abuela, eso fue antes, hace mucho, cuando había guerras, ahora es otra cosa. Y además comemos y vamos elegantes, le apostillaba yo. Enterrar he visto a tantos con su traje de domingos, me respondía. Entonces yo la picaba: Pero ¿tiene rostro esa oscura noche de la que habláis siempre los viejos, abuela? Y qué no va a tener, decía, el peor de todos los rostros. ¿Cuál es el peor?, insistía yo, fascinado. El peor ha de ser siempre el que no se ve, porque le faltan ojos y no te quita de mirarte, no tiene boca y quiere devorarte, no tiene color y arde que te quema. Yo la escuchaba con cierto sobrecogimiento y casi me arrepentía de haberle sacado el tema. No, abuela, no pienses en ello, eso es lejano, no volverá. Ahora les toca a otros. Mi abuela y su tesón: Si a otros la noche negra cae también nos cae a nosotros. ¿Cuándo has visto tú que la noche se parta según para quién? Y extendía la mano dibujando el cielo, para que yo lo comprobara. Justo en la hora oscura en que las estrellas habían decidido estar ausentes. 



(Fotografía de Toni Catny)


jueves, 20 de febrero de 2014

Obscura memoria, 6.




















Cuando salí del sueño mi cuerpo estaba húmedo. El cuarto olía aún a sudor. Poco a poco los aromas del campo iban desplazado las ensoñaciones. Las ventanas, abiertas de par en par, no sé por qué mano. Se batían los cuarterones. Rumor de las persianas. Se agitaba todavía mi torso, inquieto y perfumado por una esencia ajena. Olía a otro cuerpo. Un escalofrío persistente hizo que me sintiera huérfano. Algo que había poseído aquella noche y ahora no tenía. Sentía la carencia como una sequedad. Contracción de la piel. Los músculos perdían veloces el abigarramiento. Es lo que tiene verse desprovisto tras un sueño enriquecedor y placentero. No obstante, allí había huellas que revelaban una presencia palpable durante las horas anteriores. El recuerdo de la advenediza se disipaba pero las reacciones de mi cuerpo eran clamor. El lecho mostraba oquedades, no exclusivamente mías. No olía solo a almizcle. Los restos dispersos de vello adquirían pigmentaciones diferentes y dibujaban espirales cuya procedencia no era única. Mis dedos extraviados trenzaban los pliegues de las sábanas. Bajo mi cuerpo era la frialdad que avanzaba. El espacio vacío, incandescencia. Escruté los rincones y la superficie toda de la habitación. ¿Estaría ella oculta aún por allí? La invisible podía estar a mi lado y yo no percibirlo. Pausadamente una cierta calidez iba cubriendo mi confusión. El aire se detenía. La luz paralizaba su proyección. Luego aquella voz queda: ¿listo para continuar, aunque no me veas?, me decía. Enmudecimiento. Y una obscura y febril disposición se apoderaba de mí y de mi vacío.  



(Fotografía de Toni Catany)


miércoles, 19 de febrero de 2014

Obscura memoria, 5.
















Con ella a mi lado, ligera y seductora, ¿cómo no perderme en su relato? ¿Cómo no poner imágenes a sus palabras cautivadoras? ¿Cómo no enternecerme con las alegrías de unos y deplorar la insatisfacción de otros? Si ella, siendo quien es, me habla de que los dioses son infelices, ¿no desata acaso dentro de mí una risa peculiar que de por sí se asemeja a un ejercicio de venganza?  Si me traslada la frustración que los mortales se imponen porque no transgreden a tiempo las falsas leyes, ¿cómo no voy a irritarme? Si insiste en señalar la errónea y no siempre oportuna utilización de las fuerzas que los de mi condición vamos desarrollando, ¿no va a tentarme caer en desánimo? Pero ella no permite que me deje llevar por el desquite, ni que me enfurezca ni que me ponga triste. Tú no eres ajeno, me dice afable. Ni estás más limpio ni más enfangado, ni más libre ni más sujeto, ni eres más capaz ni más inhábil, ni dispones de más autorización ni de menos consistencia en tus criterios. Admite la experiencia de los demás como tuya propia. Más allá de tus actos y por encima de tus anhelos debes saber que participas de todas las cuitas que atormentan a los otros humanos. Quisiera objetar sus consejos. Quisiera rebelarme contra la claridad que me traslada. Quisiera crecerme en la pequeñez de cuanto no había sido consciente hasta ahora. El necio orgullo tira aún de mí, como si fuese mi amo. La ignorancia antigua se aferra a mis pies, como si fuera la única tierra posible. Pero el calor próximo de la diosa advenediza me conforta. Su silabeo sosegado pone melodía en mi espíritu. Roza mi lecho el olor a tomillo. 



(Fotografía de Toni Catany)


martes, 18 de febrero de 2014

Obscura memoria, 4.




















Impetuosa y silvestre llega desde las ruinas. Se aproxima a la devastación de mi noche. Arrima su aroma a tomillo a mi lecho y me habla de su pérdida. Dispersa con sus relatos la confusión que zahiere mi vigilia. Me cuenta de la debilidad de los dioses y de la necedad de los héroes. Cómo no debo temer a los primeros ni esperar demasiado de los otros. Dice algo que nunca había escuchado. Que hay un juego acordado entre ambos para que los mortales nunca instauremos un estado diferente en el universo. Y sin embargo éste podría ser posible, dice ella con una pizca de ingenuidad que no es propio de una diosa. Entonces me informa de cómo hay un mortal que no se resigna al cambalache. Que le han referido que roba fuego a las divinidades no para ser como ellas, sino para hacer crecer a los humanos. Que incluso le ha visto cómo lo hacía y huir. Que ha callado para no delatar su acción, porque no parecía un héroe cualquiera. Que un día le siguió hasta un lugar donde vio entregar lo hurtado a los de su tribu. Que ella misma ha comprendido que los mortales pueden así disponer de variados usos y de afortunadas expresiones. Lozana y sigilosa permanece a mi cabecera. Vengo de las ruinas de otra parte para evitar la tuya, me ha dicho. Te hablaré del mundo que no conoces y de cómo evitar que caigas derribado cuando los muros de tu ciudad se vengan abajo. Te hablaré de lo que sois capaces si os ponéis a crear con vuestras manos y vuestra imaginación. Te hablaré de la generosidad que yo no tuve. Te hablaré de la contemplación y de la dulce música y de las palabras que también el fuego construye y dan calor. ¿Me hablará también de sus amores?



(Fotografía de Toni Catany)


domingo, 16 de febrero de 2014

Obscura memoria, 3.




















Pulsa y compulsa. Está lejos y cerca. Lejos del pasado y cerca del instante. Más allá no hay prospección tangible, aunque él dé pasos como si la hubiera. Pero el instante se configura por lo que ha traído hasta aquí. El bagaje que le hace. También se nutre de lo imposible. El recuerdo que, no obstante, desfigura el pasado al tratar de interpretarlo (algo más puro al ser tocado por la simple percepción de su memoria) Y la ilusión por lo venidero (algo más materializado al hacer, ilusionar, planes) cuya vanidad pretende ser espacio, y siempre acontece desafío. El hombre de la noche se agita como si fuera el hombre del día total. Cree vivir en la luz plena, pero se orienta por ese ligero plano luminoso que se cuela por las cavidades diminutas de su ser. Crece en su insignificancia, pero él no admite su pequeñez. Soberbio siempre, hace de su pasión conducta. El oficio le consagra y sus pasos nunca van en la misma dirección, por más que pretenda. Porque la dirección se le ciega. Con la pasión levanta sus mundos. Pero los diversos rostros de sus apetencias se cruzan, alternando sus dominios y, por lo tanto, el precio de las imposiciones. Que derriban sus logros anteriores o refrenan su ritmo. El hombre de la noche es impulso, desvío, rumor. Cuando se detiene parece acabarse el mundo. Cuando va hacia otro lado todo queda en confusión. Cuando se torna vocinglero todos los hombres se alteran. Y sin embargo, hace tanto tiempo que descendió de unos límites para ser esto...Y sin embargo, si pudiera tener claro que solo si baja del pedestal podrá llegar más allá...Acaso simplemente sobrevivir.   



(Fotografía de Toni Catany)



sábado, 15 de febrero de 2014

Obscura memoria, 2.




















Las alertas permanecen despierto o dormido. Y basta una ensoñación agitada o un pensamiento fugaz rebelde o un recuerdo que se cuestiona con cierta obsesión para que pongan al hombre en marcha. Entonces, aquel ser que parecía rígido se vuelve vertical y toma con sus pasos el suelo. Solar donde se extrae la materia. Horno donde se funde su mineral. Crisol donde la consistencia le transformará en válido. No cabe tanto esperar un resultado final perfecto como un proceso consistente que le vaya dotando de significados. Si la materia ha sido de gran pureza, su resistencia será superior. Si el moldeado le ha concedido un grado elevado de coherencia, su solidez le hará duradero. Si el afinamiento último ha sido expresivo, tocará la comprensión. Necesita contrastar el calor de su propia formación con la frialdad a que se verá sometido en su caminar. Ser erguido es un don y en su esfuerzo lo va aprendiendo. Alcanzará los objetos, pero deberá darles carácter. Desarrollará su técnica, pero se irá cuestionando sobre los límites. Los pasos del hombre erguido finalizan en cada fracaso. Su eternidad reside en la ilusión. Más allá, deberá aprender de nuevo, aunque a su vez tenga que dejar de ser. No hay utilidad de sus movimientos si no acierta a definir sus objetivos. La posibilidad de avanzar ilimitadamente puede desembocar en la quiebra. Su aptitud debe reclamar otras dimensiones. Deberá preguntarse constantemente para qué. 




(Fotografía de Toni Catany)


viernes, 14 de febrero de 2014

Obscura memoria




















La noche es insomne y el silencio es ruido. Los pensamientos se alborotan y el cuerpo duele. Un hombre destapa su sombra y ve su carencia. Levanta el íntimo calor y perece en su desnudez. Acude hacia un punto impreciso y no da con él. Su aliento es seco y el espacio irrespirable. Agita las extremidades y no acierta con los movimientos. Gesticula y sacude la nada. Describe con las manos la oscuridad y no palpa objeto alguno. Cree caminar y sus pies no le separan del instante. Confunde el lugar y no distingue la hora. Distiende su cabeza y no percibe rozamiento. Suspira y se encoge. Contiene la respiración y una fuerza interior le exige. Trata de hablar y se confunde. No hay luz  y se dispone a iniciar una carrera. No tiene punto de partida y la meta es invisible. Aparenta agilidad y le grava su pesadez. Arranca un impulso y se siente atado. Confía en la compañía de una sola palabra y le responde una inmóvil traición. Presta atención al exterior y solo le llegan voces de su cuerpo. Emerge y se hunde. Cae e imagina que se eleva.  



(Fotografía de Toni Catany)


jueves, 13 de febrero de 2014

Al pan, pan; al vino, vino; a la palabra, su sentido cabal




















Acertijo.

Canallas, en el Tesoro de la lengua castellana, de Covarrubias: "Junta de gente vil, induzida para alborotar y dañar, a donde entienden que no han de hallar resistencia; pero si ay quien les haga rostro, no tienen ánimo para esperar."  

Canallas, en el Diccionario de autoridades (primer diccionario de la RAE):  "La gente brava y ruin, de viles procederes, y propria para causar daños y alborotos."

Visto el panorama que nos rodea, ¿a quiénes nos recuerdan? No soy partidario de que para mencionar a cierta gente utilicemos términos tales como hijos de puta, hijos de perra, hijos de mala madre, cabrones...porque ni las putas ni los perros ni las madres ni los machos cabríos tienen por qué cargar con lo innoble.

Así que reivindico la lengua castellana y en síntesis digo: Al pan, pan; al vino, vino; a la palabra, su sentido cabal. Utilicemos un término que parecía en desuso, pero que las prácticas viles convierten en canalladas, las agresiones en actos canallescos y los que las cometen en canallas, simplemente. Que ya es mucho.Por cierto, salen a todas horas en los telediarios. Y están causando serios desperfectos en las relaciones de convivencia de las gentes de este país. Además de arruinarnos. 



(Grabado de Jacques Callot)


martes, 11 de febrero de 2014

Sueño del mapa
















Los sueños son viajes, ya de por sí. A veces también sueñas que viajas. A veces despliegas mapas. Aquellas cartas extendidas sobre una mesa tenían ríos y carreteras y ferrocarriles. Y marcas extrañas y espacios indefinidos. Pero su planitud se convertía en relieve y entre la orografía que salpicaba todo y mezclaba desiertos con océanos y cordilleras con megalópolis aparecían manos. Improntas granates, como si estuvieran hechas con sangre seca de animales. Marcas que dibujaban los dedos abiertos buscando ser estrechados. Pero las manos se movían y se desplazaban sobre el planisferio aquel y lo sobrevolaban. Tú dijiste: son pesadas como moscas. Pero las manos eran poderosas, y sobre todo buscaban donde posarse. ¿Hay mayor fuerza que la que empuja a hallar un lugar de reposo? Cuanto más crecía el mapa más aumentaba el número de manos. Tú dijiste: son las de nuestros antepasados. Yo dije: son manos que están vivas pero que no nos alcanzan. De pronto di un manotazo sobre el relieve del mapa y temí achatarlo. Al levantar mi palma vi que estaba roja y que había partículas de tierra en ella y que en el mapa había quedado un agujero en forma de mano. Al verme asustado tú reaccionaste. No te preocupes, dijiste, lo cubro. Fue milagroso. Poner tu palma y devolver al paisaje su origen fue reflejo. Pero yo me sentía culpable de haber matado algo de mundo, y así te lo hice saber. Debiste ver en mi rostro alguna clase de espanto y procuraste mi calma: trae tu mano. La enlazaste y contuviste mi sangre. 



(Imagen de Inés González)


sábado, 8 de febrero de 2014

Diario del registro




















Hoy toca el sano ejercicio de registrar cajones. Este verbo tiene un montón de acepciones. Incluso unas pueden llevar a otras si hay actitud de hacerlo. En principio mi pretensión es la más elemental: comprobar lo que contienen. Naturalmente me refiero a cajones, cajas e incluso alguna maleta que trasladan cosas viejas o de las que he olvidado su existencia. Digo trasladan porque siempre hago fantasía con que los objetos, los más nimios y los más espectaculares, allí dentro, todos mezclados, establecen una suerte de movimientos y de expresiones. Acaso se trate exclusivamente de un diálogo sordo para un humano. Pero imagino que entre ellos hablan y se relatan historias. Al mirar en el interior de esos contenedores voy cayendo otra vez en la cuenta de que me había olvidado de muchos de aquellos objetos. Lógica implacable. Uno no está pendiente de ordinario de cachivaches menores que no usa. De muchos de ellos ni recordaba su existencia. Ni siquiera me acuerdo si los guardaría yo o si lo hicieron otras personas que ya no andan respirando por el mundo. Personas que sobreviven para mí en otro plano que solo se manifiesta en el lenguaje del recuerdo, en parte materializado precisamente por la existencia de esos objetos. Hoy toca mirar y palpar. Tomarlos en las manos y activar el mecanismo de la memoria. Pero no es lo que más me entusiasma esa especie de recuperación nostálgica, no obstante su regustillo ora compensador ora lacerante. Lo que me atrae es percibir significados nuevos. El mero hecho de seguir haciéndome preguntas ante una medalla de guerra, un viejo reloj de tratante o una cartera de piel de Villarramiel es que el tipo que los usó se planta delante y me da siempre alguna pista nueva. Que uno se haga una pregunta que nunca se había hecho antes ya indica que el sistema de indicios funciona. La cadena de la indagación se activa. Tal vez se detenga en el siguiente eslabón y no pueda avanzar en una interpretación real de los hechos. Y qué más da. Registro y me limito a saborear mis propias preguntas. Corro unas cosas y otras, las saco de la caja, las coloco sin orden encima de una mesa y las contemplo. Como un tarot, los objetos depositados al azar sugieren una suerte. Un trozo de mi destino. Destellan en mi cerebro. En el recorrido visual siempre hay algo que destaca mi interés. Pregunta instintiva: por qué ahora esto que tomo entre mis dedos me llama la atención. Luego: qué quiere decirme. Más tarde: dónde quiere llevarme. Hoy toca un ejercicio aparentemente inocuo donde lo que uno busca, supongo que inconscientemente, no es tanto un entretenimiento como un rastro. Sin respuestas que certifiquen que las cosas fueron como puedo deducir. Pero es lo que tiene la alianza entre la memoria, más clara o más oscura, y las ganas de saber imaginando. Que se crea una situación alternativa, unos individuos que son otros, un sentido del objeto diferente. Es el juego. Las cosas en la existencia de aquellos personajes pudieron ir por ahí, me digo. Nada en la vida de lo que fue se reproduce dos veces. Una vez muertos los hombres y apagadas sus voces parece que fuera la nada. Incierto. Hasta que abres un cajón, presionas las hebillas de un maletón de cerraduras oxidadas o separas la tapa pegada de un estuche que mira, estaba allí y no lo habías visto nunca. Y, sin embargo, te esperaba.   


viernes, 7 de febrero de 2014

Millás y el exhibicionismo onanista de una reunión de amigotes













Hoy no tengo ganas de escribir. Entre algunas noticias que dan asco y algo de pánico (el que quiera saberlas que saque la cabeza de avestruz del agujero) y lo bien que escriben ciertos seres cáusticos, me limito a reproducir lo jocoso. Por ejemplo este articulito de Juan José Millás que aparece hoy en la contraportada de El País.


"Observada con perspectiva, la convención del PP en Valladolid apesta a ejercicio de onanismo. Nada raro: las ganas de masturbarse atacan en los momentos más inoportunos. Hay una literatura abundante acerca de soldados que a punto de morir se bajan los pantalones y, abstrayéndose del entorno, se entregan con furor a sí mismos. Sabemos de enfermos terminales que, asaeteados por sondas y catéteres, practican el vicio solitario debajo las sábanas. Hay gente a la que le ataca esta necesidad imperiosa en el metro, en la oficina, en el confesionario… No nos extrañe, pues, que el PP se encerrara a solas con su cuerpo durante los mismos días en los que en Madrid se producían manifestaciones de bomberos, de mujeres, de usuarios de la luz, de preferentistas… El mundo ardía mientras el PP, en la trinchera calentita de Valladolid, se autosatisfacía compulsivamente, ajeno al aumento de los desahucios, a la crecida de los suicidios, a la destrucción progresiva del empleo, al conocimiento de que 20 ricos, en España, igualaban la renta del 20% de la población. Lo que decíamos: en las situaciones hostiles, cada uno se alivia con lo que tiene a mano. Y ahí estuvieron, dale que te pego, desde el viernes hasta el domingo. Aparecían por la tele descorbatados, con las camisas y las blusas más abiertas de lo conveniente y la expresión del que atiende a un delirio interior más que a las demandas del exterior. Ahí los veías, por los pasillos del centro de convenciones, entre agotados y culpables, deleitándose en unas fantasías de recuperación económica que nada tenían que ver con la realidad extramental. No terminamos de comprender la publicidad con la que se entregaban a sí mismos, como si al placer solitario necesitaran añadir el extra de la ostentación. Una conferencia masturbatoria, en suma, con gabardina de exhibicionista."


Caras meadas (breve no onírico)


RAMA VALENCIANA DEL CASO GÜRTEL

La fundación de la visita del Papa gastó 2,65 millones en urinarios

Los patronos encargaron mochilas del peregrino por valor de 3,5 millones



Las calles de Valencia se llenaron con 7.000 urinarios para atender a cerca de dos millones de peregrinos que nunca llegaron. / CARLES FRANCESC



Hay que ver cuánto cuestan las meadas de ciertos creyentes. Pero que las pagan sobre todo los no creyentes, y algún que otro que no mea, para su desgracia.Viene hoy en El País. 



jueves, 6 de febrero de 2014

Sueño (sorprendente) del retorno





















Perplejidad. El sueño a trompicones de la noche me retrotrae a un tiempo de iniciación. De pronto aquello se parece a la primavera avanzada de 1973 en la masía de Arenys de Munt, que, según me dijeron, se empleaba sobre todo para colonias. No se cita el lugar ni el motivo de encontrarme allí ni se menciona a quienes me rodean. Pero yo sé que se trata de aquel mismo encuentro. Aspecto físico: diversas estancias donde se congregan gentes optimistas y contentas que se ayudan unas a otras. Todos se conocen, todos se animan, yo soy el advenedizo pero no me siento extraño. La acogida me convierte en uno más de ellos. En el sueño no hay imágenes corporativas, ni nombres, ni insignias, ni consignas, ni edades. Sí parece haber hermandad. Estoy en una de las estancias amplias de reunión y salgo. Al regresar no hay nadie. Me desplazo a otra sala y allá se encuentra un numeroso grupo que habla y se agita moderadamente, al que me incorporo. Unas personas llegan, otras salen. Me voy por un instante y al volver tampoco hay nadie en aquel espacio. Así se repite varias veces más la jugada. De estancia en estancia tan pronto hallo un colectivo como desaparece. En un momento dado me veo solo en la amplia masía. Cae la noche y el punto de la luna dibuja un cuerpo perdido que se va yendo.



(Fotografía de Eikoh Hosoe)

    

miércoles, 5 de febrero de 2014

Sueño de la inmersión




















En los sueños suelen aparecer desiertos. También ciudades que son un desierto. Ambientes reconocidos que pierden su identidad inicial para adaptar su estructura al soñador. Aquella plaza del sueño, transitada y vocinglera, fue convirtiéndose en un aula extensa y vacía, en una larga sala de hospital desalojada, en una estancia de interrogatorios donde la luz y la sombra jugaban al ajedrez. Difícil trasladar la imagen de esta parte a lo que allí en el sueño me colocaba en medio, solo, a merced de inquisidores sin rostro. Uno de ellos me acusaba, el otro me justificaba. Cada vez que iba a responderlos me interrumpían. Si el que parecía defenderme me tendía una mano, al extenderla yo me la retiraba. Si el detractor me arrinconaba con invectivas incomprensibles y yo trataba de defenderme él alzaba la voz hasta obligarme a enmudecer. Aquel juego que aparentaba ofrecer posiciones opuestas coincidía en imposición. Me arrinconaban, me retraían. Miraba la luz y ésta no me ofrecía salida. Corría hacia la oscuridad y chocaba contra muros invisibles. Mientras yo, inútil y desprovisto de defensas, no dejaba de moverme tratando de sustraerme a aquellos compinches que me acosaban inmisericordes, nuevas voces venían a compasar tanto discurso desordenado. Tal vez la confusión me protegía del pavor. De pronto fue cesando la palabrería altisonante. Primero fue ocasional, luego alternante. Se sucedió un rumor ligero, como si los energúmenos se fueran alejando. El paisaje mudó. Me encontré en el fondo de un valle, caminando por el agua de un arroyo poco profundo. Las laderas se volvían más escarpadas y se elevaban a medida que yo avanzaba. Luego sentí que el agua me iba cubriendo. Me sobrecogí por la frialdad que impregnaba mis genitales, mi abdomen, la boca del estómago. No hice nada por defenderme y pensé: me salvo. Cuando me sumergí del todo vino una niña hacia mí y me ofreció una piedra de colores brillantes. La he cogido del fondo para ti, me dijo. Es igual que la que guardo yo desde mi niñez, le dije. Pero ella había desaparecido. Jugué con la piedra y advertí en ella figuras de caballos azules. Sus ojos eran vivos.    



(Imagen de Bill Viola)


martes, 4 de febrero de 2014

Diario de un despertar que no llega




Las largas horas dormidas hacen y deshacen. Lento, descentrado, bloqueándome a cada paso, mi mirada es de despiste. Evitando que la taza del café se me derrame, torpe al meterme el jersey, poco propenso a emitir palabras. Atrapado todavía en alguna estancia que no se ha cerrado de cuantas visité durante las últimas horas, una extraña posesión me desconcierta. No poder nominarla, no saber qué imagen tiene, no percibir sus contornos, no poder calcular su dimensión y menos su temporalidad. Vendido hasta el punto de que el café no me gusta, de que paso las páginas del diario a la carrera, de que ni me atraen ni me repugnan los acontecimientos adulterados que transmiten, de que al fregar los platos chocan unos contra otros en un rumor estrepitoso que me inquieren por maltrato. Podía probar a pincharme con un alfiler y no lo sentiría.  Y esta presión, como si un súcubo jugara dentro de mi cráneo, más allá, más al fondo.  


lunes, 3 de febrero de 2014

Ego te absolvo
















¡Ay mísero de mí, y ay, infelice! Apurar, cielos, pretendo, ya que me tratáis así qué delito cometí contra vosotros naciendo; aunque si nací, ya entiendo qué delito he cometido, etcétera. Miren, me pongo en el lugar del venerable hombre purpurado. Oh, qué barbaridad digo, ni por asomo natural se me ocurriría ponerme en su lugar. Quiero decir que me gustaría saber lo que piensa en ese momento de acoso, que no de derribo, que no se haga ilusiones. Si es consecuente con lo predicado (a ello lo llaman fe, porque dar trigo es otra cosa) se preguntará: Señor, ¿así me devolvéis los favores prestados? ¿Así tratáis a este humilde siervo que tanto ha hecho por vuestro nombre en esta tierra áspera e ingrata? ¿Es un ejercicio para probarme? ¿Es un castigo inmerecido al que me sometéis? Pues me cuesta aceptarlo, pues nunca pensé que fuerais de alguna manera cruel con aquellos entregados servidores que han vivido pendiente de vos y de tu reino. Claro, si a Job le obligasteis a padecer un rosario sin fin de penalidades, pero era un pobre hombre al fin y al cabo, ¿cómo no ibais a estar tentado a ponerme a mí, que tan alto hice por cumplir y hacer cumplir vuestros mandamientos, una piedrecita en el camino? Porque esta dura prueba, señor, no es sino una leve y no del todo disgustosa prueba con la que tratáis de recordarme que también soy un hombre pecador  (que los medios aquí presentes recojan con especial interés esta última declaración mía) 

No sé si ese hombre que tuvo hasta hace poco tanto poder se interrogará en su fuero interno con sinceridad sobre lo límites de la existencia (particularmente la suya) Las fotografías hacen sospechar que puso el otro carrillo, siguiendo el buen mandato del cordero sacrificado. ¿Se habrá colocado esta noche bien apretado un cilicio en cada muslo? A los maitines, ¿se habrá flagelado como los preceptos de la penitencia indican? ¿Habrá tomado una ducha de agua fría purgante? ¿Se habrá postrado para rezar por las pecadoras? María de Magdala, tú que secaste con tus cabellos los pies del hijo, apiádate e intercede por mí. ¿Iniciará un novenario y mandará decir misas (esto no, que ya no manda)? ¿Desempolvará del armario el Manual del inquisidor, de Nicolás Aymerich? ¿Recurrirá de nuevo al Libro del niño bien aplicado? 

Lo intuyo en su plegaria: Que los cielos no se olviden de mí en esta edad sin retorno. Tiempos de confusión me han tocado, cuyo sufrimiento lo ofrezco por mi salvación.   

Pero los cielos, seguro que están con las Femen y las acogen en su sacrosanto seno. Porque los cielos siempre han comprendido a los pecadores en general y no te cuento a las pecadoras en particular.


(Fotografía tomada de InfoLibre)

sábado, 1 de febrero de 2014

Sueño de sillón





















Los sueños de sillón son sueños malsanos. Hurtando el tiempo de la ociosidad creativa  -por ejemplo leer- deparan combates con el sueño de las sugerencias que el autor que leíamos había puesto entre nuestras manos. Las últimas líneas de la novela se van difuminando para hacerse sueño en bruto. Un sueño se roba al otro. No son pesadillas, tampoco narraciones oníricas. Un extraño campo de batalla se abre durante el lapso en medio de un desierto al que no preveíamos llegar. Ni armados ni desarmados. Ni plenitud ni vacío. Ni bagaje de viajero ni impedimenta de tropa. Ni aprovechamiento ni pérdida. Un tiempo absolutamente evanescente. Humo de imágenes. Pérdida de referencias. En el lento retorno del amodorramiento creemos estar donde nos habíamos quedado. La mirada al reloj nos contradice. El despertar nos ha dejado malhumorados. Cualquier voz no la sabemos ubicar. Cualquier frase en nuestro entorno daña nuestra receptividad. No sabemos si seguir despiertos o si volver a dormirnos. Algo ha cambiado sin que nos garantice que lo ha hecho. Y una cierta dispepsia nos recuerda que el último bocado se había detenido antes de llegar a nuestras tripas. 



(Imagen de Inés González)